Mirando fijamente a Theo, un siseo sonó, mientras la lengua partida de la bestia escaneó al joven frente a sus ojos.
Abriendo sus fauces, donde fácilmente cabía la cabeza del muchacho, la bestia se abalanzó sobre él, con sus garras extendidas…
El sonido del filo metálico cortó el aire, mientras la cabeza del criminal rodaba en el aire, derramando fluidos en espiral por toda la casa.
Una mancha negra emergió detrás, posándose con sigilo en la espalda de Theo.
—Objetivo asegurado —la voz apareció como un zumbido en sus oídos.
El joven no reaccionaba; una voz ajena intentaba establecer comunicación en su mente, pero solo sonaba como un eco lejano en lo más profundo de su cabeza.
Reacciona, reacciona, reacciona, reacciona… ¡REACCIONA! —La voz de Lince, junto a una fuerte bofetada, sacudió los pensamientos nublados de Theo.
—Tenemos que salir de aquí. Ya informé al maestre de campo general; en breve vendrán a eliminar a las bestias —su voz fría y calmada volvió a sonar mientras continuaba—. No hay tiempo para llorar a los muertos, debemos movernos ya.
Tomando a Theo bajo el brazo, Lince sacó al lánguido muchacho, llevándolo hacia la zona norte con una velocidad inesperada para alguien que cargaba un cuerpo.
Al llegar al faro sur, Lince dejó a Theo y subió rápidamente hasta la cima de la estructura.
—Un ataque brillante —susurró, mientras una voz etérea replicaba en su mente—. En efecto, el patrón de ataque hacia la zona norte solo fue un señuelo; el objetivo siempre fue la desprotegida zona sur.
Se escuchaban los galopes acercándose.
—¡Enhorabuena! —dijo el hechicero mientras los cascos golpeaban la tierra suelta, mezclada con arena.
—¡Carguen contra esos lagartos! —ordenó el capitán general Molk, alzando un hacha doble hacia el frente.
Bajo el filo, un hombre lagarto partido en dos caía, sus espasmos recorriendo el cuerpo frío y sin vida.
—Despliéguense, que no quede ninguno —instruyó. La caballería se dividió de manera ordenada, galopando rápido y exterminando con eficacia la amenaza bífida.
La unidad montada se dispersó estratégicamente, cubriendo todas las casas afectadas. El vibrar del suelo alertó a las bestias escamosas, que salieron de sus refugios mostrando colmillos, mientras un siseo unísono resonaba en diversos puntos de la periferia.
La caballería, sin embargo, no titubeó. Las lanzas apuñalaron a los lagartos; algunos intentaron huir, pero las bestias cegadas por el festín perdieron la vida en un abrir y cerrar de ojos, víctimas de la letal carga de los jinetes.
Poco a poco, los gritos y el olor a humo se disiparon, mientras los sobrevivientes eran agrupados junto al capitán general Molk. Sintiendo una presencia detrás, Molk preguntó:
—¿Cuántas bajas tenemos?
La voz fría respondió:
—37 civiles muertos, ninguno de tus hombres; 24 heridos, de los cuales solo 8 necesitan atención inmediata.
—Boticario, atiende a esos ocho. No quiero más muertes —ordenó, señalando a los guardias dónde se encontraban los heridos.
Un caballo recio se acercó, y un hombre elegante, con sombrero de copa baja, respondió:
—Delo por hecho, general.
Su voz, sin una pizca de duda, daba a entender que aquello era casi rutina.
—Lince, esto no fue un simple plan disuasivo. Estos malditos sabían cómo actuar. Debe haber algo en las cloacas, alguien dio estas órdenes; no veo ningún lagarto al mando —la fiereza remanente de la batalla vibraba aún en sus palabras, aunque poco a poco se tornaban contenidas—. Investiga los estanques. Infórmame pronto.
Como si la orden del capitán Molk no hubiese sido escuchada, la sombra desapareció, una mancha negra que rasgaba el paisaje desolado mientras llegaba al faro junto a un Theo devastado.
—Se acabó. La amenaza fue eliminada —la voz sin emoción cortó el silencio.
Mientras tanto, Theo golpeaba con fuerza el húmedo suelo, repitiendo sin cesar:
—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿POR QUÉ?
Sus manos sangraban, mezclando lágrimas, arena y sangre.
—No pude hacer nada —susurró, y como borbotones, las lágrimas saladas rodaron por sus mejillas hasta perderse en la arena, a diferencia de su tristeza, que crecía con cada segundo.
—Iba a comprarle una cama nueva... —los sollozos apenas permitían que las palabras escaparan de su boca—. Arreglaría la casa. Mi madre se merecía eso y mucho más. ¿Por qué? No fui lo suficientemente fuerte para protegerla. No pude hacer nada.
El llanto desconsolado, capaz de derretir hasta el corazón más frío, no hizo mella en la impenetrable muralla emocional de Lince, quien escuchaba como si no estuviera allí.
—Debemos buscar más pistas sobre el ataque en los estanques —dijo finalmente, con su voz fría y cortante.
—¡NO ME INTERESA! —gritó Theo, golpeando el suelo con furia—. Ustedes tienen la culpa. Ustedes dejaron que esto pasara, no lograron detener a nadie. ¿Para qué sirven? —La frustración teñía sus palabras mientras recordaba cómo inspeccionó las alcantarillas sin poder prever semejante atentado.
Bañados por la luz de la luna, sus cuerpos se fundieron en una sola silueta vista desde atrás. Lince abrazó tiernamente a Theo con ambos brazos, y un calor inesperadamente gentil envolvió su corazón, que poco a poco se calmaba entre la agitada marea que lo había mecido hacía apenas unos segundos.
Una poesía sonó suave en su oído, recogiendo su ira y apaciguando su dolor.
En la orilla callada donde el viento reza,
se fue mi madre, como ola que besa
la arena una vez… y no vuelve más,
dejando sal en el alma y eco en el mar.
No se fue del todo, aunque el cuerpo ceda,
su nombre florece donde el alma queda.
En mi pecho la llevo, ancla y timón,
sus palabras navegan mi dirección.
—No entiendo las emociones que sientes; solo puedo expresarme ante ellas con prosas —dijo Lince, mientras miraba a los ojos llorosos de Theo a apenas una pulgada de distancia.
—Si quieres honrar a tu madre y terminar con esto, para empezar tu duelo, sígueme —agregó. Sin la velocidad ni los movimientos ágiles que había demostrado antes, Lince caminó como un mortal común, en dirección al centro de la ciudad.
Theo permaneció en silencio, temblando de ira en el suelo, mientras las palabras de Lince resonaban en su atribulada alma, tratando de evadir el presente para regresar a un tiempo sin dolor.
Después de varios minutos, finalmente alzó la mirada. Su convicción, alimentada por la ira, se erguió con fuerza mientras observaba, con ojos vidriosos, hacia la capital.
...
—El estanque de la zona este es el más grande y está bien sellado. El arquitecto dijo que esa parte recibió una mayor inversión de capital por parte de los pobladores —explicó Lince, como si nada hubiera pasado.
—No me interesa —respondió Theo con voz agria.
Lince, sin embargo, continuó—: Por eso me parece el lugar ideal para esconderse, si yo fuera quien comandara a los hombres lagarto.
A los pies de la entrada a las cloacas, una tapa firme de hierro obstaculizaba su destino. Theo se sonó la nariz con la manga de la camisa; el frío parecía no afectarle, mientras el vapor salía de su boca.
—Necesito que estés atento. Sigue siendo peligroso allá abajo —advirtió Lince.
Theo, con los ojos vacíos, asintió suavemente, pidiendo silenciosamente que dejara de hablar.
De nuevo, Lince destapó la alcantarilla y saltó sin complicaciones. Theo le siguió torpemente, bajando mientras se colgaba del borde del agujero.