Capítulo VII: A través del papel
[Entrada del diario – Año 1795, Inglaterra]
> Hoy intenté levantarme, pero no pude. Algo me sostenía. No físicamente —no era el cuerpo lo que no respondía— sino la mente. Sentía que flotaba en mí mismo, pero con peso. Como si mi conciencia estuviera... emparedada.
Abrí los ojos, o creí hacerlo. Vi mi cabaña, vi la luz de la lámpara casi consumida, vi a Sultán, mi gato, dormido cerca de mis pies. Pero todo estaba cubierto de una niebla fina, como una pintura recién barnizada. Los sonidos eran lentos. Lejanos. Como si vinieran de detrás de una pared de agua.
Moví la mano con esfuerzo. Quería escribir. Necesitaba dejar constancia de esto, como fuera. No sé si alguien más lo leerá. No sé si alguien más podrá entender.
Algo me está mirando, pero no desde este mundo. Lo sé porque, cada vez que intento concentrarme, mi visión se desvía sola hacia la colina. Siempre hacia la colina. Aunque cierre los ojos.
No sé si esto es sueño o vigilia. Y eso es lo que más me asusta.
[Presente – Biblioteca en Rusia]
Pasé la página con lentitud.
No sé cómo explicarlo, pero por un momento, al leer esas líneas, sentí un cosquilleo en el pecho. Como si algo en mí también estuviera atrapado. Como si una parte de mi mente —esa parte que uno nunca usa— hubiera respondido al llamado de Frank.
Seguí leyendo.
> Si alguien encuentra esto... si alguien lo está leyendo ahora… sepa que aún estoy aquí. No sé cómo. No sé en qué forma. Pero estoy aquí. Porque esto que empecé a escribir no fue solo una crónica. Fue un puente. Un hilo. Una cuerda que me une a lo que vendrá.
Me detuve. Cerré el diario de golpe.
La habitación estaba en silencio, pero de algún rincón —quizá de la silla donde dormía Bastión— me pareció oír un sonido suave. Un susurro breve. Como el roce de páginas al moverse solas.
—Bastión... ¿escuchaste eso?
El gato me miró, parpadeó con desinterés y volvió a acomodarse. Pero el silencio no volvió a ser el mismo.
Abrí el diario otra vez, como si una parte de mí ya no pudiera resistirse.
[Entrada del diario – aún 1795]
> Hoy comprendí que los mitos no son falsos. Son verdades tan antiguas que se esconden detrás de palabras nuevas. Por eso nadie los recuerda. Porque no saben cómo nombrarlos.
Cerré los ojos. Respiré hondo. No sabía si estaba siendo sugestionado… o si esa escritura estaba haciendo algo más. Algo más que ser leída.
Apagué la lámpara de escritorio.
No por miedo.
Por respeto.
Como quien cierra una puerta con cuidado, sabiendo que al otro lado no hay vacío, sino algo que escucha.
---