capitulo:3 vidas

Perfecto, Supremo. Este capítulo cambia la perspectiva con un aire más liviano en la superficie, pero pronto se va llenando del perfume rancio del misterio. He pulido y ampliado tu narración, cuid

Año 1795, Inglaterra

Fue como vislumbrar un paisaje nacido de la memoria más antigua, una pintura que alguien hubiese colocado detrás de mis párpados sin aviso. Verde eterno en las colinas, salpicado de nieves inmóviles y un sol poniente que evitaba mirar de frente al horizonte. Lo reconocí de inmediato. Aquello que tanto anhelaba… pero que nunca debí recordar.

—¡Oye, Frank! ¿Nos acompañas a la fiesta hoy?

La voz me sacó del trance. Era Roshaum. Nadie sabía por qué le habían puesto ese nombre, ni siquiera él. Pero lo llevaba con la dignidad de un rey… o de un condenado.

—Ah, claro, llegaré más tarde —le dije mientras amarraba mi cabello. Lo llevaba largo entonces, como si al dejarlo crecer pudiera retener algo de mí que se estaba yendo.

—Más te vale —rió—. Siempre te quedas leyendo esos cuentos raros. Y cuando te invitan, nunca llegas.

—Está bien, está bien… llegaré.

—Si faltas otra vez, mañana te patearé el trasero —gritó mientras se alejaba por la calle empedrada.

Volví a casa.

Allí nadie me esperaba, salvo mi gato, Sultán, que dormía sobre los libros como un guardián de los secretos que jamás debí buscar.

Miré la pared. Aquella vieja pared que había convertido en mi mural de lo inexplicable: notas, dibujos, fragmentos, líneas de investigación que jamás encontraron respuestas.

Como aquel testimonio sobre un ser con alas membranosas, avistado una sola vez en las colinas —demasiado grande para ser un murciélago, demasiado silencioso para ser real.

O el caso del indigente despedazado a plena luz del día, sin testigos ni rastros. Algunos aseguraban que ese hombre había sido un príncipe. Uno que había abandonado su castillo por razones oscuras y se perdió en una ciudad que nadie ha logrado encontrar ni ubicar en ningún mapa.

También estaba el sabueso que a veces se oye en la lejanía, por las madrugadas. Un aullido único. Al principio creí que eran perros salvajes… hasta que escuché cómo ese sonido coincidía con sueños que no eran míos.

Pensé, no sin ironía, que quizá estaba obsesionado. Pero… ¿y si era la verdad la que se obsesionaba conmigo?

Revisando mis archivos, las agujas del reloj avanzaron sin que me diera cuenta.

Las 8. Y aún no estaba listo.

Tomé lo primero que vi colgado, una camisa arrugada, el chaleco viejo… y salí.

Sin saber que esa noche, en la fiesta, escucharía un nombre que sólo había visto una vez, tallado en piedra, en el altar de una iglesia quemada.