SINTIENDO EL QI

El cielo empezaba a teñirse de rojo cuando los tres niños se preparaban para regresar a casa. Después de una tarde de juegos, espadas y fruta, el día estaba llegando a su fin.

Justo cuando Li Tian y Li Hong se despidieron de Ling Tian y su madre, Li Hong se detuvo y giró hacia Li Li, algo nervioso pero decidido.

—Tía Li… ¿podría enseñarme a cultivar a mí también?

La mujer lo miró por unos segundos. A pesar de lo que sabía de su familia —las enseñanzas rígidas que había recibido, el desprecio inicial hacia su hijo—, había visto algo diferente en el niño durante estos días. Le sonrió suavemente.

—Claro, pequeño Hong. Si estás dispuesto a esforzarte, yo también estoy dispuesta a enseñarte.

Luego se giró hacia su hijo, que escuchaba en silencio.

—Hijo… ¿no querrás quedarte atrás de tus primos, verdad? Tú también quieres que te enseñe, ¿no es así?

Ling Tian apretó los puños.

Durante toda la semana, había sentido cómo la relación entre su madre y los otros dos niños crecía. Y aunque no se sentía excluido, tampoco podía ignorar cierta ansiedad. ¿Y si no era lo suficientemente bueno? ¿Y si no podía seguir su ritmo?

Alzó la mirada, y con determinación en los ojos respondió:

—Sí, madre. Yo también quiero.

Al día siguiente, Li Tian y Li Hong llegaron temprano a la casa de Li Li. La mañana estaba cubierta por una neblina ligera que daba al aire una sensación de frescura espiritual.

Li Li los esperaba en el patio trasero con una sonrisa serena. Vestía túnicas blancas simples, pero su porte y presencia hacían que pareciera una verdadera cultivadora de alto nivel.

—Buenos días, pequeño Tian, pequeño Hong —saludó—. Espero que hayan descansado bien, porque hoy… lo necesitarán.

Los tres niños se sentaron alrededor de ella, en un pequeño círculo de piedra que la mujer había limpiado especialmente para la ocasión. Ling Tian estaba a la derecha, Li Tian al centro, y Li Hong a la izquierda.

Li Li se sentó frente a ellos y comenzó a hablar con calma.

—Hoy aprenderán lo más básico… pero también lo más importante. El primer paso en el camino del cultivo: sentir el qi.

Los tres niños la escuchaban con atención.

—El qi está en todas partes. En el aire, en el agua, en la tierra, incluso en nuestro cuerpo. Pero para absorberlo, primero deben calmar la mente. Dejar de pensar. Dejar de moverse. Respirar… y escuchar el silencio.

Hizo una breve pausa y continuó:

—Cuanto mayor sea su talento, más rápido podrán sentirlo. Los cultivadores con grandes raíces espirituales lo sienten en minutos. Aquellos sin talento… pueden tardar hasta un día entero.

Los niños asintieron con solemnidad.

—Cierren los ojos —ordenó suavemente—. Sientan el mundo.

Y así, la primera meditación comenzó.

Pasaron las horas.

El sol se elevó lentamente, cruzó el cielo, y comenzó a bajar. El silencio del patio solo era roto por el susurro del viento entre las hojas y la respiración tranquila de los niños.

Li Tian, después de varias horas, sintió algo.

Un leve cosquilleo, una presión en su pecho, como si el aire a su alrededor vibrara suavemente. Se enfocó, respiró hondo… y entonces, una chispa de energía flotó hacia él, colándose por su piel, viajando hacia su dantian aún dormido.

Lo había logrado. Había sentido el qi.

Li Hong no tardó mucho más. Con una expresión de esfuerzo puro, apretó los ojos y se obligó a no pensar. Finalmente, también sintió ese hilo sutil que lo conectaba al mundo. Su respiración cambió. El sudor bajaba por su frente, pero sus labios sonrieron con orgullo.

Pero Ling Tian… seguía sin sentir nada.

Horas pasaron. El cielo comenzaba a tornarse naranja.

Li Tian lo miró en silencio, y su expresión se ensombreció. Porque sabía la razón.

Recordaba perfectamente la escena de la novela.

Cuando la Espada del Cielo Roto apareció dentro de Ling Tian al nacer, su energía destruyó todos sus meridianos naturales sin dejar rastro. Nadie lo notó. Nadie podía notarlo.

Solo cuando el Santo Espiritual de la Reencarnación intente poseer su cuerpo, la espada se activará de nuevo… y reconstruirá sus meridianos desde cero. Pero serán distintos. Más poderosos. Conectados directamente al dao.

Pero ahora mismo… era como si no tuviera meridianos en absoluto.

Li Tian tragó saliva. Ver a Ling Tian con los ojos cerrados, el rostro frustrado y los puños apretados, le provocaba una sensación extraña.

¿Lástima? ¿Empatía? ¿Culpa?

No. Era algo más complejo. Tal vez… temor. Porque sabía que en el futuro, ese niño que ahora no podía ni sentir el qi, lo superaría todo.

Y algún día, podría odiarlo.

Li Li abrió los ojos y los observó uno a uno.

—Bien hecho, pequeño Tian. Bien hecho, pequeño Hong —dijo con una sonrisa maternal.

Sus ojos se posaron en su hijo.

—Ling Tian, no te frustres. A veces… lo mejor tarda en llegar.

Ling Tian no respondió. Apretó los dientes… y asintió.

Li Tian miró el cielo, que ya se teñía de rojo.

Un día difícil había terminado. Pero la historia… apenas comenzaba.