capitulo:4 ente no identificados

—Hmm... ¿Qué es esto?

Debí haberlo dejado allí.

Si no trabajara en una biblioteca universitaria, habría pensado que era el delirio de algún ocultista aficionado. Pero no. El papel era auténtico. Viejo. Las letras estaban escritas a mano con una tinta oscura que parecía haber sido absorbida por el tiempo mismo.

Abrí aquel extraño cuaderno de tapas desgastadas.

Tenía un olor leve a humedad, pero también algo más... como tierra removida hace poco. O como esas habitaciones que no se han abierto en décadas.

“Diario de Frank. Año: 1795. Inglaterra.”

Pasé la primera página con un cosquilleo incómodo.

“Mi primera semana en Inglaterra...”, comenzaba.

> Hoy fui a una fiesta a la que me invitó mi amigo Roshaum. Aunque llegué tarde, logré entrar. La casa estaba decorada con guirnaldas blancas y un aire tenue de vino especiado lo invadía todo. Me mantuve al margen. El vino no lo probé. Algo en su aroma me pareció... ajeno.

Cerca de las dos de la madrugada salí. La noche era hermosa. El cielo despejado permitía que la luna llenara el pueblo con su pálida presencia. Me senté un momento en un pequeño montículo de piedras frente a mi casa. Siempre me gustó ese sitio; allí la luna golpea con fuerza.

Fue entonces cuando la vi.

A lo lejos, más allá del pueblo, la colina... la colina maldita, como algunos la llaman, donde decían que algo con alas membranosas fue visto una vez.

Pensé que el sueño me estaba jugando una broma. Pero no. Vi una silueta alzarse, inmensa, imposible de medir, con una lentitud casi ritual. Algo colgaba de sus garras. No podría jurarlo, pero parecía un cuerpo... humano. O de algún animal enorme.

Lo observé hasta que desapareció entre las nubes.

¿Estaba soñando? ¿O esas antiguas historias eran reales?

Cerré el diario por un momento. Mi pulso había cambiado.

No por lo que decía, sino por la forma en que lo decía. Había algo genuino en esas palabras. Algo demasiado sincero... como el último pensamiento antes de perder la razón.

—Vaya, Frank… sí que estabas obsesionado con los mitos y lo oculto —murmuré, quizás para romper el silencio.

Pero no lo devolví a la estantería.

Me lo llevé a casa.

Solo por esta noche, pensé.

No sabía que ese acto —el simple acto de leer algo que debía permanecer cerrado—

era suficiente para que algo comenzara a verme a mí...