No lo voy a negar, era otro día más como cualquiera. Sin nada interesante que no fuera mi rutina diaria de ir a las clases en la universidad y de regreso a casa.
En la inscripción de las materias de mi segundo año, y por llevármelas de que podía con carga adicional de materias del tercer año, no me di cuenta de que seleccioné matemáticas avanzadas como la última clase del día. Por culpa de mi pobre decisión, no lograba poner mucha atención a la clase por estar luchando ya sea contra el hambre o el sueño. No los voy a aburrir con detalles de las clases, porque sé que no han venido a eso y es irrelevante.
Ya sea por desgracia o por bendición, la universidad a la cual asistía estaba a cinco cuadras de mi hogar. A pesar de vivir en una ciudad llena de colinas, era fácil llegar a mi alma mater. La mayor parte del camino era en bajada, pero el regreso a mi hogar, bueno… se podía considerar un buen ejercicio.
El camino a la universidad se simplifica en: al salir, a la derecha; dos cuadras hasta la calle principal, famosa por sus negocios de comida que cumplían con las tres B: Buenos, Baratos y con porciones Bastante grandes, por no decir Bueno, Bonito y Barato. ¡así me mantenían bien alimentado!
No podemos omitir la cantidad de farmacias entre los negocios de comida… por aquello de las indigestiones.
En la calle principal, doblaba a la derecha y caminaba una cuadra más hasta llegar a la avenida principal, al no haber semáforos, cruzarla era toda una odisea…
Pensándolo bien…
No vale la pena describirlo todo, ya que mi madre dice que soy pésimo dando direcciones y los puedo confundir. Solo diré que la universidad estaba a la par del cementerio general.
Y sí, hay muchas historias en la universidad acerca de fantasmas, cosas metafísicas o misterios, que a mí me vienen sobrando. Ahora que ya tienes una vaga idea de adonde está lo que para mí era lo más significativo del barrio, regresemos a lo importante.
Cuando terminó mi día de clases, decidí regresar a mi casa para ver un par de capítulos de anime antes de seguir con los trabajos universitarios.
Silvia, mi amiga de infancia, me había invitado a verla jugar fútbol. Conocía la importancia del partido y quería acompañarla. Lo malo era que, para ir a las canchas, tenía que enfrentar por más tiempo a mi enemigo: La colina. Era algo espantoso que tenía que subir, y que consumía mi preciado tiempo. Ni modo. Al mal paso, darle prisa.
Subiendo a la velocidad del caracol, me di cuenta de que al otro lado de la calle estaba una chica que era muy parecida a un personaje de una serie de anime que yo miraba. Era probable que fuera una cosplayer. Parecía distraída, como si estuviera perdida, y yo, como todo adolescente cliché con las hormonas alborotadas y seguro de mí mismo, crucé la calle para saludarla. Le tomé la mano y la besé. Para mi sorpresa, me correspondió con un beso en la mejilla…
…No, la verdad no ocurrió eso. No les voy a mentir. Lo que hice, como todo adolescente que no sabía que quería en la vida, me quedé viéndola, pensando cualquier estupidez.
—Hola José, ¿Qué estás pensando? —dijo la voz de una chica que me hizo regresar a la realidad. Reconocí esa voz, era Silvia, mi amiga de años, mi casi confidente y en ocasiones la piedra en el zapato que me estorbaba y dolía cuando menos lo esperaba.
—¿Eh? Nada, solo estaba viéndola, está vestida como Rikka —respondí señalando a donde estaba la chica que me hizo fantasear un rato.
—Pues yo no miro a nadie allí. Así que… ¿Irás conmigo al partido de futbol, o irás a tu casa a ver el anime de tu waifu?
Tenía razón, no había nadie. Odiaba la forma en la que decía waifu. No entendía por qué lo decía tan despectivamente, si también a ella le gustaba el anime. No era tan devota como yo, pero sé que le gustaba. Dejé de ver hacia donde creí ver a Rikka para mirar a los ojos claros de Silvia y su rostro con acné.
Por más que le decía que tenía que comer menos grasas para evitar su problema, no me hacía caso, y no la culpo, éramos amantes del tocino.
Ya estaba lista con el uniforme de futbol de su equipo. Por más que le insistía que no llevara sus tacos puestos porque se le gastarían más rápido, no me hacía caso y su respuesta era siempre la misma, «si, como no, además el camino a la cancha es de tierra». Tenía razón, solo había un tramo de la U al muro que estaba pavimentado con concreto, y la parte de tierra era cuesta arriba en donde sus zapatillas de futbol le daban más tracción.
—No lo sé —respondí a su pregunta de acompañarla al partido—, tengo muchas cosas que hacer, y mañana tengo una entrevista de trabajo. Mi papá me dijo que tengo que trabajar y estudiar para tener mejores oportunidades en la vida.
—Los papás siempre dicen lo mismo —dijo encogiendo los hombros—. Vamos, acompáñame, te caerá bien el ejercicio —me dio un pequeño empujón en el hombro, no fue un empujón fuerte. Odiaba que hiciera eso.
—No tengo los zapatos correctos, tendría que ir a mi casa a cambiarme y si llego no me dejarán salir de nuevo.
—Solo eres excusas, José —dijo decepcionada—, bueno, me voy para la cancha, allí estarán las chicas.
Silvia me tomó del brazo, como si fuéramos pareja. Me sorprendió ya que esta era la primera vez que lo hacía.
Comenzamos a caminar juntos colina arriba, pasando por el camino de tierra que no quería recorrer. Cuando llegamos al punto donde tomaríamos caminos diferentes, Silvia me soltó el brazo y me dijo que nos veríamos pronto, pero antes de despedirme le pregunté:
—¿Allí estará Susana?
—Sí, allí estará, pero mientras no bajes esa pansa que tienes, ella jamás te hará caso. Le gustan los six pack y no los barrilitos —respondió mofándose de mi físico y dándome un par de suaves palmadas en mi estómago.
—No seas así, que mi panza es hereditaria.
—Bueno, nos vemos luego —se despidió dándome el abrazo de costumbre. Al soltarme corrió cuesta arriba como una gacela.
En verdad, Silvia era una excelente corredora. No sé cómo es que le gustaba ser la portera del equipo de futbol de la universidad si podía correr tan rápido. Para mí, debería ser la delantera del equipo o atacante.
Crucé la calle como pude, esquivando los vehículos que transitaban a altas velocidades. No tardé mucho en encontrarme de nuevo con la chica del cosplay de Rikka en la zona, parecía estar caminando sin ningún rumbo específico.
Tomé fuerzas para hablarle, más que sería la primera vez que le dirigiría la palabra a un desconocido por mi cuenta. Siempre he platicado con las amistades de otros y jamás he iniciado una conversación a un desconocido. Tomé valor y bueno… a saludarla.
—Hola, qué cosplay más cool, ¿estás bien? —dije hecho una bola de nervios. Total, un rechazo más… no me afectaría…
—Al fin alguien que habla trøndersk —dijo la chica de cabello largo. Parecía tener un cuerpo fornido. Su expresión en el rostro cambió, se miraba más aliviada.
—¿Tenders? —traté de repetir lo que dijo, consciente que no sabía qué dije.
—¿Norsk? erm… ¿Østnorsk? ¿noruego?
—No… pero… Estamos hablando Náhuatl.
No entendía por qué me preguntaba en náhuatl si hablaba noruego, quizás le era más fácil, o tal vez era su primer idioma. En fin, no importaba, era bonita; con cabello largo y negro, con ojos azules. Una combinación mortal para mí.
Me miró tal que daba la impresión de que no creía en lo que le decía.
—Lo importante es que me entiende —dijo mientras miraba hacia todas direcciones, parecía estar buscando algo—. Respóndame, ¿dónde estamos?
—En Cuscatlán.
—¿Cuscatlán? ¿En el Sur?
—Sí.
—¿Están en guerra con el norte?
—¿Con el norte? No, hasta donde entiendo no estamos en guerra con ningún país.
—Entiendo —dijo después de un suspiro tomando una postura militar. Me daba la impresión de que estaba en el papel del personaje—. Le pido disculpas joven ciudadano por mi comportamiento. Solicito su ayuda.
—Sí, con gusto, ¿en qué te soy útil? —contesté, mientras mi mente estaba procesando miles de pensamientos y de preguntas que quería hacerle.
—Necesito que me lleve a un lugar dónde pueda encontrar raciones alimenticias —respondió, era notorio que su acento no era local, ni la forma de construir las frases.
No tenía la menor idea de donde llevarla, a pesar de que conocía muchos lugares de comida. Mi economía en ese momento no era buena. Nunca me preocupé por cargar mucho dinero, ya que mi vivienda estaba cerca.
Llevarla a mi casa no era una opción, no con mi mamá allí. Podríamos ir a las canchas de futbol y pedirle dinero prestado a Silvia. Si llegaba con esta chica que no sabía su nombre porque por pasmado no se lo había preguntado aún, podría poner celosa a Susana y no quería que se enojara conmigo...
No lo negaré, Susana era mi amor platónico. Tenía una hermana gemela llamada Jésica, quien solía ser reservada y con una mirada tierna. Para mí era fácil identificar a una de la otra, ya que Susana tenía un fleco de cabello con punta y Jésica lo tenía recto.
Al igual que Silvia, usaban el pelo corto, con la diferencia de que no lo tenían alborotado como el de mi amiga de infancia.
—No hay problema, yo le ayudo —respondí—, em, ¿cómo te llamas?
—Soy la teniente Brenda Oddsdóttir, al servicio de la comunidad.
—Em, bien, creo que te llamaré solo con Brenda, si no te molesta —respondí. En realidad, no entendí su apellido. Con el acento que tenía y su nombre me quedo muy claro que no era de la zona. Aun así, su cosplay me tenía intrigado—. Sígueme, Brenda, te llevaré a mi casa, está muy cerca de acá. Allí te podemos dar algo de comer y de tomar… No creo que a mi madre le moleste —no sé qué era lo que estaba pensando y haciendo, mi madre me mataría si llevase a una chica sin informarle antes. Bueno, ya abrí mi boca, ni modo, a pedir perdón.
—Gracias, me encargaré de que su ayuda sea recompensada.
—No hay problema, no es necesaria ninguna recompensa, es un gusto ayudar a una chica otaku —dije mientras nos dirigíamos hacia mi casa, pensaba en que esta chica, Brenda, se tomaba muy en serio su papel. Llegué a pensar en que tal vez me estaban jugando una broma, aunque parte de mi esperaba que no lo fuera. Mientras caminábamos me di cuenta de que el uniforme de las fuerzas de combate de la guardia de Ælagar, no era del todo correcto—. Oye, me agrada tu cosplay, aunque las botas que tienes no son las adecuadas. Deberían ser de color café, y no botas estilo militar como las que tienes.
No escuché ninguna respuesta. Miré hacia atrás… ella ya no estaba allí. No negaré que me molesté y que me sentí tonto. Bueno, no me quedaba más que ir a mi casa. Al final de cuentas solo fue otro rechazo más por ser otaku… en fin.
En el camino a casa, pasaba frente a una cafetería de la que emanaba un sabroso olor de granos de café recién molidos. El aroma me hizo recordar que mi madre me había encargado que le comprara su habitual café latte. No podía quejarme ya que era mi culpa haberla mal acostumbrado a llevarle siempre uno. Aclaro, no es queja, era mi madre y de alguna manera tenía que consentirla.
No tardé en llegar a mi hogar y, como de costumbre, saludé a mi mamá que ya me estaba esperando en la puerta diciendo que el aroma del café la estaba llamando. Le entregué la bebida y se dibujó en su rostro una sonrisa mientras lo olía.
Me fui a mi cuarto, satisfecho de que mi madre estaba feliz con su acostumbrado café y pan dulce. Me conecté a internet para buscar información de la tal Brenda como un personaje de las «Crónicas de Ælagar». Busqué por horas y no parecía existir ninguna información relacionada a ese nombre. Solo encontré los acostumbrados datos detallados de Rikka, su arco en la historia, sus frases más comunes, muchas fotos oficiales y de fans donde dejaba poco a la imaginación, bueno, un poco de todo. Pero jamás sus datos personales, estos siempre aparecían como desconocidos o clasificados.
Era probable que Brenda, si es que se llamaba así, hubiese creado un personaje basándose en Rikka, y que me había dado su nombre real. Busqué a Brenda en las redes sociales comunes, con la idea de saber quién era, por desgracia, no encontré nada. Parecía que no existía en el mundo digital o tenía su perfil en modo privado. ¿Qué sé yo?
—José, te buscan —gritó mi madre.
—Ok, ya voy —respondí gritando en afirmación.
Salí de mi habitación para ir a la sala de estar a recibir la visita, era Silvia. Qué decepción, me hubiera gustado que fuera Brenda… Bueno, los hubiera no existen, y más aún que ni siquiera le di mi nombre o mi dirección.
—Silvia, ¿Qué te pasó? —pregunté al ver que tenía la rodilla derecha ensangrentada.
—Hola José, lo del gasto. No es nada grave, sé que sanará pronto y son mis cicatrices de batalla —respondió tan jovial como siempre.
Mi madre regresó con gasas, algodón y alcohol. Observó a Silvia decepcionada y le dijo después de suspirar:
—Ay, mi muchachita, no te preocupes, yo te curo. Te va a doler un poquito —dijo mientras aplicaba alcohol en un algodón con el que le limpió la herida. Era notorio en el rostro de Silvia que le dolía, pero aun así parecía disfrutarlo. Masoquista— ¿Cómo te hiciste esa cortada? Hijo, tráele agüita a Silvia.
—Sí, mamá —contesté como todo un hijo obediente, cuando le conviene.
—Llegó Omar con su nueva patineta a la cancha de básquet, se la pedí prestada, y al querer hacer un frontside caí mal —dijo Silvia.
—¿fronsai? —repitió mi madre.
—Mamá, un frontside es un tipo de salto en patineta —dije desde la cocina mientras preparaba el vaso con agua para Silvia.
—Mi niña, ya te dije que no te metas a hacer cosas de hombres —dijo mi madre, quien aún pensaba con conceptos de la vieja escuela—. Mírate, pareces niño con pelo largo, tienes más músculos en las piernas que mi hijo.
—Pues sí, Mamá, ella es jugadora de futbol, y tiene no sé cuántos trofeos de atletismo —traté de defenderme de una verdad, porque no hacía ni lo más mínimo de ejercicios; solo estudiaba, comía, miraba anime, una vida sedentaria al máximo.
Aunque amaba mucho a mi mamá, estaba empezando a cansarme de sus comentarios, que eran sermones encubiertos. No podía dejar de aprovechar la ocasión, cada vez que Silvia llegaba con un raspón después de andar en patineta o jugar fútbol, para decirme que ella era más fuerte que yo o que debería estar más pendiente de su salud. Parecía estar obsesionada con que yo debía cuidarla y protegerla.
Por alguna razón, mi madre tenía la idea de que Silvia y yo éramos novios y que nos casaríamos en el futuro. Por más que intentaba hacerle entender que solo éramos amigos, no parecía querer escuchar.
No quiero decir que Silvia fuera fea, para nada, solo que no era mi tipo. Era muy atlética, ya que siempre estaba haciendo deportes, era más baja que yo y solía llevar el pelo corto y la mayor parte del tiempo alborotado. Cuando usaba shorts, siempre atraía miradas. Le di el vaso con agua y lo bebió en casi tres sorbos.
—Silvia, si quieres, quédate. Parece que va a llover recio —dijo mi mamá—. Puedes quedarte a cenar y a dormir.
—Gracias, Tía, pero no será necesario —respondió Silvia. Por los años que teníamos de conocernos, ella solía llamar Tía a mi madre—. Creo que lograré llegar a mi casa antes de que empiece a llover.
—Insisto, quédate. Yo le digo a mi esposo que te lleve mañana en la mañana. Le puedo hablar a tu madre y decirle que te quedarás con nosotros.
Para mi suerte, a Tlalok se le ocurrió que era bueno que comenzara a llover. Por la insistencia de mi madre, Silvia aceptó quedarse. Eso quería decir que me tocaría dormir en el sofá de la sala. Aunque mi madre quería que nos casáramos, no dejaba que durmiéramos juntos. Era una fiel creyente de que un hombre no se debe acostar con una mujer fuera del santo matrimonio.
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El olor a tierra mojada llenaba el ambiente y la lluvia fue incrementando a la misma velocidad que el cielo oscurecía.
No me quedó más que encender la televisión para que Silvia se entretuviera mientras yo estudiaba. Me era muy difícil repasar mis clases o avanzar en el proyecto de fin de ciclo cuando ella estaba alrededor. Solía interrumpirme mucho para llamar mi atención y que la acompañara a ver la tele. Sus notas no eran de las mejores y no le gustaba ver sus cuadernos después de clase, aun así, no sé cómo es que no reprobaba materias. El deporte era su vida, y al estar en diferentes carreras, no podía ayudarle con sus materias.
Yo no le encontraba mucho sentido a la carrera que estaba estudiando cuando podía dedicarse al deporte al 100%. Acá en Cuscatlán, las carreras deportivas pueden ser muy exitosas y dar un buen ingreso económico. Ella defendía sus estudios diciendo que servían para darse a conocer en el medio, y tener la oportunidad de entrar a empresas relacionadas con a Radio, Televisión, Traducción de series, entre otras cosas. Su sueño era trabajar detrás de cámaras en cine, TV o en doblaje de voz.
No tardé mucho en finalizar los estudios del día, los cuestionarios estaban listos y el borrador de la idea principal del planteamiento del proyecto de fin de ciclo estaba completo. Satisfecho, me fui al sofá para ver la Televisión. Silvia estaba sentada a la par mía y no tardó en recostarse, poniendo su cabeza en mis piernas, de la misma manera que siempre lo había hecho desde que éramos pequeños.
—¿Cómo quedaron en el partido? —pregunté mientras le acariciaba el pelo. En ocasiones pensaba que se miraría mejor si se dejara el pelo largo. Aunque por la forma de su rostro, el corte de niño no se le miraba tan mal después de todo, Su cabellera era clara, aunque en ocasiones se miraba gris cuando le pegaba el sol de cierta manera, no sé cómo explicarlo. Creo que, si se dejara el pelo largo, al menos hasta los hombros, haría que se destacaran sus ojos claros.
—Ganamos por default —respondió después de un chasquido con la boca—. Fue una basura —suspiró—, no llegó el otro equipo… por eso me fui al parque donde estaba Omar —se sentó y me abrazó, acercándose a mi oído para susurrarme algo—. Creo que Omar, le quiere caer a Susana —cambió su posición en el sofá, alejándose de mí para poner sus piernas sobre las mías—. Allí estaba con todo. Si te descuidas, te quedarás solo… aunque siempre estaré yo… —dijo en un tono más serio. De la nada, me dejó ir un fuerte golpe en el hombro—… para molestarte —y se carcajeó mientras se recostaba en mis piernas de nuevo—. Porfis, quiero piojitos.
Obediente, le comencé a acariciar el pelo mientras mirábamos televisión y sentía dolor en el hombro. Se le había pasado la mano y me había pegado fuerte. Creí escucharla decir que no le molestaba mi pancita, pero no estaba seguro si lo dijo en serio o para mofarse. Podríamos decir que mi amistad con Silvia era una «Amistad Dolorosa», no porque fuera mala persona o me dañara a nivel sentimental, sino por su costumbre de pegarme en el hombro.
Comenzó el noticiero de las nueve de la noche. No le presté mucha atención, pero mencionaron algo de una, no sé qué solar, calculaban que sería la más grande de la historia y que podría ser peligrosa. Decían que no nos preocupáramos porque no corríamos peligro, y que nos mantendrían informados del desarrollo del evento.
Como de costumbre… Silvia ya se había dormido. Así que quité el noticiero cuando hablaban de las figuras de Nazca, y me puse a ver anime.