El día siguiente llegó con la misma tranquilidad matinal de siempre. Li Tian se encontró con Ling Tian en el jardín del clan, justo donde solían reunirse desde hacía días. A su lado también estaba Li Hong, que aunque aún parecía algo incómodo cerca de Ling Tian, comenzaba a hablar más, a veces incluso reía con timidez.
Li Tian se acercó, con una idea espontánea.
—Ling Tian, ¿quieres jugar piedra, papel o tijera?
Ling Tian ladeó la cabeza, visiblemente confundido.
—¿Qué es eso?
Li Hong también frunció el ceño. Ambos esperaban una explicación.
Li Tian sonrió. Se sentó en el suelo y levantó una mano.
—Es un juego muy simple —dijo, mostrando primero el puño cerrado—. Mira: esto es piedra. Si abres la mano así, es papel. Y si haces esto con dos dedos, es tijera.
Los dos lo observaron con atención mientras repetía los gestos lentamente, explicando que piedra vence a tijera, tijera a papel y papel a piedra.
—Es un juego de reflejos, pero también de engaño —añadió, sonriendo.
A los pocos minutos, los tres estaban jugando entre risas. Al principio, Ling Tian tardaba en recordar qué figura vencía a cuál, y Li Hong se equivocaba en el ritmo. Pero con práctica, los movimientos se volvieron más fluidos. Ling Tian incluso empezó a ganar algunas rondas, para su propia sorpresa.
—¡Te gané! —dijo con una risa suave, mirando a Li Tian.
—Parece que aprendes rápido —respondió Li Tian con una sonrisa.
Después del juego, tomaron las espadas de madera como hacían ya casi todos los días. Aunque sus movimientos aún eran torpes y mal coordinados, poco a poco se iban acostumbrando al peso, al equilibrio y al ritmo de los entrenamientos. A veces practicaban en parejas, otras hacían pequeños duelos por diversión. Era simple, pero efectivo. El cuerpo memorizaba lo que la mente aún no dominaba.
Así pasaron los días.
Jugando. Entrenando. Comiendo juntos. Riéndose.
Li Hong, aunque aún distante por momentos, ya no mostraba desprecio hacia Ling Tian. Había dejado de observarlo como “el hijo del mortal” y empezaba a verlo como… alguien más. Alguien normal. Un compañero.
Y así, con una naturalidad inesperada, pasó una semana.
Ese séptimo día, el cielo estaba parcialmente nublado. El aire traía consigo un aroma a tierra húmeda, como si la lluvia estuviera a punto de caer, pero aún dudara. Los tres niños estaban sentados cerca del estanque del jardín, mirando cómo los peces se deslizaban bajo el agua.
Fue entonces cuando Ling Tian habló, con voz baja.
—Hoy… podrían venir a mi casa —dijo, sin mirarlos directamente.
Li Tian lo miró con sorpresa, pero no lo mostró en el rostro. Sabía que para Ling Tian, eso no era solo una invitación. Era una señal de confianza. Durante años había vivido con la sombra del rechazo, sin dejar que nadie se acercara. Y ahora, él mismo estaba abriendo una puerta.
Li Hong también levantó la vista, algo sorprendido, pero no dijo nada.
Li Tian respondió con una sonrisa tranquila.
—Claro que sí.
Ling Tian alzó la mirada, y en sus ojos había algo nuevo. Una mezcla de alivio y emoción que no se atrevía a nombrar.
—Gracias —susurró.
Ese día, cuando el sol comenzaba a inclinarse hacia el horizonte, Li Tian y Li Hong lo acompañaron. Caminaron juntos por los pasillos menos transitados del clan hasta llegar a una sección más aislada, donde las casas de los miembros de menor estatus estaban ubicadas. Allí, entre árboles viejos y muros gastados, se encontraba la humilde residencia de Li Li y su hijo.
Era modesta, más pequeña que la de Li Tian y menos decorada que la de Li Hong. Pero estaba limpia, ordenada, y llena de un extraño calor silencioso.
Cuando Li Li los vio entrar, su mirada se endureció por un instante, pero al ver a su hijo sonriendo… no dijo nada. Solo asintió en silencio y desapareció en la parte interior de la casa.
Los tres niños se sentaron en el pequeño jardín que rodeaba la residencia. Jugaron un rato más, compartieron fruta y rieron como lo habían hecho durante toda la semana. Pero ahora, el ambiente era distinto.
Más íntimo. Más real.
Li Tian lo sabía: los lazos estaban creciendo.
Y aunque en el fondo sabía que esa amistad estaba teñida de estrategia… no podía negar que algo de lo que estaba ocurriendo era genuino.
Al final de la tarde, cuando regresaron a sus casas, Li Tian no dejaba de pensar en una sola cosa:
“Falta menos de un año.”