Sueños y promesas: Se levanta el viento II

Theo conversaba en la casa del viejo Rod, con el rostro marcado por la frustración, mientras miraba lo que parecía un galimatías en un papel.

—¿Cómo es que significa eso, señor Rod? —preguntó de vez en cuando el zagal, mientras el hombre de la boina se reía a carcajadas.

—Así es, aunque no lo creas, el mar al principio es incierto e impredecible. Una vez que aprendes a navegar, llegas a entender hasta las corrientes más sutiles —respondió el ex marino, contramaestre, para ser más preciso, con tono sabio.

Con la cálida luz de la hoguera que él mismo alimentaba con leña, Theo se concentraba con todas sus fuerzas en entender lo que le parecía imposible. Al cabo de un par de horas, regresó a su casa, frustrado por no comprender ni un solo erizo de mar.

De vuelta en su casa, molesto, comenzó a ordenar sus pertenencias. Entre ellas, recordó los dos collares con piedras preciosas y el retazo de tela que le había entregado el anciano vagabundo.

Olió con curiosidad el pequeño saco de tela. Una sensación cálida y familiar resonó en su mente, mientras un halo de misterio lo envolvía. Un aroma particular, que no lograba identificar, le invadió los sentidos; algo que no se parecía a nada que hubiera olido antes.

—¿Qué demonios será esto? —murmuró en voz alta, guardándolo en su bolsillo. Luego, metió la cuerda en su mochila, con la intención de ocultar los collares debajo de ella.

Sabía que necesitaba encontrar un preceptor o un capitán retirado. Su falta de habilidades en combate, especialmente en defensa propia, era evidente. La costilla rota le recordaba a diario su vulnerabilidad, aunque hoy el dolor era casi imperceptible.

Salió de casa y se dirigió hacia el norte, al barrio de los comerciantes, con la esperanza de encontrar rumores o anuncios de trabajo dejados por maestros o personas que necesitaban servicios específicos.

Fue en ese momento cuando lo sintió.

Merodeando entre las tabernas, un aroma cálido invadió su nariz, haciéndole olvidar el bullicio que lo rodeaba. Era una esencia inconfundible y misteriosa. Theo entendió lo que debía hacer. Cerró los ojos, aumentó su sensibilidad y se concentró solo en ese aroma. Un toque de almizcle, cera especiada y... ¿hielo? ¿Agua helada? No lo comprendía del todo, pero siguió la dirección que su instinto le indicó, como si persiguiera un rastro de humo.

Theo activaba su habilidad de manera intermitente, intentando, aunque de forma fallida, calmar los efectos del sobreesfuerzo.

Un fracaso: tras unos minutos de búsqueda, el olor parecía difuminarse entre las decenas de otros aromas, llevándolo a un callejón sin salida en su camino hacia la fuente familiar.

Sin embargo, no todo era negativo. Logró mejorar su control sobre su habilidad de rastrear mediante el olfato y amplificar su percepción por breves segundos. Sintió una pequeña mejora en el dominio de un talento que había pensado que sería casi imposible de dominar.

Entró en una tienda de joyas. Luego de una rigurosa inspección por parte de un guardia real y una tasación del experto, se sumaron a sus arcas un total de 10 krakens de oro. Regresó a casa silbando alegremente mientras el color del cielo se apagaba, al igual que la jornada laboral.

Así pasaron los días. Theo pasó una semana cargando cajas y moviendo barriles a pedido del viejo Rod. Comió pescado, asado y vegetales, invirtiendo parte de sus ganancias en espárragos y acelgas locales. Por las tardes, estudiaba arduamente y rastreaba el rastro de esa esencia única que le había dejado el anciano vagabundo.

Su cuerpo ya se había recuperado por completo. Sentía que sus músculos ya no estaban tan cansados del esfuerzo físico y su apetito se equiparaba al de un cangrejogro. Su mente también estaba más clara y, aunque aún no lograba hilar palabras al leer, ya comenzaba a reconocer ciertos símbolos.

Una fresca tarde, Theo finalmente lo logró: pudo seguir el rastro entre las sutiles separaciones de una pared de madera, en realidad, una valla, mientras el aroma lo guiaba por detrás de un callejón.

Saltó torpemente sobre la barrera y, al llegar al otro lado, percibió un aroma penetrante que provenía de una puerta de sótano, hecha de madera robusta y desgastada, con dos grandes argollas. No pudo evitar tocarlas, llamando la atención de su propia curiosidad.

Nadie respondió. No escuchaba nada del otro lado, pero sabía que la fuente del aroma estaba allí. Rodeó rápidamente el conjunto de residencias y negocios, pero no encontró nada. La única barrera era aquella puerta doble.

Exhaló resignado mientras la tarde se tornaba más fría y los faroles comenzaban a encenderse, brindando calidez en la oscuridad. Theo tiró de las puertas con todas sus fuerzas, sorprendido por lo poco que resistían.

Obnubilado por la intensidad de la fragancia, aquella que lo había obsesionado durante los últimos días, miró al interior del oscuro lugar. Solo distinguió velas al fondo, un mesón y una pequeña caja fuerte, la cual estaba entreabierta.

Con cautela, Theo descendió las escaleras de madera, que solo emitían leves crujidos. Observaba a su alrededor, pero no notó nada extraño hasta que se encontró frente al mesón. Telarañas adornaban las vigas del frío sótano, mientras que el polvo, sorprendentemente escaso, indicaba que el lugar había sido recientemente limpiado.

Sus ojos se posaron sobre la caja fuerte. Extendió la mano, proyectando una sombra surrealista sobre la pared debido a la luz de las velas sobre el mesón. Justo cuando estaba a punto de abrirla por completo, algo lo detuvo de golpe.

Un frío penetrante, pero no como cualquier otro. Algo helado subió desde su garganta, tensándolo al instante. Sintió una presencia detrás de él, y una voz suave y apagada, carente de emoción, recitó:

—¿No te enseñaron a tocar la puerta antes de entrar? O mejor aún... ¿a no tomar lo ajeno?

El frío se desplazó horizontalmente, mientras un filo puntiagudo reposaba en su yugular, presionando lo suficiente como para hacerle hablar.

—L... Lo siento, estaba buscando algo, pero creo que me equivoqué de lugar —tartamudeó, levantando las manos en señal de rendición, temblando visiblemente.

A medida que el filo amenazaba con cortar su cuello, otra voz resonó, esta vez en su mente:

—Creo que el joven no miente... no del todo. —Era clara, pero etérea, como un eco fuerte de sus propios recuerdos, como si el subconsciente de otra persona se hubiera instalado en su cabeza, reprendiéndolo.

Theo nunca se había sentido más vulnerable que en ese momento. Su cuerpo y mente estaban a merced de dos desconocidos, capaces de arrebatarle todo en un instante.

Frente a él, sobre el mesón, vio una serie de papeles. Sus ojos se movían nerviosos, intentando no causar más problemas, y entonces, habló con total honestidad:

—U-Un anciano... m-me pidió encontrar un tesoro. Me dio una bolsa de tela, tuve una corazonada... y sentí que este lugar podía darme pistas.

Al borde del desmayo, el sudor frío recorría su sien.

El sonido de las puertas del sótano cerrándose sepultó cualquier esperanza de salir con vida. Theo no comprendía qué ocurría en aquel lugar ni qué clase de personas eran aquellas, y la ansiedad se incrementó en segundos, culminando en una sola pregunta.

—Dime, muchacho, ¿tienes algún trabajo? —La pregunta invadió la mente de Theo al mismo tiempo que el intruso resonaba en su frente, sin vacilar. Haría lo que fuera por sobrevivir, pero temía a quién estaría sirviendo o en qué se vería envuelto.

La voz, indiferente, continuó:

—La bolsa que te dieron es una garantía de que posees algún don. El hecho de que hayas llegado hasta aquí lo confirma. No nos interesa por ahora saber qué talento tienes, pero sin duda lo manifestarás de manera excelsa si te unes a nuestra organización.

Theo frunció el ceño. ¿Una organización? Un sótano vacío, dos personas, una bolsa de tela, miles de preguntas en su mente y solo dos opciones en su corazón: aceptar o morir desangrado, sin cabeza.

¿Qué remedio?, pensó. —Acepto —respondió, con la voz aún temblorosa, mientras una daga se clavaba en la mesa, justo frente a su rostro. El color volvió a su cara.

—Estás dentro —dijo una mujer, su figura oscura apagando las velas. —Te daré los detalles mañana temprano. Ahora, desaparece de mi vista.

La presencia se desvaneció frente a él, como si se desdibujara, mientras la puerta se abría lentamente, justo por donde había entrado.

Caminando con dudas, Theo se volvió hacia atrás antes de salir al aire libre. La noche clara lo recibió, con la luna brillando intensamente en el cielo. El viento soplaba frío, especialmente helado, y una sensación de fragilidad lo envolvía mientras se dirigía a casa.

Se desplomó en su cama después de una vaga conversación con su madre. Estaba agotado por el uso de su habilidad, pero aún más por el estrés reciente. Y eso que apenas había sido una pequeña muestra de lo que La Cofradía del Viento Negro tenía para ofrecer.