TUNICA CON SANGRE

Li Tian ya se encontró de pie frente a la puerta, a punto de marcharse, cuando una última duda lo detuvo. La historia que acababa de escuchar le había aclarado muchas cosas… pero no todas.

Se giró hacia Li Li con una expresión seria, aunque en su rostro todavía había esa calma que lo hacía parecer mucho mayor de lo que realmente era.

—Tía Li… entonces ¿por qué dicen que el primo Ling Tian es hijo de un mortal?

La pregunta, simple y directa, hizo que los ojos de Li Li se llenaran de una nostalgia profunda. Bajó la mirada y se quedó en silencio unos segundos. Cuando habló, su voz ya no era firme, sino suave, como si cada palabra viniera desde una herida que nunca terminó de sanar.

—Después de que tu padre… Li Duan… murió —empezó—, yo quedé destrozada. Por dentro… rota. No solo porque lo amaba en silencio, sino porque su muerte fue tan injusta, tan cruel, que sintió que nada de lo que había vivido hasta entonces tenía sentido.

Hizo una pausa breve, mientras tomaba asiento de nuevo.

—No podía quedarme en el clan. No podía seguir finciendo fuerza. Así que me fui. Me alejé del clan Li sin decirle nada a nadie. Me establecí en un pequeño pueblo al pie de las montañas del Loto Azul. Era un lugar humilde, sin cultivadores, sin clanes, sin presión. Solo gente común… y tranquila.

Li Tian no dijo nada. Escuchaba. Absorbía cada palabra como si fuera una semilla que luego echaría raíces dentro de él.

—Allí conocí a Ling Chen, un hombre común. Trabajaba como herrero. No tenía dantian, ni qi, ni técnicas. Pero… tenía algo que muchos cultivadores habían perdido hacía mucho: bondad sincera. Me cuidó. Yo me apoyé. Me escuchó… y sin darme cuenta, empecé a sanar. Su forma de tratarme, su sonrisa, su torpeza incluso… me hicieron sentir viva otra vez.

Levantó los ojos y los fijó en los de Li Tian.

—Y fue con él con quien tuve un hijo. Ling Tian.

Li Tian bajó la mirada un instante, luego se movió lentamente.

—Entonces… sí es hijo de un mortal.

—Sí —confirmó Li Li, sin vergüenza—. Lo es.

El niño se quedó en silencio. Sus pensamientos eran muchos. En su vida anterior, había leído miles de historias donde los protagonistas ocultaban orígenes nobles. Pero Ling Tian... era todo lo contrario. Su poder vendría a pesar de su linaje, no gracias a él.

Y eso lo hacía más interesante. Más peligroso. Más real.

Por un instante, Li Tian pensó que había terminado. Que ya era hora de volver. Pero justo cuando se disponía a marcharse, Li Li lo miró con el ceño fruncido.

—Pequeño Tian… esa túnica… —dijo, señalando la capa negra que llevaba puesta—. ¿De dónde la sacaste?

Li Tian, ​​sorprendido por la pregunta arrepentida, miró hacia abajo.

—Ah… el tomé de un armario en casa. Si no me equivoco… era de mi madre. Estaba guardada con otras cosas viejas. ¿Por qué?

Li Li se quedó muy quieta. Sus ojos se fijaron en la tela negra. Entonces notó algo más: manchas rojas, secas, casi imperceptibles a simple vista, pero que ella, como cultivadora experimentada, reconoció de inmediato.

Sangre.

—Esa túnica… tiene manchas de sangre —murmuró Li Li, frunciendo el ceño—. No es reciente. No es de esta semana ni de este mes.

Se agachó y acarició la tela con la yema de los dedos, su rostro tornándose pensativo.

—Esta sangre... tiene al menos seis años. Quizás un poco más. Pero aún conserva rastros débiles de energía espiritual... lo suficiente para saber que no era de un simple mortal.

—Esa túnica… yo nunca la había visto. Ni siquiera en los días en que entrenábamos juntas, cuando éramos más jóvenes —murmuró—. Tu madre nunca necesitó ocultarse. Siempre caminó con orgullo, con la cabeza en alto. Si alguien le faltaba al respeto, lo enfrentaba. No era de las que se escondían tras una capa oscura.

Li Tian levantó una ceja, comenzando a entender la dirección de sus pensamientos.

—¿Y eso qué significa?

Li Li no respondió de inmediato. Caminó hacia él y con cuidado tomó la capa entre los dedos. Miró las manchas rojas, luego soltó el borde con expresión pensativa.

—Significa… que tu madre se puso esta túnica para algo que no quería que nadie supiera. Y no hace tanto tiempo.

Se alejó un paso, cruzando los brazos, la mente trabajando a toda velocidad.

—¿Tú la viste usarla alguna vez?

—Jamás —respondió Li Tian sin vacilar—. Ni siquiera sabía que existía hasta que la encontré.

El silencio que siguió fue denso.

Li Li no dijo más, pero su mirada estaba cargada de sospecha. No porque dudara de Li Tian… sino porque algo en su instinto le decía que Li Yue había hecho algo que no quería que nadie supiera. Algo que involucraba sangre, sigilo y secretos.

Y ahora, su hijo llevaba esa capa sin saberlo.

Li Tian también lo entendía. A su manera.

Nada en este mundo es casual.

—Tía Li —dijo con voz más baja—. ¿Crees que… mi madre hizo algo malo?

Li Li no respondió. Solo lo miró a los ojos con una gravedad silenciosa.

—A veces, no se trata de lo que uno hizo… sino de lo que está dispuesto a ocultar.

Li Tian se quedó en silencio.

Por dentro, una nueva grieta se abriría en la imagen que tenía de su madre.

Ya no era solo la mujer fría que lo amaba de forma rígida. Tal vez… también era alguien que cargaba con culpas, secretos y sangre en las mangas de una túnica que pensaba que nadie volvería a tocar.

Li Tian bajó la cabeza, cubrió de nuevo su rostro con la capucha, y se despidió con una reverencia.

—Gracias por confiarme tu historia, tía. Volveré cuando pueda.

Li Li no lo detuvo. Solo lo miró marcharse.

Cuando salió a la calle, el aire nocturno le pareció más denso que antes.

Ahora tenía una nueva duda. Una que no estaba en ninguna novela.