Pasaron solo unos minutos, pero para Li Tian y Yuan'er, el trayecto fue como un suspiro envuelto en misterio. Al llegar, se encontraron frente a la residencia de Li Shen, y la palabra "residencia" quedó corta.
Aquel lugar era un complejo espiritual, un fragmento del cielo encajado en la tierra. Las tejas eran de jade oscuro, las paredes estaban talladas con antiguas escrituras que se movían apenas con el viento, y en el aire flotaba un leve aroma a incienso de loto.
Ambos niños bajaron del carruaje, sus ojos brillando por igual: curiosidad, respeto… y algo de temor.
—Este es el hogar del Maestro Li Shen? —susurró Yuan'er, su voz apenas una brisa.
Li Tian solo asintió. Por dentro, evaluaba todo con una calma cultivada: esta era una zona de poder. Podía sentirlo en el suelo, en la quietud del aire, en cómo incluso los insectos parecían evitar el umbral de la puerta.
Antes de que pudieran anunciarse, las puertas de madera tallada se abrieron. Un grupo de sirvientes, todos vestidos con túnicas plateadas, los recibieron con profunda reverencia. Uno de ellos —el de cabello más blanco que la nieve— habló con voz suave:
—Sean bienvenidos, jóvenes. El Maestro Li Shen ya los esperaba. Les hemos preparado habitaciones separadas. Síganme, por favor.
Los pasillos por los que caminaban estaban en silencio absoluto, rotos solo por el crujir ocasional de la madera o el canto lejano de un grillo espiritual. Cada rincón estaba impecablemente limpio, cada columna decorada con runas protectoras de tiempos remotos.
Li Tian caminaba con pasos calculados. Todo su cuerpo estaba tenso. Este no era un lugar cualquiera.
Finalmente llegaron a dos puertas contiguas, de madera roja y marcos de jade.
—Estas serán sus habitaciones. Si necesitan algo, solo deben tocar la campana de jade que cuelga junto a la puerta.
Ambos niños agradecieron con una leve reverencia, y los sirvientes desaparecieron como si nunca hubieran estado allí.
Li Tian entró en su habitación y se quedó en silencio.
Era sobria, pero elegante. Una cama de madera con sábanas de lino blanco. Una pequeña mesa con tintero y pincel. Una repisa con decenas de manuales… todos sin título. Solo símbolos grabados en las cubiertas.
Suspenso. Se dejó caer en la cama, sintiendo por primera vez en días una extraña tranquilidad.
—Ahora estoy aquí… —murmuró—. ¿Qué sigue?
La noche cayó pronto. Y con ella, el sueño vino rápido.
El amanecer en la residencia de Li Shen era distinto. El aire era más limpio. El silencio, más profundo.
Li Tian y Yuan'er salieron al patio interno, donde encontraron al Maestro Li Shen ya esperándolos.
Vestía túnicas negras con bordes dorados, y su cabello blanco caía como una cascada sobre su espalda. Sentado sobre una roca lisa, parecía parte del paisaje.
—Siéntense —ordenó con calma.
Ambos obedecieron. Se colocó en posición de loto frente a él, tal como lo habían practicado con Li Li. Pero aquí, la atmósfera era diferente. Más solemne.
—El cultivo comienza con la quietud —dijo Li Shen—. El mundo es un río. Ustedes son hojas flotando. Si se agitan, se hunden. Si se entregan... avanzan.
Sus palabras flotaban como vapor, calando hondo.
—Cierren los ojos. Escuchen la respiración. Busquen el latido más antiguo del mundo: el qi.
Los minutos pasaban.
El silencio era absoluto. Ni una brisa. Ni una hoja cayendo.
Li Tian respiraba con calma. Había sentido el qi antes, pero ahora quería algo más. Algo que no se le podía enseñar. Solo vivir.
—No lo atrapen —dijo Li Shen—. El qi no es una bestia. Es un eco. Si escuchan bien… les responderán.
Fue entonces, en medio de ese instante de armonía, que todo cambió.
Pasos apresurados rompieron el equilibrio. Un sirviente cruzó el umbral del jardín, jadeando, con el rostro pálido. Se arrodilló al instante, golpeando la frente contra el suelo.
—¡Maestro…!
Li Shen abrió los ojos lentamente. Sus pupilas eran grises, sin fondo.
—Habla —dijo, sin levantar la voz.
El sirviente tragó saliva, temblando.
—El… el anciano Li… murió esta mañana. Por… por una desviación de qi durante la meditación.
La noticia cayó como una piedra en un lago tranquilo.
El sirviente aún permanecía de rodillas, el rostro inclinado hacia el suelo, esperando la reacción del Maestro Li Shen. Yuan'er, sin comprender del todo, miró a su alrededor, buscando pistas en los rostros de los adultos.
Li Tian no habló.
No movió un solo músculo.
Solosonó.
Dentro de su pecho, un eco sordo comenzaba a formarse.
Li Shen entrecerró los ojos. Una sombra invisible cruzó su expresión, como si un hilo de memoria le hubiera apretado el alma.
— ¿Y cómo se descubrió esta noticia? —preguntó con voz baja, casi apagada, pero tan cortante como una hoja de obsidiana.
El sirviente levantó ligeramente el rostro, tragando saliva antes de responder con rapidez:
—Su hijo, el joven Ling Tian, fue quien nos avisó. Al ver que la anciana Li no despertaba, entró en su habitación. La encontró inmóvil… y nos alertó de inmediato.
Hizo una pausa, como si necesitara valor para continuar.
—El anciano del salón médico examina el cuerpo. Su diagnóstico fue claro: muerte por desviación de qi.
Li Shen cerró los ojos por un instante.
Sólo un instante.
Cuando los volvieron a abrir, no había rabia ni dolor. Solo gravedad. El tipo de gravedad que hace que el aire se vuelva denso, como si el cielo mismo estuviera conteniendo la respiración.
—Pueden retirarse —ordenó, seco.
El sirviente no necesitó que se lo repitieran. Se inclinó profundamente, dio media vuelta y desapareció con pasos rápidos y temerosos.
Li Shen permaneció en silencio durante unos segundos, luego giró ligeramente el rostro, observando a Li Tian y Yuan'er. Su mirada ya no era la de un maestro impartiendo sabiduría bajo la brisa del amanecer. Era la de un guardián que miraba si sus discípulos estaban a punto de romperse.
—Están bien? —preguntó con voz suave, pero su tono escondía algo más.
Una evaluación.
Li Tian, con la espalda recta, solo asentándose.
Yuan'er, por otro lado, se estremeció.
—Una… desviación de qi? ¿Eso puede pasar incluso a los ancianos del clan?
Su voz era fina, pero la preocupación era real. Para ella, que apenas estaba comenzando a caminar por el sendero del cultivo, esa idea era aterradora.
Li Shen no respondió de inmediato.
—Todos… tenemos batallas internas. —Fue todo lo que dijo.
Después, se levantó lentamente de su sitio. Su túnica negra se agitó con el viento, y su figura parecía más alta, más imponente que nunca. Sin una sola palabra más, caminó hacia el pabellón de meditación, sus pasos resonando como campanas huecas sobre el piso de piedra.
Li Tian lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre las columnas.
Entonces… dejó salir el aire que no sabía que estaba conteniendo.
Yuan'er lo miró.
—No te parece… extraño?
Li Tian no respondió.
No porque no tuviera una opinión. Sino porque, en el fondo, ya la tenía desde el momento en que el sirviente habló.
No habia sido una muerte cualquiera. No era casualidad. No era el destino jugando con los dados del dao.
Fue una consecuencia.
Y quizás, solo quizás… él había tenido algo que ver.
Suspiré y miró al cielo. Las nubes se deslizan lentamente, como si el mundo sigue sin prestar atención a los dramas de los mortales.
Horas más tarde, Li Tian se encontraba solo en su habitación.
Yuan'er dormía en la contigua, exhausta por el día emocional.
Él, sin embargo, no podía cerrar los ojos.
Sentado sobre su cama, con las piernas cruzadas, meditaba… pero no buscaba qi. Solo buscaba calma.
Pero la calma no venía.
La escena volvió a su mente como un pergamino espiritual grabado a fuego. Las palabras del sirviente. El rostro de Li Shen. El impacto de Yuan'er. El silencio.
Y entonces, una frase enterrada bajo capas de pensamientos emergió con claridad:
“Pequeño Tian… esa túnica… tiene manchas de sangre.”
La voz de Li Li volvió como un susurro fantasmal.
Li Tian apretó los dientes. Cerró los puños.
Recordaba con demasiada precisión la conversación que había tenido con la anciana Li justo el día anterior. La forma en que ella le contó su pasado. Cómo habló de Ling Chen, del exilio, del hijo nacido del amor y la culpa.
Y cómo, después de tantos años, esa verdad había salido a la superficie.
Una verdad que ella había ocultado incluso a su propio hijo.
Una verdad… que él le había forzado a enfrentar.
No era su intención. Solo había buscado saber. Comprender.
Pero ahora, sabía que la verdad puede ser una daga.
Y que una sola palabra... puede despertar un demonio interno.
No necesitaba que Li Shen se lo explicara. No necesitaba los manuales del clan. Ya había leído lo suficiente en su vida anterior para saber lo que implicaba una desviación de qi.
Rencor. Dolor. Culpa.
Una sola chispa de esos sentimientos, si no se controlaba… podía volver el dantian en un pozo de veneno. Las venas espirituales se rompían, la conciencia se enturbiaba. El qi se envenenaba.
Y cuando eso pasaba... no había retorno.
Li Li había muerto sola, en silencio, en la misma casa donde su hijo comenzaba a florecer.
Y esa muerte, aunque nadie más lo supiera, tenía su sombra proyectada sobre ella.
—Tsk… —chasqueó la lengua, bajando la mirada.
No lloró. No se derrumbó. Era un cultivador, o al menos, estaba en camino de serlo. Las lágrimas no sanaban el karma.
Pero sentí culpa.
No como un niño, sino como alguien que entendía que incluso los actos más inocentes… tienen precio.
Apoyó la frente sobre las rodillas.
No se disculpó. No se confesó.
Solo lo prometí.
"Usaré lo que aprenderá. No dejaré que su historia muera con ella".
Entonces, y solo entonces, cerró los ojos.
La noche era larga.
Y el corazón de un cultivador… jamás descansar por completo.
La noche cayó como un velo negro sobre la mansión de Li Shen.
Pero el silencio del lugar no era como el de otras noches.
Esta vez, no era paz. Era luto.
El patio estaba desierto. Los pabellones respiraban una quietud tensa. Incluso las lámparas de jade espiritual parecían emitir una luz más tenue, como si el dolor de la residencia se hubiera filtrado en sus llamas.
Li Tian permanecía sentado en el umbral de su habitación. Frente a él, un incensario humeaba lentamente. Cada bocanada era como una serpiente blanca que se elevaba en el aire… y desaparecía.
Sus ojos estaban fijos en el cielo. No pensaba. No hablaba. Solo existía en ese instante.
Las palabras del sirviente aún resonaban.
"La anciana Li murió esta mañana. Por una desviación de qi".
Él sabía lo que significaba. No necesitaba confirmarlo. Había leído tantas novelas, estudiados tantos mundos ficticios, que entendía bien el funcionamiento del cultivo.
La desviación de qi no era un accidente.
Era un reflejo del corazón.
Y si ese corazón albergaba emociones demasiado pesadas —rencor, culpa, dolor reprimido, arrepentimiento—, esas emociones tomaban forma. Como sombras invisibles que invadían los canales espirituales. Como demonios internos que desgarraban desde dentro.
No era el qi el que mataba.
Era uno mismo.
"Pequeño Tian... esa túnica... tiene manchas de sangre..."
Grabó esa frase. El temblor de su voz. La mirada entre la lucidez y el derrumbe.
Li Li había contenido todo durante años. Su historia con Ling Chen. El repudio del clan. El aislamiento. El desprecio disfrazado de respeto. Y luego, él, Li Tian, un niño que no comprendía del todo, soltando la verdad como si fuera agua clara, sin saber que era veneno para quien la bebía.
No era responsable, se repetía.
Pero… sí se sintió culpable.
Apretó los dientes.
No lloró.
Hasta que…
Pasos suaves rompieron el silencio. Li Shen apareció en el pasillo, caminando con la espalda recta, las manos traslúcidas por la tenue luz del farol.
Lo miré desde la distancia.
Y Li Tian, instintivamente, fingio llorar.
Bajó el rostro, hizo que su cuerpo temblara levemente y dejó que unas lágrimas silenciosas resbalaran por su mejilla. No era una actuación perfecta, pero tampoco era mentira. En su interior, el remolino de emociones bastaba para alimentar la escena.
Li Shen se detuvo frente a él. Lo observaron unos segundos sin decir nada.
Luego, se arrodilló a su lado y le colocó una mano en el hombro.
—Tranquilo, pequeño Tian… —dijo con voz baja, paternal, más cálida que cualquiera que hubiera usado antes—. Tu tía Li fue una gran mujer… en toda su vida. Aun cuando el clan le dio la espalda, ella no cambió su corazón.
Li Tian se acercó muy suavemente, con los ojos aún bajos.
Li Shen suspir, como quien carga sobre los hombros los errores de generaciones. Se incorporó y volvió a caminar, dejándolo solo una vez más.
Pero no todos se alejaron.
A pocos metros, desde la sombra de una columna, Yuan'er observaba en silencio.
No sabía que Li Tian estaba actuando. Tampoco lo hubiera creído si alguien se lo decía. Para ella, esas lágrimas eran verdaderas. Genuinas.
Y le dolían.
Sintió que algo se agitaba dentro de su pecho, como un hilo que se tensaba suavemente y luego se anudaba sin remedio.
Recordó la primera vez que vio a la anciana Li.
Cómo, a pesar de que ella era una niña sin apellido, sin dantian despierto, sin recursos, la anciana le ofreció una cama y un cuenco de arroz caliente.
Recordó cómo Li Li hablaba de Li Tian con un orgullo sincero, como si fuera su único sol.
Recordó cómo ella misma había sido aceptada como discípula de Li Shen… gracias a esa misma mujer.
Y ahora…
Ahora se había ido.
No por vejez. No por una herida.
Sino porque su alma se desbordó por dentro.
Yuan'er presionó los labios, clavando las uñas en la manga de su túnica. No podía evitarlo. Las emociones se arremolinaban como una tormenta dentro de su pequeño pecho.
—Hermano Tian… —susurró sin darse cuenta.
Y en ese instante, tomó una decisión.
Un juramento que no necesitó palabras, ni sellos, ni testigos.
“Protegeré al hermano Tian… para siempre.”
No porque se lo pidieran. No porque alguien esperara eso de ella.
Sino porque alguien la había protegido antes.Y ahora… esa persona se había ido.
El mundo del cultivo era frío.
Lo sabía. Lo sentía.
Pero en medio de esa frialdad, había vínculos que podían forjarse como acero.
Y ella, Yuan'er, había decidido que sería fuerte. No por orgullo. No por ambición.
Sino porque alguien debía proteger a Li Tian… si él algún día ya no podía hacerlo por sí mismo.
Sus pasos se alejaron en silencio. Nadie la vio volver a su habitación. Nadie notó que, al cerrar la puerta tras ella, abrió el primer manual básico del clan sin que nadie se lo ordenara.
Por primera vez, no necesitaba que alguien la guiara.
Ella misma había comenzado un cultivar.