SECRETOS

Mientras Li Tian cultivaba en silencio bajo la guía de Li Yue, en otro punto de la residencia del clan Li, el día avanzaba con una inquietud inesperada.

En la casa de Li Li, Li Hong y Ling Tian esperaban sentados en el jardín. El sol ya comenzaba a subir, y las horas pasaban más lentas de lo normal.

—¿Tú crees que se habrá dormido? —preguntó Li Hong, lanzando una piedrita hacia el estanque.

—No —respondió Ling Tian, con la mirada clavada en el sendero de entrada—. Li Tian nunca se atrasa sin avisar.

Li Li, desde el umbral de la casa, escuchaba sin intervenir. No lo decía, pero ella también estaba inquieta. En los últimos días, había llegado a encariñarse con ese niño que parecía entender más de lo que decía, con esa mirada tranquila que le recordaba a alguien que había perdido.

Pero hoy, no apareció.

Pasó el mediodía. Li Tian no llegó.

Finalmente, Li Li dejó de esperar.

—Voy a buscarlo —dijo.

Li Hong y Ling Tian asintieron sin decir nada. Había algo raro en el aire. Lo sentían.

Li Li caminó por los pasillos del clan con el paso decidido, saludando con leves inclinaciones a quienes la observaban. Preguntó a un par de sirvientes, pero ninguno lo había visto salir. No tardó en sentir su qi, tenue pero presente, dentro de una residencia conocida. La casa de Li Yue.

Contuvo la respiración un momento, luego caminó hasta la puerta y golpeó suavemente.

Unos segundos después, la puerta se abrió.

Li Yue apareció en el umbral, seria como siempre, con el rostro impasible. Pero al ver a Li Li, su expresión cambió: sus cejas se fruncieron, sus ojos se endurecieron.

—¿Qué quieres? —preguntó sin rodeos.

Li Li, intentando mantener la calma, respondió con una voz amable, aunque ligeramente tensa.

—Hola, hermana Yue. Estaba buscando al pequeño Tian. Hoy no vino a entrenar ni a jugar con sus primos, y… nos preocupamos un poco.

Hubo un silencio tenso.

Li Yue la observó de arriba abajo. Luego habló con una frialdad que caló los huesos.

—Primero me robaste a mi esposo... y ahora también quieres robarme a mi hijo.

Li Li palideció. Sus labios temblaron.

—Tú… ¿cómo lo sabes?

Li Yue soltó una risa seca, sin rastro de alegría.

—¿De verdad creíste que no me enteraría? ¿Que no sabría lo que pasó?

Li Li bajó la mirada. Quiso decir algo, pero no tuvo tiempo.

—No necesito tus excusas —continuó Li Yue, con la voz firme, cortante—. No quiero tus explicaciones. No quiero tus visitas. Y no quiero que te acerques más a Li Tian.

Li Li levantó la cabeza, tratando de hablar.

—Yue, yo—

—¡Vete ahora! —interrumpió Li Yue, su voz afilada como una cuchilla. Sus ojos brillaban con una rabia fría, como si su corazón llevara años guardando ese veneno.

Li Li se quedó inmóvil. Pero finalmente, asintió lentamente… y se marchó en silencio.

La puerta se cerró de golpe.

Mientras tanto, en el jardín interior, Li Tian seguía meditando. No escuchó voces, no sintió tensiones. Estaba completamente sumergido en el flujo del qi, guiado por las manos firmes pero atentas de su madre.

Ni se imaginaba que, a pocos metros de él, acababa de estallar un conflicto que venía arrastrándose desde el pasado.