Sueños y promesas: Se levanta el viento I

La primera tarea era sencilla. Theo, siguiendo su habitual ruta hacia el bosque Atris, decidió adentrarse un poco más en su interior, con el propósito de conseguir leña seca de los árboles caídos.

A medida que avanzaba entre la espesura, sin siquiera usar su don del olfato, percibió una sensación helada. El bosque, que normalmente era vibrante de vida, comenzaba a tornarse árido. Un olor a podredumbre de madera y arbustos, tierra desvitalizada, y una atmósfera inquietante lo rodeaban.

Instintivamente, activó su olfato mejorado, ampliando su capacidad de detectar olores. A varios metros de distancia, un tufo sulfuroso y agrio llenó sus sentidos, similar al de un huevo podrido, pero mucho más penetrante.

Como todo lugar desconocido, Theo avanzó con cautela. Había oído historias sobre bestias extrañas y animales salvajes que merodeaban en las zonas más profundas del bosque, y no quería encontrarse de frente con ninguna de ellas.

Poco después, se detuvo en seco al escuchar un trinar grave y gutural que provenía de un cúmulo de árboles a unos pocos metros. El aire se impregnó con un olor nauseabundo a cadáver, descomposición y plumas.

Con un temor que rara vez había experimentado, Theo retrocedió lentamente, pero antes de alejarse del todo, alcanzó a ver una figura horripilante, por decir lo menos: un ser con el cuerpo de un ave rapaz, un pico largo y afilado, ojos huecos con un orbe rojizo en el centro.

Sus alas, amplias pero desordenadas, mostraban plumas desvitalizadas en algunos puntos, entremezcladas con trozos de carne putrefacta que parecían ser de su propio cuerpo, junto a restos de antiguas presas.

Largas patas terminadas en garras afiladas, desmesuradamente grandes en proporción a su cuerpo, y una cola fina como la de una serpiente, que le otorgaba un equilibrio impresionante.

Theo no reconocía a esta criatura, y aunque tuviera algún conocimiento sobre seres como ese, estaba fuera de su alcance como emergente cazador. Reconoció la creciente amenaza, y por el olor que aún flotaba en el aire, supo que esa criatura cargaba con varias muertes a sus espaldas.

Retirándose lentamente sobre sus pasos, Theo se alejó con cautela. Los olores fétidos comenzaron a atenuarse mientras su olfato volvía a su rango habitual, más limitado, el cual ya dominaba perfectamente y no le causaba agotamiento.

Varios cientos de metros después, respiró aliviado y, al llegar a un claro, comenzó a talar madera.

Llenó la carreta hasta su máxima capacidad, incluso sobrepasándola, con la intención de no regresar por un buen tiempo. Cargó las manillas con esfuerzo, sintiendo cómo sus venas se tensaban, y comenzó a caminar de regreso a casa.

Sudando como si hubiera corrido una maratón, Theo llegó a la casa del viejo Rod, entregó su cargamento de leña y dejó una parte para él.

Se propuso modificar ligeramente su rutina. Por las mañanas, trabajos para el viejo Rod, entrenando su cuerpo y su olfato; por las tardes, lectura y escritura. Pero lo más importante, necesitaba aprender a defenderse, adquirir conocimiento, encontrar algún método... o todo lo anterior.

Mientras tanto, en las cloacas del puerto...

En los incipientes sistemas de desagües, colapsados por aguas negras y ratas, surgía una amenaza silenciosa. Finos rasguños erráticos y constantes resonaban en las fosas, llenando el aire con un ruido inquietante. Cuerpos escamosos emergían de las sombras, lenguas largas y saliva viscosa caían de sus fauces.

Entre ellos, una figura colosal se enrollaba sobre sí misma, con un cuerpo masivo y una cabeza del tamaño de una carreta. Sus ojos eran inmensos, con pupilas verticales, y cuando abría el hocico, exhalaba vapor y saliva, haciendo alarde de colmillos tan grandes como los brazos de un hombre promedio.

Con un siseo bajo, algunos de sus súbditos comenzaron a marchar. Seres con forma semi-humana, lagartos bípedos armados con rudimentarias armas, avanzaban hacia la desembocadura del canal, saliendo de la cueva que había sido su hogar. El comienzo de una nueva era para la ciudad de Ledia estaba por llegar.

Más tarde...

—¡No te tomes toda la botella, holgazán! ¡Deja algo para nosotros! —gritó uno de sus camaradas, mientras otro empinaba el brazo, bebiendo hasta la última gota de un licor de dudosa procedencia.

– ¡Bah! Trabajé más que ustedes, hip… Así que merezco beber todo —lanzando la botella sobre la hoguera, como si con ello fuera a avivar las llamas.

La noche era oscura, con la luna cubierta por densas nubes, apenas dando visión sobre unos pocos metros frente a ellos.

Mientras el bebedor empedernido iba a orinar, le llamó la atención uno de sus colegas que se adelantó a él.

– Eh, venga, no seas tímido, es mejor ir al baño juntos, hip… Ya casi no me puedo el cuerpo.

La silueta que vio, se volteó, dejando ver una cola gruesa, anormal, a su vez que brillantes ojos amarillos reflejaban la casi inexistente luz.

El hombre se congeló, mientras por su costado sintió un fuerte dolor en su cuello, negándole reacción alguna y arrancando su vida en un instante.

Chorros de sangre se disparaban desde el sitio donde debía estar su cabeza, mientras sonidos de hueso crujen en las manos de un hombre lagarto.

Sssssssss…

Levantaron sus cabezas los compañeros al oír un sonido seco en el suelo a pocos metros.

—Siempre lo mismo con ese tipo, solo bebe y luego queda tirado por algún lugar, no quiero tener que buscarlo y darle explicaciones a su esposa —regañó uno de sus colegas, mientras pasos pesados ahora provenían del otro lado.

—Deben ser los guardias, ya se ocuparán del borracho —dijo un hombre corpulento, mientras daba un largo sorbo a su botella de ron barato.

Los pasos se intensificaron; sin embargo, no vieron las antorchas o lámparas de aceite habitual, por lo que se volvieron tensos.

—Maldición, ¿serán ratas de mar?, salgan bastardos, muestren sus horribles rostros—. No hacía falta decir que no sonó nada, y poco a poco entre las cajas y barriles parecían tener vida. Siluetas rodeaban al grupo de hombres, tres contra un número incierto de enemigos.

El callejón por un momento quedó mudo, hasta que un sonido de siseo envolvió a los trabajadores. Cuerpos escamosos saltaron desde todos los ángulos, mordiendo sus brazos y piernas, una decena de estas bestias, dándose un festín de carne y tripas.

En cosa de minutos, no quedaba más que restos de tela y un fuerte olor a hierro, extensos charcos de sangre y salpicaduras inundando el lugar, mientras la hoguera se apagaba en un último brillo, sepultando los hechos de la misma forma que dieron paso.

A la mañana siguiente

Una fuerte conmoción agitó el puerto de Ledia, un callejón cerrado con guardias reales, armados con finas armaduras de placas y estandartes, que posaban cerrando el paso, mientras detrás de ellos una mujer y un hombre hablaban seriamente.

La dama lucía un cuerpo armónico, fino y estilizado, con gestos delicados trabajados durante décadas, una capa verde musgo cubría su cuerpo completo mientras un vestido azul profundo con tela gruesa y de calidad combinaba con sus ojos.

—No creo que hayan sido ratas de mar o un grupo de bandidos medianamente organizados— mientras se agachaba con sutileza, inspeccionando de cerca los restos de prendas ensangrentadas.

Al oír su comentario un hombre maduro con cabello negro y gris mezclado a juego con su barba algo mantenida dando un aire de militar retirado escuchaba atentamente, una cicatriz inconfundible recorría el tabique de su nariz terminando en su labio hacia la derecha, dándole un aire rudo a la par de curtido en batalla, vestía un abrigo negro completo, botas de cuero excelsas pisoteaban el callejón mientras respondía.

—No, esto es un nivel de violencia que solo las bestias pueden provocar, manchando sus guantes de cuero con sangre ya coagulada y parcialmente seca.

La dama miró audazmente el escenario para finalmente concluir: —Parece ser un hecho aislado; aun así, debemos extremar las medidas de seguridad en la noche. Limpiando y ordenando su vestido, esperando una respuesta.

—Creo que tendremos que evaluar la posibilidad de conseguir ayuda de la cofradía de subnormales — escupió a regañadientes, mientras miraba a pocos metros al cuerpo sin cabeza cubierto por un mantel.

—¿Te refieres a los malditos del viento negro? Ellos tienen sus métodos, nunca fallan, pero sus tarifas y forma de proceder siempre dejan víctimas civiles.

—Es cierto, priorizan resultados por sobre un proceder ortodoxo, pero mis habilidades no son de rastreo y lo sabes. Tú puedes ser el mejor oráculo, pero tus prosas son ambiguas y es difícil interpretarlas.

–¿Lograr detener un asedio de parte de una flota de piratas te parece poco?

–cruzando sus brazos, la dama mantenía una actitud arrogante.

– Solo digo que necesitamos trabajo de campo más práctico, buscar por los alrededores y recoger pistas, en el mejor de los casos acabar con la sirena o bestia que causo esto y volver a la normalidad–

Se volvieron mirando al final del callejón, como unidos en el pensamiento de que esto podría no ser un ataque común de bestia, como tantas veces ocurre.