—Pequeño Li, será mejor que regreses a casa. Tu madre podría descubrirte.
La voz de Li Li fue suave, pero llevaba una urgencia que Li Tian no podía ignorar. Asintió con un leve gesto, se echó la capucha sobre la cabeza y salió de la casa sin hacer ruido.
La brisa nocturna había bajado de temperatura. El aire era más denso, más pesado, como si la oscuridad se hubiera dado cuenta de que algo se había roto. Li Tian caminó deprisa, sus pensamientos girando en círculos: lo que había escuchado sobre su padre, la historia de Ling Tian, la túnica... y ahora, una intuición incómoda que le decía que no estaba solo en sus sospechas.
Llegó a casa y empujó la puerta principal con cuidado. La madera crujió, y contuvo la respiración. Todo estaba oscuro, salvo por la tenue luz espiritual que brillaba desde el pasillo interior.
Caminó en puntas de pie hasta su habitación.
Al abrir la puerta, se congeló.
Li Yue estaba allí, sentada en el borde de la cama, con las manos cruzadas sobre el regazo y la mirada fija en él. Su túnica blanca parecía más pálida de lo normal bajo la luz espiritual, y su rostro no tenía expresión. Pero fue su voz la que hizo que Li Tian sintiera un escalofrío en la columna.
—¿Dónde estabas?
No gritó. No se movió. No levantó la voz. Pero en esa pregunta había una frialdad que cortaba más que cualquier espada.
Li Tian tragó saliva.
—Madre, yo… —intentó ganar unos segundos, pero su mente, normalmente tan rápida, se nublaba—. Estaba visitando a Li Hong. Solo fui a verlo. Estaba aburrido de no haber podido salir hoy.
Li Yue ladeó la cabeza apenas. Sonrió. Pero no era una sonrisa cálida, sino una que dejaba ver los bordes afilados de algo que se escondía debajo.
—¿En serio? —dijo dulcemente—. Qué curioso… porque hasta donde sé, Li Hong está durmiendo ahora mismo.
Li Tian sintió cómo se le helaba el cuerpo. Su madre lo estaba presionando, y no era cualquier presión. Era la de alguien que ya sabía la verdad, y solo quería confirmar hasta qué punto su hijo mentiría.
—Sí… lo desperté —intentó improvisar Li Tian—. Solo un momento. No me quedé mucho. Solo fue para jugar un poco. Nada más.
Li Yue no lo interrumpió. No negó nada. Solo mantuvo esa sonrisa.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —preguntó, aún con dulzura en el tono—. Si querías jugar… podrías haberlo hecho conmigo.
Li Tian no respondió. Cada palabra que ella decía parecía una trampa, un hilo de seda dispuesto a enredarse a su alrededor.
—Ven aquí —ordenó, aún suave—. Déjame olerte.
Li Tian parpadeó.
—¿Qué?
—¿No sabías? Los cultivadores en etapa de formación de base tenemos un olfato muy agudo. Podemos percibir incluso el tipo de energía espiritual que ha estado cerca de alguien.
Li Tian se quedó paralizado.
Su madre se levantó con gracia, se acercó a él, y se inclinó para aspirar el aire cerca de su túnica.
Lo primero que percibió fue la capa negra.
Li Yue se detuvo al instante. Sus ojos se abrieron ligeramente, y un destello de reconocimiento cruzó su mirada. Luego vino lo segundo: el aroma suave pero distintivo de Li Li. No era perfume. Era algo más sutil. Un rastro de su esencia espiritual.
El rostro de Li Yue cambió.
Su sonrisa se congeló. Su mandíbula se tensó. Su mirada perdió todo rastro de dulzura. No gritó, pero se notaba que estaba conteniéndose con todas sus fuerzas.
—¿No te había prohibido ir a casa de Li Li?
Li Tian retrocedió medio paso, pero no dijo nada.
—¿Creíste que no me daría cuenta? —dijo entre dientes—. ¿Qué clase de madre desobedeces tan fácilmente? ¿Qué parte de “no vuelvas a verla” no entendiste?
Su voz, aunque baja, era más temible que cualquier grito.
Luego, dio un paso atrás, respiró profundamente, y volvió a sentarse.
—Vete a dormir. Antes de que te grite de verdad.
Li Tian no discutió. Se giró y fue hacia su cama, como si obedecer pudiera evitar que las paredes se derrumbaran a su alrededor. Se quitó la capa con manos temblorosas, la dejó a un lado, y se acostó, fingiendo dormir.
Pero su corazón latía con fuerza.
No era miedo físico. Era miedo emocional.
Nunca antes había visto ese lado de Li Yue. Esa furia contenida, ese control forzado. Ahora entendía que su madre no era solo estricta… era peligrosa. Y ese peligro no venía de la fuerza, sino de su capacidad de esconder su verdadero rostro durante tanto tiempo.
Esperó. Respiró hondo. Contó los latidos de su corazón. Cuando creyó que Li Yue ya se había ido, se giró hacia el lado opuesto, buscando la capa para esconderla mejor.
Pero entonces… notó algo.
La túnica negra ya no estaba.
Se incorporó de golpe, mirando a su alrededor. Revisó debajo de la cama. En el rincón donde la había arrojado. Incluso en el armario.
Nada.
La túnica había desaparecido.
Li Tian sintió cómo se le helaban las manos. No porque se hubiera perdido una prenda vieja, sino porque esa capa era una prueba. Un recuerdo. Un fragmento de algo que su madre quería borrar.Y ahora… ella lo había recuperado.
Sin dejar rastro.
Se tumbó de nuevo, sin moverse, mirando al techo oscuro de su habitación.
Ahora no solo estaba en medio de una historia que se desviaba de la novela.
Ahora estaba atrapado en una casa donde cada silencio podía esconder una mentira, y cada sonrisa, un puñal.