LI LI EMPIEZA A APRECIARLOS

El día amaneció tranquilo. La brisa suave agitaba las ramas de los árboles y el cielo estaba despejado, con algunas nubes blancas que parecían flotar perezosamente. Li Tian se levantó como de costumbre, se aseó, desayunó con Li Yue, y luego salió a reunirse con Ling Tian y Li Hong.

Tal como esperaba, Ling Tian volvió a invitarlos a su casa. Pero esta vez, hubo una diferencia.

Cuando llegaron, Li Li no se limitó a observarlos desde lejos ni a desaparecer hacia el fondo de la casa. Estaba de pie en la entrada, y cuando los vio, esbozó una expresión neutral que, poco a poco, se tornó en algo más suave.

—Pasen —dijo simplemente.

Los tres niños entraron con respeto. Ling Tian, por costumbre, mantuvo la cabeza ligeramente baja, pero Li Tian y Li Hong la miraron con curiosidad.

Durante la visita anterior, Li Li había estado en silencio, observando. Vigilante. Pero ahora que había tenido tiempo para pensar, había recordado cómo esos dos pequeños no solo no habían lastimado a su hijo, sino que lo trataban como a un igual. Incluso Li Hong, que en un principio lo había despreciado, se había quedado esa tarde jugando con él como si nunca hubiera dicho lo que dijo.

Eso bastaba para que sus sentimientos empezaran a cambiar.

—¿Quieren fruta? —preguntó con suavidad, rompiendo la tensión.Los tres asintieron, y pronto estaban sentados en el jardín, comiendo trozos de manzana espiritual que crujían suavemente al morderlas.

Durante la tarde jugaron a piedra, papel o tijera otra vez, luego entrenaron brevemente con espadas de madera. Li Li los observaba desde la distancia, sentada con las manos sobre las rodillas, en silencio. No parecía interferir, pero sus ojos estaban atentos, no ya como una madre nerviosa, sino como una figura que protegía sin asfixiar.

Cuando el sol comenzaba a caer, Li Tian se acercó a ella.

Estaba tranquilo, pero su corazón latía con un toque de emoción. Era el momento.

—Tía Li Li —dijo, con respeto—, ¿puedo preguntarte algo?

Ella giró el rostro hacia él, un poco sorprendida por la seriedad de su tono.

—Dime, pequeño Tian.

Li Tian hizo una leve reverencia, más formal de lo normal para su edad.

—¿Podrías… enseñarme a cultivar?

Por un instante, Li Li se quedó en silencio. La pregunta no era absurda, pero tampoco común. Nadie pedía eso sin un propósito real. Enseñar a cultivar no era como enseñar un juego. Era transmitir una vía, una energía, una manera de ver el mundo.

Y sin embargo, cuando lo miró, vio sinceridad.Vio deseo. Y sobre todo, vio potencial.

A su lado, Ling Tian observaba con asombro. Li Hong tragó saliva, esperando una reacción negativa.

Pero entonces, Li Li sonrió.

No una sonrisa forzada, ni diplomática. Fue una pequeña curva de labios verdadera, tranquila, cálida.

—Claro que sí —respondió con voz serena—. Mañana comenzamos, ¿recuerdas?

Li Tian asintió de inmediato, tratando de ocultar la emoción que se le subía al rostro.

—Sí, tía. Gracias.

—Prepárate bien esta noche. Mañana no será fácil. Aprender a cultivar es abrir la puerta a un mundo muy grande… y a veces, muy peligroso.

—Estoy listo —respondió Li Tian, con una convicción firme en sus ojos.

Li Li lo miró un momento más, como midiendo su alma… y luego asintió.

Desde una esquina del jardín, Ling Tian sonrió en silencio. Ver a su madre hablar así con Li Tian —sin tensión, sin sospechas— le hizo sentir algo extraño: una mezcla de alivio y alegría… y tal vez, una pizca de celos.

Li Hong, por su parte, no dijo nada. Solo miró a Li Li con una mezcla de respeto y sorpresa. Nunca pensó que alguien del clan pudiera mostrar esa expresión… mucho menos alguien como ella.