3. ¿Cuál es tu historia, Brenda?

No logré recordar lo que había soñado, solo que me desperté de golpe al sentir que estaba en caída libre. Algunas personas comentaban que esto ocurría cuando tu espíritu abandonaba el cuerpo. Creo que a esto le llaman «Desdoblarse». Estas mismas personas decían que si el espíritu se alejaba mucho del cuerpo podría perderse en la basta eternidad. Otros expresaban que esto no era posible ya que el alma está conectada al cuerpo por un hilo, algo así como el cordón umbilical. De igual manera, tuve esa sensación de que caía sobre la cama, en este caso el sofá.

Desperté en mi casa en Cuscatlán con las manos frías por la experiencia. Aún estaba lloviendo y la temperatura era baja. El ambiente tenía poca luz natural, pero lo suficiente para distinguir los objetos de la sala. Tenía un dolor de cabeza similar al de una goma, y lo triste era que estaba acompañado de la respectiva sed, más las ganas de orinar.

Mientras descargaba el agua de mi cuerpo, la sensación de que algo estaba mal me acompañaba. No tenía sentido y no podía identificar lo que era. Recordé unas palabras sabias de mi madre:

—Si tienes sed y ganas de ir a orinar, toma agua primero, así no deshidratarás tu cuerpo.

Luego, un misterio susurraba en mi oído: «Recuerda que aún me tienes pendiente el pago de la apuesta». ¿Cuál apuesta? Pensaba, tratando de recordar en qué momento aposté con ella, con… Zafiro.

Fui a la cocina para tomar agua. Aunque bebí mucha, la sed se mantenía, y no recuerdo que hayamos bebido alcohol esa noche. Silvia no lo permitiría, ni tampoco yo sabiendo que tenía una entrevista de trabajo al día siguiente. Vi en el reloj de la cocina que eran las cinco de la mañana. Aún tenía tiempo para dormir un rato más antes de ir a la entrevista.

Caminé a mi habitación en modo automático. Abrí la puerta y allí estaba Silvia, dormida en mi cama, sin camisa, ni sostén, solo en bóxer. Estaba durmiendo boca abajo…

No sean mal pensados, no vi nada de sus pechos, aunque… por primera vez tuve el deseo de verlos. Al sentir que estaba causando efecto sobre mí, cerré la puerta de forma suave para no despertarla. Luego me acosté en el sofá de la sala pensando en que mi madre me mataría si se diera cuenta de que vi a Silvia semi desnuda.

El sofá estaba frio. ¿Será que tardé mucho, o la noche era más fría de lo que pensaba? Sin nada más que hacer, cerré los ojos. La imagen de la espalda de Silvia no se borraba de mi mente. Quería tocarla… por alguna razón la vi de una forma diferente. No dejé de pensar en ella, hasta que me quedé dormido.

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Estaba solo en un lugar gris por la neblina. A mí alrededor caía una llovizna extraña que lo mojaba todo menos a mí. El olor a moho y tierra húmeda llenaban el ambiente. Para mí, era un aroma agradable que siempre me invitaba a dormir.

Cuando logré enfocar mi vista, me di cuenta de los gruesos troncos de los árboles a los que no podía determinar su altura. Todo parecía estar cubierto por una capa de cenizas que el agua no podía remover.

No había sonidos de animales, ni siquiera insectos. Tenía una sensación de paz difícil de describir a pesar del extraño silencio. Localicé un camino natural entre los árboles y decidí seguirlo. El suelo estaba pegajoso por el lodo frío que cubría mis pies descalzos a cada paso, haciendo difícil avanzar. Después de un momento se escuchó un suave retumbar de truenos a la distancia, como el anuncio de una tormenta.

El camino descendía por una colina. Por suerte el lodo no permitía que me deslizara, aun así, era difícil saber a dónde me llevaba. Algo rozó mi cabeza, fue una caricia suave. Miré a mi alrededor para buscar qué o quién me había tocado, pero aún estaba solo. Me di cuenta de que cada vez que observaba a un lado diferente, todo cambiaba. Aun así, me sentía tranquilo, en paz.

Escuché un sonido amortiguado de algo que golpeó el suelo. Al ver hacia la dirección del sonido observé la silueta de una cabaña. Al llegar a ella me percaté que estaba construida con madera. Era la típica cabaña de montaña de esas que solo son una habitación y una chimenea.

Abrí la puerta que no estaba con llave, claro, antes pregunté si no había nadie, y al no tener respuesta entré. Parecía cómoda y era cálida, pero… de repente todo se tornó negro y tuve de nuevo la sensación de estar cayendo al vacío.

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Abrí los ojos. Todo estaba oscuro y frío, muy frío. No podía moverme. Los sonidos se escuchaban amortiguados. De nuevo se escuchó un golpe. Era muy similar al que sonó antes de que encontrara la cabaña. Todo vibró a mí alrededor, como si algo nos hubiera golpeado.

Sentí ganas de vomitar cuando me di cuenta de que tenía un tubo que entraba en mi boca y que se prolongaba dentro de mi garganta. De nuevo intenté moverme, pero no pude.

—Teniente, aún no hemos llegado aún. Relájese un poco y trate de descansar. No se asuste si no recuerda dónde está. Solo recuerde que fue por decisión propia.

Sentí una presión en mi brazo, luego, como si algún tipo de líquido frío recorriera mis venas. A medida que la sensación recorría mi cuerpo comencé a tener sueño y le agradecí a Morfeo por el descanso que tendría.

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Un golpe fuerte en mi hombro y el reclamo de que ya era hora de despertar hizo que reaccionara. El olor a café fresco y a tocino llenaba el lugar, mi madre ya estaba en la cocina preparando el desayuno. «Qué rico». La sala estaba más iluminada y ya no llovía.

Se escuchaba que alguien estaba en la ducha. Deduje que era mi padre, porque Silvia estaba sentada en el otro sofá de la sala viendo la televisión… Lástima, porque de ser ella la que se estaba duchando, podría haberla visto envuelta en una toalla mientras se trasladaba a mi cuarto a cambiarse. Solía hacerlo porque no le gustaba que la ropa que iba a vestir tomara olor a humedad por estar cerca de la ducha. Cada uno con sus creencias.

—Buenos días, José —saludó Silvia—, veo que has tenido sueños interesantes porque acabas de moverte de forma brusca. Deberías ponerte algo que cubra tus partes privadas, no sé, algún cojín o algo. Cualquiera pensaría que estabas teniendo sueños exóticos.

No sé qué fue lo que me dio más vergüenza, que se hubiera dado cuenta de que amanecí con una erección, como nos pasa a todos los hombres por la mañana; o la forma tan despreocupada en que lo dijo… Espero que no se hubiese dado cuenta de que la había visto semidesnuda la noche anterior en mi cama.

—Perdón —dije—, no me esperaba que estuvieras acá.

—Pues claro que estoy acá, si me quedé a dormir, ¿recuerdas? —respondió de tal forma como para que me quedara claro que me estaba respondiendo lo que era obvio.

—Me refería acá en la sala.

—Ya metiste las patas José, no trates de rescatarte.

—Sí, tienes razón —suspiré—. Buenos días. ¿Ya lista para irte a tu casa?

—Si no te conociera diría que me estás corriendo de tu casa —dijo sin despegar la mirada de la televisión—. Espero que me quede tiempo para terminar de ver el capítulo del anime. No sé qué es lo que le ves de interesante a las Crónicas de Ælagar. Para mí, no es más que otro anime de mechas estilizados que pueden volar, y de dos naciones en guerra por sepa a saber qué.

—No sé cómo explicártelo…

—Inténtalo —dijo y le puso pausa al video de la televisión—. Aclaro, el anime no es malo, me gusta, pero tiene demasiados clichés y parece que se basaron mucho en Código Geass: la rebelión.

—Sé que no es tan profundo como tu amado anime del Alquimista de Metal, ni tampoco una fumada como el Evangelio del Nuevo Génesis. Podíamos decir que es más como la última temporada de los Titanes de ataque, solo que en vez de titanes son mechas, pero no súper robots, más bien como el Siglo Universal Gunboy.

—Si tú lo dices. Lo que no entiendo es la razón por la cual están luchando. Siento que es un odio irracional entre las naciones. No se sabe si es lucha por territorios, por tecnología, por amor… no sé.

—Eso aún no lo han explicado. El anime es bastante nuevo, no ha terminado la primera temporada, y lo único que han mencionado es que la guerra es por recursos. Las teorías dicen que el conflicto empezó por un objeto que apareció en los anillos del planeta.

—¿Por recursos? Bueno, eso deja un par de cosas más claras, pero me deja más preguntas… al final solo es un anime —dijo mientras se acomodaba en el sofá para ya no estar acostada—. Sé que tal vez ni se preocuparán por decir de dónde salen los recursos para construir los mechas, o de cómo es la economía de guerra. Digo, se enfocan tanto en la guerra y en la acción, que no se sabe qué pasa con los civiles, en fin —encogió los hombros—. A todo esto, ¿Por qué Rikka es tu Waifu? ¿Te gusta tanto?

No creo en las casualidades, pero la imagen pausada de la pantalla mostraba el rostro de Rikka, dentro de la cabina de su mecha. Aunque no era el principal, era el personaje que usaban en todos los anuncios promocionales.

—¿Por qué dices que es mi… waifu? —dije mientras me levantaba con la idea de cambiar de tema. No me agradaba mucho que me preguntara de forma tan directa sobre mi waifu. Hoy más que nunca me incomodó, no quería que pensara mal de mí. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué me preocupo por eso? Estiré mi cuerpo y luego arreglé el sofá donde había dormido.

Silvia me ayudó a doblar las sábanas y las llevó a mi habitación. Yo colaboré con la almohada.

—No te hagas José, es obvio que te gusta —dijo Silvia cuando ya estábamos en la habitación. Tienes acá un marco con una foto de ella… digo pues… o sea, no te hagas. Al menos es militar. Es una chica fuerte como te gustan… —flexionó su brazo izquierdo dejando ver que tenía el bíceps definido—. No soy militar, pero sé que soy más fuerte que ella.

—No lo afirmo ni lo niego —dije agachando la cabeza después de ver de forma rápida su brazo. No quería admitir que tenía más fuerza que yo, ni verme debilucho ante ella. Por Dios ¿Qué me está pasando?

—Eres delgado con pancita —dijo Silvia cuando tomó mi brazo y lo presionó. Detestaba que me dijera eso—. Vamos, hazme caso, te hago barra para a ir a un gimnasio. No estas píor, pero puedes estar mejor —Me dedicó una risa suave acompañada por un guiño de un ojo—. Además, mientras te pones en forma yo te protegeré de ella.

—¿Protegerme de ella? Sí solo es un personaje de un anime.

—¿Es tu waifu no? Luego me entenderás —señaló la foto de Rikka—. Sé que es más que eso —comentó entre dientes mientras salía de mi habitación. Se acostó en el sofá donde yo había dormido y siguió viendo la televisión. Me senté en el otro sofá. Tenía una bandita amarilla debajo de la rodilla con corazones de diferentes colores. Me causó gracia que mi mamá le pusiera una de esas cuando tenemos de las normales. Me di cuenta de lo que mi mamá había dicho cuando la curó. Tenía bien torneadas las piernas, y el color canela de su piel se debía al tiempo que pasaba bajo el sol, ya sea jugando fútbol o entrenando con el equipo de natación de la universidad.

—Ya está el desayuno listo —anunció mi mamá.

Mi padre salió de la habitación principal para ir a la mesa del comedor. Silvia y yo fuimos también para disfrutar el desayuno. Mi madre preparó huevos revueltos con tocino, los sirvió junto a frijoles rojos, una rodaja de pan y café.

—José, no se te olvide que tienes una entrevista de trabajo hoy —dijo mi Padre.

—Sé que te irá bien, eres inteligente —dijo Silvia—. Señor López, ¿no será mucha molestia que en vez de que se desvíe del camino a su trabajo para llevarme a mi casa, me quede un rato más? Así puedo acompañar a José a la entrevista.

—¿No tendrás problemas con tus padres por no llegar temprano? —cuestionó mi padre—. De igual forma no me desvío, solo es una cuadra y queda en el camino.

—Amor, Roberto sabe que ella está acá. En todo caso yo les puedo informar de que llegará más tarde. Igual, ¿no lo recogerás más tarde para ir a ver el juego después del trabajo? Puedes llevar a Silvia a su casa cuando te juntes con su papá.

—Sí, es verdad. Siempre tan consentidora con Silvia —dijo mi padre con una sonrisa y guiñando un ojo.

—Sabes que ella es como la hija que no tengo. Además, nos llamamos igual —respondió mi madre tomándole una mano a Silvia, llena de orgullo. Silvia le regresó una mirada cálida, luego me miró con cara de «pórtate bien que tengo a tu mamá de mi lado». Podía ver como Silvia también inflaba el pecho con orgullo. Acá entre nos, no se podía observar con facilidad, porque siempre usaba ropa floja, y cuando estaba en el traje de competencia de natación...hum, bueno, no estaba mal, pero... en fin... en resumen, tenía el cuerpo de una atleta.

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Ayudé a mi madre a levantar los platos de la mesa y llevarlos al fregadero. Silvia se ofreció para lavarlos. Como siempre, no le pesaba contribuir en los quehaceres de la casa. Eso le agradaba a mi madre y a mí me daba más tiempo para estudiar. Se quedaron conversando y yo me fui a bañar para luego arreglarme e ir a mi entrevista.

—Hijo, trata de regresar temprano hoy —dijo mi madre antes de que saliéramos.

—Si, mamá, lo haré.

—Tu hermano Rafael llamará por la noche, y quiere hablar con todos.

—No se preocupe, tía, se lo devolveré sano y salvo —dijo Silvia.

Rafael era mi hermano mayor. Desde que se fue a estudiar al extranjero hace un año, ha tenido la costumbre de llamar al menos cada quince días para ponernos al tanto. A diferencia de mí, el sí fue deportista.

—Qué lástima que no llamara anoche —dijo Silvia—, quería saludarlo. José, ¿crees que Rafa aún tenga abdominales definidos? Mi mano se derretiría en ellos —dijo tocándome el abdomen. No sabía si se estaba burlando de mí.

—No lo sé.

—Vamos, José. Yo te puedo acompañar a un gimnasio. Estoy segura de que te pondrás rápido en forma. Si quieres vemos un par de opciones al salir de la entrevista.

—Está bien… vamos. No sé si la universidad me dará…

—Ya vas con excusas, si yo tengo tiempo tú también puedes, solo organízate mejor.

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Silvia me acompañó en el bus de transporte público que nos llevó a la zona norte de la ciudad. Allí estaba la mayoría de las oficinas centrales de las empresas más importantes de la ciudad. Al llegar al edificio de la empresa que me entrevistaría, nos separamos. Ella se fue a un café que estaba en la primera planta, en donde me esperaría.

No entraré en muchos detalles sobre la entrevista. Salí con esa sensación de que te habías equivocado y que no quedarías en el puesto. De todas las cosas que me preguntaron, hubo una que me llamó mucho la atención. En especial porque la empresa se dedicaba a la venta y distribución de productos químicos.

—¿Si se le diera la oportunidad de participar en alguna prueba que no constituye ningún riesgo para su salud la aceptaría?

A lo que les respondí:

—Si existiera la cantidad correcta de evidencias que demostraran que esas pruebas en realidad no atentarían contra mi salud personal y de las personas cercanas a mí, podría considerarlo.

—Ujum —fue la respuesta del entrevistador y tomó notas.

Luego de eso me despachó diciendo que entrevistarían a más personas y que estuviera pendiente de mi teléfono. Por poco más y me decía: «No nos llame. Nosotros (No) le llamaremos». Nótese el No entre paréntesis.

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Minutos más tarde llegué al café donde Silvia me estaba esperando. Al entrar me llevé una sorpresa. Silvia estaba acompañada por Brenda. Las dos conversaban como si se conocieran.

Antes de sentarme a la mesa con ellas ordené un café, una taza de 12 onzas, en V60. Me encantaba el sabor que este método le daba. Era una taza de bebida aromática, con cuerpo, textura sedosa, acidez y dulzor. Lo sé, «acidez y dulzor» suena contradictorio, pero no tengo otra forma mejor de describirlo.

Si pueden pedir una taza de café preparada por este método, se los recomiendo. El truco para sentir los sabores que les trato de explicar es tomando un sorbo del café, dejándolo en la boca un momento y luego tragarlo. Así pueden sentir lo que yo llamo el sabor inicial o sabor de impacto, seguido por el sabor de reposo y al final el after taste o el sabor que te queda en la boca después de tragarlo.

Lo siento, sé que me desvié del tema, no pude evitarlo. Me encanta el café y podría pasar horas hablando sobre eso.

—¿Buenos días, Brenda? —dije al llegar a la mesa en donde se encontraban.

—Ah, hola —contestó Silvia—, así que ¿ya se conocen?

—Sí —respondí mientras me sentaba en una silla libre de la mesa.

Era una mesa cuadrada para cuatro personas. Silvia y Brenda estaban sentadas a lados contrarios. Al sentarme, Silvia quedó a mi lado izquierdo y Brenda al derecho.

—¿Cómo estás, Brenda? —continué.

—¿Disculpe, civil? ¿Cuál es su nombre? —dijo Brenda. Al principio me confundió, pero ella tenía razón de hacer la pregunta.

—Es verdad, nunca te dije mi nombre. Me llamo José López —respondí.

El rostro de Brenda cambió a una expresión que parecía a la defensiva.

—Wow Brenda, ¿qué pasó? —Dijo Silvia mientras sus ojos se movían, cambiando su mirada a mis ojos y regresándolos a los de Brenda—. Parece que viste algo que te incomodó, tranquila, acá estamos bien, y estamos seguras con José con nosotras.

—¿José López? Yo no creo en las casualidades —dijo Brenda—. Yo conozco a otro José López. Viéndolo bien, no puedes ser él, no tienes corte militar.

—Pero no creo que sea un buen mozo como nuestro José —dijo Silvia golpeándome el hombro con el puño.

¿Escucharon lo mismo que yo, ¿buen mozo? ¿nuestro José? claro, yo estoy contando la historia, y sí, ella lo dijo, no me lo estoy inventando para quedar como el héroe o algo así. No negaré que me agradó escucharlo, pero a la larga, Silvia siempre se expresó bien de mí, desde el colegio. Bueno, no siempre, a la menor oportunidad que tenía la aprovechaba para mofarse de mí.

—Dime Brenda, y ¿quién es ese tal José López con quien comparto nombre?

—No lo conozco en persona, pero Inteligencia dice que es de mucho peligro. Es conocido como el Zorro del desierto. Es un potencial enemigo del norte. Su familia se unió a las fuerzas del sur —respondió Brenda. La seguridad con la que estaba hablando me llamaba mucho la atención.

—No sé de lo que hablas, pero suena ridículo decir que José sea un peligro —dijo Silvia—. Aunque lo de Zorro… no lo creo. Es muy dócil como un feneco y creo que sería fácil de domesticar… aunque, así como es, no se daría cuenta.

Un feneco es el mismo Zorro del desierto que también es llamado fénec o fenek en otros lugares… no sé si el comentario fue intencional… y en ese momento, no entendí a lo que se refería. Ojo, en ese momento.

—Brenda, cuando hablas del norte, ¿te refieres al Imperio de Ælagar? —pregunté.

—Correcto civil. Solo le pido que le llame Naciones Unidas de Ælagar y no como el Imperio —respondió Brenda.

La mesera llegó con dos platos con una porción de pastel de manzana a la moda; el sorbete o helado que lo acompañaba era de vainilla. También llevaba dos tazas de café capuchino.

La tarta invitaba a devorarla por su delicioso olor que se mezclaba con el de la canela. La fragancia del postre invitaba a mi cerebro a arrepentirse de no haber pedido una porción para mí.

—En un momento le traemos su café —dijo la mesera mientras ponía los postres de mis acompañantes en la mesa.

Silvia comenzó a comer de inmediato. Brenda observaba la bola de helado, y con el tenedor agarró un poco. Era evidente la duda que tenía en probarlo. Miró a Silvia de nuevo y llevó la porción de helado a su boca. Su dura expresión, que por algún motivo me gustaba, cambió, evidenciando que era un sabor que le había encantado.

—¡Qué comidas más deliciosas! —dijo Brenda, con exaltación, corrigiéndose a media frase retornando a su tono serio.

—¿De verdad no eres de acá? —dijo Silvia recostándose en el respaldo, y luego de darle un sorbo a su café , continuó—. Al principio tenía duda y pensé que eras así por el cosplay, y que estabas interpretando a un personaje, pero por tu reacción… no sé cómo decirlo… el helado es lo más común acá.

—Tal vez lo sea —dijo Brenda, luego suspiró—. Donde yo vengo no lo es —continuó en un tono más… amigable—. Había escuchado historias de algo similar, pero es la primera vez que pruebo uno. En la milicia no suelen —guardó silencio, pensando—. Olvídenlo, estoy hablando de más.

Una de las cosas que admiro de Silvia, pero no se lo había dicho por el momento, era su capacidad para hacer que las personas confiaran en ella, sin importar, como las tratara. Tenía, como dirían de forma popular «un Ángel».

—¿Puedes decirme de dónde eres? —pregunté a Brenda.

Me miró con el rostro serio que me gustaba. Tomó una porción del pastel, tardó en masticarlo y tragarlo, parecía que estaba evitando contestar, o que estaba disfrutando el pastel. Al menos yo sentí que pasó demasiado tiempo.

—No te preocupes Rikka, estamos en confianza —dijo Silvia.

El rostro de Brenda cambió de nuevo, era más relajado.

—Soy una soldado de Ælagar —respondió Brenda llena de orgullo. Luego observó en todas direcciones, como buscando a alguien. Después se inclinó hacia nosotros y nos dijo en voz baja—. Tal como lo mencionaste civil, no sé cómo llegué acá. Lo último que recuerdo es que fuimos emboscados por un grupo de AC enemigos. Logré dañar un par de unidades del sur. Cuando le quité la armadura a una de ellas y vi al piloto a través de mis cámaras entré en...—se quedó en silencio un momento—. Recuerdo un estruendo y luego estaba acá, con esta ropa extraña que es una versión mal hecha de nuestros uniformes.

—¿Cuántas veces has cambiado de mundo?, si lo podemos llamar así —preguntó Silvia.

—¿Cambiar de mundos? —respondió Brenda.

—Rikka, escúchame —dijo Silvia acercándose a ella. Brenda retrocedió un poco. Silvia retrocedió, como simulando un espejo, imitando sus movimientos corporales. Yo había escuchado que esa es una técnica de conversación, y hasta ese día, me di cuenta de que Silvia la usaba mucho. No sé si lo hacía de forma consciente o no.

—El lugar donde te encuentras en estos momentos se llama Cuscatlán —continuó Silvia—, es una pequeña ciudad de la Unión de los Países Centro Americanos, conocido como UPCA. Estás en un planeta llamado Tierra…

—¿Tierra? —Interrumpió Brenda—, ¿así como la arena? Qué nombre más extraño.

—A veces yo pienso lo mismo… pero eso no importa por el momento. Dime ¿Cuántas veces has estado acá? —siguió Silvia.

—Nunca, bueno, hoy es mi primera… —respondió Brenda.

—¿No recuerdas que ya habíamos conversado antes? —interrumpí extrañado, en especial porque ayer fue cuando la conocí.

—No, no recuerdo haberlos conocido antes.

«¿Qué extraño, ayer nos vimos?», pensé, pero no dije nada.

Lo que más me llamaba la atención era que mencionó a los AC. En ese momento recordé detalles de mi sueño de la noche anterior. Me preguntaba si de alguna manera mi sueño fue una ventana a otro mundo.

—Brenda, mencionaste AC —dije—, ¿Por casualidad esas siglas quieren decir Armaduras de Combate?

—Sí —respondió Brenda, pero se calló cuando la mesera llegó a la mesa con mi café preparado en V60.

—Acá esta su orden —me dijo la mesera con una sonrisa.

—Muchas gracias —respondí.

Brenda esperó a que la mesera se retirara para continuar.

—Les diré lo siguiente porque ustedes han sido muy amables conmigo y no sé cuánto tiempo pueda estar acá. Pero si se enteran de que he comentado esto, me pueden acusar de traición —dijo Brenda en un volumen de voz más bajo para que solo nosotros en la mesa escucháramos—. Me di cuenta de que estaba en otras tierras, porque en el cielo no hay un anillo cerca del horizonte.

Brenda nos describió sus tierras, o planeta donde existían dos grandes potencias: el Norte y el Sur. La frontera principal era el anillo, que era un cinturón de asteroides por decirlo así. Nos comentó que los habitantes del Norte se consideraban personas pacíficas, en su mayoría dedicada a la agricultura seguido por la ciencia y por la tecnología; que los pobladores del Sur eran agresivos, industriales y oprimían a sus ciudadanos. Por lo que nos describía, podía deducir que era muy similar a la Tierra en el siglo XX en una combinación de las décadas de los setenta, ochenta y noventa.

—Las tensiones comenzaron después de que un objeto extraño apareció en el anillo —continuó Brenda—. A este objeto le llamaron «El ojo de Kånm». Los científicos y los militares hicieron muchos esfuerzos para llegar a él, o contactarlo. Todo fue en vano. Nuestra tecnología no era suficiente para lograrlo. Luego unos cilindros cayeron del cielo y El ojo de Kånm, desapareció.

»Dentro de los cilindros había unas máquinas cuadrúpedas que nunca permitieron que nos acercáramos. Se mantenían alejadas de nosotros, observándonos. Con el pasar de los años estas máquinas comenzaron a comunicarse. Esto ayudó a la nación de Ælagar a prosperar. Otras naciones comenzaron a envidiar nuestro progreso y nos atacaron. Creemos que su plan era tener el control de estas máquinas. Nos acusaron de egoístas argumentando que no queríamos compartir el regalo del cielo.

»Con el tiempo logramos apaciguar a las naciones envidiosas, algunas por las buenas, otras por las malas. Logramos anexarlas y se formó la alianza llamada Naciones Unidas de Ælagar. Solo a aquellos países que se nos unieron les compartimos el conocimiento y las tecnologías bajo tratados políticos que no conozco. La política no es mi fuerte —suspiró—. Cuando todas las naciones del norte estaban bajo alianza con nosotros, Ælagar se convirtió en la capital del Norte.

»Las naciones del sur se unieron para hacer un frente común. Rechazando toda invitación de nuestra parte y contestando con amenazas. Así inició una guerra fría contra NUS, o Naciones Unidas del Sur. La guerra armada detonó cuando una delegación del Norte viajó al sur con la intención de terminar la guerra fría, invitando al NUS a ser nuestros aliados. La delegación fue aniquilada por el Sur, iniciándose el conflicto que se ha mantenido por años.

Al escuchar esto, Silvia sacó de su mochila, que solía llevar a todos lados, una tableta. En ella le enseñó a Brenda un sitio web en el que había bastante información sobre las Crónicas de Ælagar. Le mostró las similitudes con su historia. Brenda parecía anonadada al ver la información. Puso toda su atención en los perfiles de los personajes y nos comentó que algunos datos eran falsos y que otros eran verídicos.

Yo estaba comenzando a preocuparme. Tenía miedo de que en cualquier momento Brenda tuviera un colapso emocional o un arranque de locura. Porque como dicen por allí: nadie sabe cómo vas a reaccionar en situaciones que nunca has vivido. Yo no sabría decir cómo reaccionaría si viera que mi vida está plasmada en un anime de otro mundo. No sé si era que Brenda era fuerte a nivel emocional, o si todo le era indiferente o su entrenamiento militar la mantenía calmada. Al final somos seres con sentimientos, y en algún momento nos quebramos.

—¿Has escuchado alguna vez acerca de los universos paralelos? —preguntó Silvia a Brenda.

—No —respondió después de un momento— ¿Puedes explicármelo? Cualquier dato de Inteligencia es bueno.

Silvia me miró; yo reaccioné a su mirada encogiendo mis hombros.

—Claro. Se comenta que cada decisión que uno toma puede llevar a infinidad de resultados y que ocurren al mismo tiempo. Nosotros solo podemos ver o vivir en una línea de tiempo sin conocer las variaciones de las demás. Todas las derivaciones existen de forma simultánea y están separadas por algo que no se conoce aún. Generando una infinidad de universos en líneas paralelas.

»Algunos científicos atribuyen a paradigmas cuánticos la separación de los universos, permitiendo que estos existan y no existan a la vez, así como pueden estar en diferentes puntos en el tiempo. La materia de un universo puede opacar a los demás. Así como una mandarina está separada en partes que puedes dividir con facilidad, cada porción es parte de esta. Se comunican entre ellas, pero una vez separas los gajos ya no la puedes unir.

»También se cree que los mundos paralelos no solo se crean por decisiones conscientes. Un pequeño cambio en un átomo puede causar una diferencia muy significativa.

—¿Un ejemplo? —dije lleno de curiosidad. Quería saber hacia dónde se dirigía.

—Una diferencia podría ser tener el corazón apuntando al lado izquierdo o que la mayoría de la población usara el brazo derecho como su brazo dominante —respondió Silvia.

—¿Al lado izquierdo?, todos sabemos que está apuntando al derecho —dije, pero la mirada que me dio Silvia hizo que decidiera no decir que también era conocido que nuestro brazo dominante era el izquierdo.

—Si, así de simple. En un mundo paralelo puede existir otro José, otra Brenda y otra versión mía con los órganos internos como espejo. Seguiríamos siendo humanos, solo que seriamos humanos espejo por decir un nombre.

Silvia me dejó con la boca abierta. Jamás la había escuchado hablar así. Confesaré que no le había entendido que tenía que ver la mandarina en todo esto. Estaba demasiado atento a sus movimientos mientras hablaba; en sus gestos, sus expresiones y en el color de sus ojos.

—Lo que dices tiene lógica —dijo Brenda—. Si lo quieres ver de una forma simple. Tengo una colega que me ha hablado de un tema similar. La diferencia es que ella habla de planos alternos que pueden estar entrelazados por medio de energías, ondas, vibraciones o algo así. La verdad soy una guerrera y no se mucho de temas científicos.

—A mí me llama la atención un pequeño detalle. Si vienes de otro mundo, ¿cómo es que hablamos el mismo idioma? —comenté.

—Ni idea —respondió Silvia—. Brenda, al principio pensé que estabas muy metida en tu papel de cosplay. Cada vez me fijo en detalles que me indican que aún no sabes lo que pasó... o eres de otro… no sé cómo explicarlo. ¿No te llama la atención? Hay similitudes con un anime de nuestro mundo. ¿No crees que está raro eso?

Sentí un brusco cambio en Silvia. Me dio la sensación de que sabía algo más, o se estaba retractando para no entrar a un tema que no conocía.

—Sí, eso me recuerda el juego de video Bio-Choque 3. Donde un compositor de un mundo escuchaba la música de otra realidad y la adaptaba para la suya. Con eso se hizo muy famoso supuesto compositor —adicioné a la plática—. Puede ser que algo similar este pasando con el anime.

—Brenda, si no tienes donde pasar la noche, puedes quedarte conmigo —dijo Silvia—. Mi casa no es muy grande, pero puedes quedarte en mi habitación, luego vemos como nos adaptamos.

—Gracias, civil Hueso —respondió Brenda.

—No me llames por mi apellido, dime Silvia nada más. En todo caso, si no amaneces en mi casa tengo cómo justificarlo. Creo que, así como apareces en este mundo puedes desaparecer y es fácil decir que te tenías que retirar temprano.

Me asombraba cómo Silvia manejaba la situación. Parecía que estaba muy interesada en los viajes entre universos paralelos. No recordaba que ella tuviera un lado intelectual. Solo sabía que le gustaban las series, libros y películas de ciencia ficción. Recordé que solíamos verlas juntos. Cuando conocí el anime, dejé la ciencia ficción a un lado y me dediqué a las historias japonesas.

Lo que puedo decir de Silvia es que es una persona de mente abierta. Hubo una época en la que se metió en cosas de metafísica. Yo le seguí en esos malos pasos, hasta que tuve un sueño extraño, o mejor dicho, una pesadilla por la cual los dos decidimos dejarlo. A lo que quiero llegar con esto es, que no me extrañaba que Silvia le creyera a Brenda que era de otro mundo.

Calculo que pasamos conversando al menos dos o tres horas antes de retirarnos del café. Pensé acompañarlas hasta la casa de Silvia, pero el dinero no me alcanzaba para el transporte. No había contado con que pagaría el consumo de Brenda.

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En lo que quedaba del día, no pasó nada interesante. La pregunta seguía allí. ¿Quién era Brenda? ¿Por qué se parecía demasiado a Rikka? ¿Cómo sería el cuerpo desnudo de Silvia? ¿Cómo sería pasar una noche con ella?

Un conflicto interno comenzó a crecer dentro de mí mientras estaba acostado en mi cama, listo para dormir. Silvia me causaba efectos de una manera más íntima, y Rikka, digo Brenda, también me movía el piso. No sabía qué hacer.

El olor a tierra mojada comenzó a llenar el ambiente, se escuchaban las gotas de agua golpear las diferentes superficies al terminar su caída libre desde el cielo. El aullido que generaba el viento al pasar por los recovecos de la casa era leve, casi imperceptible. En un instante, la oscuridad se adueñó de la casa y se escuchó en el ambiente el típico grito que no podía faltar:

«¡Se fue la luz!».

Suspiré y cerré los ojos. Nunca entenderé porqué las personas siempre dicen lo que es obvio.