— El viejo nunca falla — La voz femenina, neutra, apareció desde su nuca, mientras una inconfundible daga estaba en su cintura.
Observando a Theo, sin expresiones faciales, la joven dama descubrió apenas su boca y nariz envueltas en tela. Su conjunto negro, a medida, lucía flexible, mientras la capa a juego cubría toda su figura.
—Pensé que era un sabueso, dejé que el olor natural de mi arma te ayudara a encontrarme, pero veo que tienes la nariz tapada, curioso —tocando su nariz, ahora con restos de sangre secos por fuera, Theo reflexionó aliviado.
—Eres apto— la voz femenina se apagó, mientras el telépata hacía su entrada —Bien, estás en el punto de partida, Lince será tu guía, ambos harán un excelente equipo sin duda—. La voz sonaba extrañamente complacida, luego que la dama se fundiera nuevamente con la penumbra del callejón.
—Se nos informó de un ataque de bestia, una inusual por lo que creen, necesitamos rastrearlas y darles fin —esbozó de manera escueta mientras Lince le indicaba dónde debía buscar. —Aquí — dijo Lince mientras apuntaba una mancha seca de sangre.
—Un individuo decapitado, la única víctima encontrada— su voz inerte entregó la información mientras complementaba —Allá restos antiguos de sangre, aunque limpiaron la escena, fue mucha la cantidad y de seguro quedó algo— Efectivamente, el festín de las bestias dejaron mella en la guardia real a su vez que marcas se desperdigaban por el callejón.
—Dime si encuentras algún indicio que nos diga a dónde dirigirnos— solo escuchó la voz, más no vio a nadie desde donde provenía.
Una excelente habilidad para ocultarse, pensó Theo mientras se inquietaba por su ahora débil olfato sellado por tela y sangre.
Fingió recambiar sus tapones de nariz, mientras inhalaba profundamente, exagerando mientras sorbeteaba mocos sanguinolentos. Cogió nuevamente los trozos de su camisa, mientras pensaba en comprar un par.
Su nariz respondía vagamente, dando señales inespecíficas, percibía el claro olor a hierro barrido por agua, diluido por el tiempo y la limpieza escueta, lo que parecía ser saliva, pérfida, pero no de un ser conocido.
Sin mucho éxito, y justo antes de colocarse los tapones nasales, Theo inhaló por última vez, llenando los pulmones en un suspiro que mezclaba alivio y resignación. Con calma, ocluyó una de sus fosas nasales, mientras su mente procesaba a toda velocidad los aromas percibidos, intentando escarbar alguna pista clave entre ellos.
Barro. Madera. Musgo. Alcohol. Sangre. Sudor. Saliva. Vidrio. Piedras… Nada concluyente. Casi sin esperanzas, respiró por última vez antes de tapar el otro orificio y entregarse a la incertidumbre.
¿Nada nuevo? ¿Nada útil? ¿Será?Entonces, algo: una esencia fétida, como miasma. Agua estancada, podrida. Un olor que encajaba perfectamente con el ambiente del puerto… pero lo extraño era que se desplazaba hacia el interior de la ciudad.
Una pista. Lo suficiente. Una dirección, un impulso para comenzar. El rastro apuntaba hacia la zona centro-sur, donde comenzaban las viviendas modestas y la marginación se hacía visible.
Theo se agachó y empezó a escarbar el suelo, como si buscara algo oculto. Observó de nuevo los restos de sangre, y aunque parecía unir cabos, lo cierto es que su mente aún divagaba. Finalmente, se incorporó, cruzando los brazos y masajeándose la barbilla, donde apenas asomaban un par de vellos.
—Parece ser... —murmuró con fingida seguridad, como si las piezas del rompecabezas encajaran por fin.
—Creo que la bestia, o las bestias, vienen desde el sur. Conozco bien esa parte de la ciudad —afirmó, confiando más en sus recorridos habituales y su memoria olfativa que en pistas reales.
—Te sigo —respondió Lince con su acostumbrada indiferencia.
Theo echó a andar con lentitud, evaluando el camino de regreso a su zona sur. Miraba la calzada, fingiendo buscar nuevas pistas, aunque en realidad no tenía idea de qué debía buscar ni qué tipo de criatura enfrentaban. Solo conservaba su fachada, apoyado en el tenue recuerdo del olor.
Tras cruzar algunas calles atestadas de gente y merodear un poco, se detuvo frente a una cloaca: una enorme alcantarilla construida recientemente para las aguas negras. Aunque era considerada un avance en salud y gestión de residuos, el aspecto y el hedor que imaginaba no evocaban en absoluto la palabra "progreso".
Debían retirar la tapa para ingresar. Lince, con un movimiento fluido que ignoraba por completo el peso del metal, levantó la cubierta sin esfuerzo, revelando una reja vertical.
—Es por aquí —anunció Theo con voz incierta, no por falta de olfato, sino por el olor que traspasaba la tela de su nariz y el vapor que le irritaba los ojos, amenazando con un catálogo entero de enfermedades.
—Entiendo —dijo Lince, saltando sobre la rendija a medio abrir, mientras evaluaba con atención la entrada hacia la oscuridad total.
—Alguien dobló este metal. La bestia no parece ser débil. Además, debe poseer cierto grado de inteligencia: evadió hábilmente a los guardias y cometió el crimen sin ser vista —comentó, más para Theo que para sí misma.
—Buen trabajo —respondió una voz dentro de la mente de Theo. Era el hechicero. Su tono era fuerte y alentador, un refuerzo positivo que, sin embargo, no hacía más ligera la carga de lo que tendría que enfrentar ahora.
—Guíame. Si notas algo extraño, detente y levanta la mano. Yo inspecciono —instruyó Lince con firmeza, mientras encendía una antorcha. La llama parpadeó, proyectando sombras sobre las paredes húmedas y oxidadas.
Theo asintió y avanzó con paso temeroso entre las barras corroídas, preguntándose, no por primera vez, si unirse a ese grupo había sido una buena decisión.
Un delgado afluente avanzaba lentamente por la alcantarilla. Restos de heces, comida en descomposición, ratas y basura de toda la ciudad convergían en ese canal subterráneo.
Con la nariz apretada, más por el hedor que por el sangrado, Theo caminaba lamentándose por haber usado sus botas nuevas para semejante travesía.
Pisaba con cuidado por los bordes de la estructura, tratando de evitar las salpicaduras, y de vez en cuando pateaba a alguna rata osada que se cruzaba en su camino. Un escalofrío le recorrió la espalda. Al llegar a un cruce, se detuvo, dudando hacia dónde dirigirse.
—¿Deberíamos separarnos? —preguntó en un susurro, su voz cargada de duda. Lince lo miró con sus ojos fríos e inexpresivos.
—Tenemos tiempo. Pero separarnos aumentaría el riesgo de muerte —dijo, sin vacilar. No la suya, claro está. Aun así, Theo comprendía que su razonamiento era lógico. Después de todo, su misión era inspeccionar, no eliminar a la bestia. Al menos, no todavía.
Theo asintió y tomó el camino derecho, guiado por una corazonada. Avanzó unos diez metros hasta toparse con unas barras de metal que bloqueaban completamente el paso. No había señales de forcejeo ni manipulación.
Su instinto, esta vez, no le fue útil.
Volvió sobre sus pasos y, junto a Lince, tomaron el otro camino. Mientras avanzaban, Theo notó cómo el cauce se ensanchaba y el hedor se intensificaba, volviéndose casi insoportable.
Con el rostro fruncido, apoyó su nariz y boca en el antebrazo, tratando de filtrar el aire. Fue entonces cuando se detuvo en seco. Una silueta anormal apareció frente a él. Su corazón retumbó en el pecho, y el miedo paralizó su cuerpo por completo.
La antorcha, sostenida por Lince, se elevó ligeramente detrás de él. La sombra de Theo se proyectó al suelo, mientras una figura masiva emergía, bloqueando casi por completo la anchura de la alcantarilla con su corpulencia imponente.
La antorcha comenzó a descender lentamente...Y en ese preciso instante, una mancha negra se lanzó hacia ellos con velocidad sobrehumana. En su flanco derecho, un brillo metálico centelleó, realzado por la cálida luz que titilaba detrás.
Un sonido suave, seguido de un gorgoteo ahogado.La veloz mancha negra regresó detrás de Theo en lo que pareció apenas un segundo.
Antes de que la antorcha tocara el suelo, ya se había levantado de nuevo. Entonces, escuchó:
—Era uno solo. Un explorador. Debemos volver y evaluar un plan de acción —dijo Lince, sin mostrar el menor cambio en su respiración, pese a haber recorrido una decena de metros, eliminado a la bestia de un solo golpe y regresado como si nada.
Theo entendió, con un escalofrío, que era buena idea tenerla de su lado. Una idea cruzó por su mente.
—¿Puedo evaluar a la bestia? —preguntó, con una decisión inesperadamente firme, ignorando tanto los riesgos como la tensión del momento.
—Solo diez segundos. Toma la antorcha. Si notas algo raro, vuelves de inmediato —ordenó Lince, entregándole la única fuente de luz. Theo la sostuvo con fuerza, sintiendo su calor en los dedos.
Ya frente al cadáver, pudo ver el tamaño de la criatura: unos dos metros de altura, cuerpo escamoso, forma humanoide con músculos marcados. Sus ojos tenían iris como puertas entreabiertas, de un amarillo pálido. La boca, entreabierta, mostraba una lengua bífida y colmillos filosos.
Se agachó, colocando la antorcha frente al cuerpo mientras extendía un brazo, inspeccionándolo. Con la otra mano, retiró con cuidado uno de sus tapones nasales, dejando al descubierto una fosa para oler a su presa y añadirla mentalmente a su enciclopedia personal.
Percibió que el cuerpo no tenía un olor definido, salvo por un almizcle fétido, distinto al que había sentido en el callejón.
¿Será por el miedo, como aquella vez con el pulpo?, pensó Theo.
Los demás olores eran más comunes: humedad, orina y heces. Aunque no tenía claro si provenían del ser escamoso o simplemente del entorno.
El aliento era putrefacto, cargado. El olor a orina era fuerte, concentrado, con un ácido que irritaba su nariz ya dañada. Aun así, esa información le bastaba, por ahora.
—Llevamos el cadáver. Podemos notificar a las autoridades —dijo Lince, sujetando con naturalidad el brazo del degollado.
Theo notó el peso del cuerpo inerte al ayudarla a cargarlo. Su respiración era entrecortada; la de ella, inmutable.
Con un jadeante Theo y una inexpresiva Lince, regresaron hasta donde la luz natural comenzaba a filtrarse. Agradecieron, al menos en silencio, el haber salido con vida... y con un poco de aire más limpio.
Tendido sobre el suelo de piedra, Theo entendió finalmente que algo grande se estaba gestando bajo la misma Ledia.