La noche cubría la residencia del clan Li con su manto de silencio. El viento susurraba entre los árboles, y los faroles espirituales lanzaban sombras largas sobre las paredes de piedra.
Li Tian caminaba lentamente, envuelto en una capa oscura y vieja que había encontrado olvidada en uno de los armarios de la casa de Li Yue. No era muy elegante, pero le servía para ocultarse. A esa hora, nadie debía verlo fuera.
Sus pasos lo llevaron hasta la casa de Li Li.
No lo había planeado. Simplemente… necesitaba respuestas.
Se detuvo frente a la puerta de madera, y, tras dudar un momento, levantó la mano y tocó suavemente tres veces.
Dentro de la casa, Li Li estaba sentada sobre un cojín, meditando en silencio. Su cultivo era calmado, profundo, como si intentara purgar pensamientos antiguos a través del qi. Pero al escuchar los golpes en la puerta, frunció el ceño y abrió los ojos con rapidez.
Se levantó con cautela. A esa hora, nadie venía a visitarla. Abrió la puerta con precaución y, para su sorpresa, vio a Li Tian parado frente a ella, con la capucha echada hacia atrás, mirándola con expresión seria.
—¿Li Tian? ¿Qué haces aquí? —susurró, mirando a los lados con preocupación.
Sin esperar respuesta, lo tomó del brazo y lo hizo entrar rápidamente, cerrando la puerta con suavidad pero firmeza.
—Si alguien te ve aquí a esta hora... y tu madre se entera... —murmuró, claramente nerviosa.
Li Tian, sin sentarse, la miró a los ojos.
—Justo por eso vine —dijo con voz firme, aunque baja.
Li Li alzó una ceja, confundida.
—¿Qué quieres decir?
Li Tian se mantuvo serio, aunque su rostro de niño hacía que su expresión tuviera un aire más tierno que intimidante.
—Tía Li… ¿por qué mamá no parece quererte? Ayer, cuando le conté que tú me habías enseñado a cultivar, se molestó. Y hoy, no me dejó venir.
Li Li parpadeó. Quiso desviar la mirada, decirle que era complicado, que no debía meterse. Pero al ver la seriedad en el rostro de Li Tian —una seriedad que no correspondía a su edad—, algo dentro de ella se quebró.
Suspiró, se sentó lentamente, y le hizo una seña para que se acercara.
—Está bien —dijo—. Te contaré una historia.
Li Tian se sentó frente a ella, cruzando las piernas, en silencio.
Li Li acomodó el cabello detrás de la oreja, su voz temblaba apenas, como si estuviera tocando una herida que nunca terminó de sanar.
—Había una vez una chica hermosa… muy hermosa. Ella se enamoró de un chico que, a simple vista, no tenía nada especial. Su talento era promedio, su presencia… común. Pero su corazón era alegre, su alma limpia, y su forma de ver la vida… contagiosa. Ese chico siempre sonreía.
Li Tian escuchaba atentamente. La historia no le parecía tan ajena.
—Con el tiempo, esa chica hermosa se comprometió con él. Él… aceptó. Se casaron. Eran felices, al menos eso parecía. Pero había un detalle que esa chica no sabía. El chico… siempre había estado enamorado de otra. Una chica diferente. No tan hermosa, no tan admirada… pero con quien él sentía una conexión que no pudo evitar.
Li Li bajó la mirada.
—Durante años, la chica menos hermosa no correspondía sus sentimientos. Lo veía como un amigo. Un compañero de infancia. Pero él insistía… y con el tiempo, la hizo caer.
Li Tian tragó saliva. Comenzaba a entender.
—Nunca fue un plan. Nunca fue una traición abierta. Fue algo que ocurrió en el silencio, en la sombra. Una historia dentro de otra. Hasta que… un día, ese chico murió. Defendiendo a otros. Salvando a personas que lo traicionaron.
Li Li alzó la cabeza, su voz ahora más estable.
—Entonces, la chica hermosa —su esposa— descubrió la verdad. Que su esposo había amado a otra. Que, aunque compartió su vida con ella… su corazón estaba en otro lugar.
Li Tian ya lo sabía, pero quería escucharlo.
—Esa chica hermosa era tu madre, Li Yue. El chico, tu padre: Li Duan. Y la chica menos hermosa… era yo.
Hubo un silencio largo.
Li Tian bajó la mirada. No por vergüenza, ni incomodidad. Sino por lo que no estaba en los libros. Por las piezas que no encajaban en la novela que había leído en su otra vida.
—Nunca quise arrebatarle nada —dijo Li Li, en voz baja—. Y mucho menos a ti. Yo… nunca he intentado reemplazarla. Pero ella… no puede perdonarme. Y lo entiendo. Solo… no quiero que tú pagues por lo que pasó entre nosotros.
Li Tian levantó la vista.
—¿Tú lo amabas?
Li Li lo miró con los ojos húmedos.
—Más de lo que fui capaz de decir en su momento.
Li Tian asintió. No dijo nada más.
Después de unos minutos, Li Li se levantó y le entregó una pequeña bolsa de tela con fruta espiritual.
—Toma esto. Y regresa antes de que alguien te vea. Por ahora… será mejor que no vengas más. Al menos, no hasta que tu madre… calme su corazón.
Li Tian se puso de pie, tomó la bolsa, y la miró una última vez.
—Gracias, tía.
Y sin decir más, se volvió hacia la puerta y desapareció entre las sombras.
Esa noche, al regresar a casa, no fue directamente a dormir. Se quedó sentado en su cama, mirando el techo, recordando las palabras de Li Li, las de su madre, las escenas que no estaban en la novela, las vidas que no fueron escritas.
Por primera vez, sintió que estaba dentro de una historia que solo en parte conocía. Y que el resto… tendría que vivirlo, sin spoilers.