Días pasaron desde aquella fatídica noche en que una ciudad fue tomada en medio de una guerra. El resultado: más de cuatro mil personas muertas, mil prisioneros destinados a la esclavitud, y la ciudad anexada a una nueva nación.
Fue una de esas batallas insignificantes para la historia, incluso olvidada por la misma. Pero nadie sabe que este fue el origen de una leyenda.
Los soldados invasores se retiraron seis días después, llevándose consigo animales, oro, plata, telas y cosechas. A su paso, dejaron una ciudad herida, en luto y con cientos de huérfanos. Entre ellos, un niño que había perdido a su madre, solo en un mundo violento.
Ese día, desde el techo de una taberna, aquel niño contemplaba el horizonte. Veía cómo, poco a poco, los soldados se alejaban de su ciudad. Con la curiosidad que le era innata, se formulaba algunas preguntas:
¿A dónde iban? ¿Por qué lo hacían? ¿Les gustaba? ¿Eran humanos?
Absorto en sus cavilaciones, ni siquiera parpadeaba, sumido completamente en buscar respuestas.
De repente, una voz femenina lo sacó de su trance:
—Niño, baja de ahí —dijo una mujer desde la calle—. La señora te busca.
El niño, casi seguro de lo que le esperaba, bajó rápidamente y sin decir palabra se dirigió a la habitación de la señora. Al llegar, se acercó a ella, quien estaba sentada mirando por un ventanal. Ella volteó, le sonrió y comenzó a hablarle.
—Niñ... —se detuvo un momento, bajó la mirada y le preguntó—: ¿Cuál era tu nombre?
—Soy Asur —respondió, mirándola fijamente.
—Asur... —replicó la señora, mientras miraba hacia el cielo—. Suena poderoso e intenso.
Tras un momento de silencio, la señora lo miró con seriedad.
—Escucha, Asur —dijo la señora con tono grave—. Las cosas se han complicado. Eres un niño, necesitas cosas que aquí no te podemos dar.
Asur comprendió completamente lo que le decía y asintió ligeramente.
—¿Entiendes lo que digo, Asur? —preguntó la señora, cabizbaja.
—Debo irme de aquí —respondió Asur con tranquilidad.
La señora asintió y volvió a mirar la calle a través del ventanal, mientras el ambiente se tornaba frío, como si la brisa soplara dentro de la habitación.
—Asur, no te pido que vayas a la calle y te vuelvas un mendigo —afirmó la señora, tras una profunda respiración—. Quiero enviarte con alguien que puede cuidar de ti.
—¿Quién? —preguntó Asur, con su curiosidad habitual.
—Puede que... —dijo la señora, dudando qué decir—. Tu padre.
Asur, incrédulo y sorprendido, se preguntó a sí mismo de qué hablaba esa señora. Ella, por su parte, notó el desconcierto del niño.
—Escucha, puede que ese hombre sea tu padre y puede que no —afirmó la señora. Luego se puso de pie, se acercó a él y lo tomó por los hombros—. Pero debemos fingir que sí.
Asur comprendió las intenciones de la señora: quería engañar a alguien para que lo acogiera como hijo.
—¿Pero qué debo hacer? —dijo Asur con voz pasiva—. ¿Cómo vamos a fingir?
La señora se dispuso a contarle algunas cosas para su completa comprensión.
Mientras eso sucedía, en otra parte de la ciudad, una conversación entre comerciantes tenía lugar. Discutían qué hacer con la situación actual de la ciudad y, a su vez, culpaban a los gobernantes por no rendirse a tiempo. Entre ellos, un hombre de piel clara, cabello rojizo, de gran altura y peso, alzó la voz para hacerse escuchar.
—Señores, escuchen —dijo con seguridad—. Lo único que deben hacer es seguir comerciando y esperar que las cosas mejoren, ¡siempre mejoran!
La gente lo escuchaba atentamente, siendo poco a poco convencida por sus palabras.
—Señor, ¿usted quién es? —preguntó uno de los presentes—. No lo he visto por aquí antes, ¿de dónde es usted?
—Yo soy del reino de Cicim —respondió con suma tranquilidad—. Soy uno de los comerciantes más ricos de mi reino, y quedé atrapado aquí justo el día de la batalla, ¿pueden creerlo?
Las personas de alrededor se sintieron rápidamente interesadas en este hombre, pues rara vez se podía ver a un rico extranjero de un lugar tan lejano.
Mientras aquel hombre conversaba y aconsejaba a los locales sobre cómo continuar después del luto, una mujer residente de la taberna se acercó a él por pedido de su señora.
—Señor, hola, ¿me recuerda? —dijo la mujer, interrumpiendo su discurso.
El hombre la miró de pies a cabeza, un poco dudoso de si en verdad la conocía.
—No lo sé, no recuerdo bien —dijo, tratando de ignorarla.
—Soy de la taberna local —exclamó la mujer—. Usted solía venir muy seguido hace varios años, ¿recuerda?
El hombre hizo memoria y recordó esos tiempos en que visitaba a las damas de la taberna. Asintió hacia la mujer, y ella le explicó que su señora lo mandaba llamar. El hombre, algo confuso por la repentina exigencia, decidió seguir a la mujer hasta la taberna. Al llegar, le llamó la curiosidad ver que la taberna estaba prácticamente intacta en comparación con el resto de la ciudad. Entró en la taberna, donde lo recibió la señora con un cordial saludo y bajando la cabeza como si de un noble se tratara.
—Señor, estoy encantada de verlo nuevamente por esta ciudad —dijo la señora, actuando apacible frente a él.
El hombre la miró extrañado por su actitud y dedujo que ella le pediría algún favor.
—¿Por qué te comportas así, Anora? —dijo él en voz alta y tono bromista—. La Anora que yo conozco es arrogante y malhablada. ¡Dime de una vez qué quieres!
—Tú me conoces muy bien, Sour —dijo la señora con una sonrisa en el rostro mientras guiaba a Sour hacia la mesa—. Ven, siéntate, tenemos que hablar.
Dicho eso, ambos se sentaron y estuvieron mucho tiempo hablando, poniéndose al día de los años que no se veían.
—Muy divertido y todo, Anora —dijo él con tono sarcástico—. Pero sé muy bien que me llamaste por una razón y quiero que seas directa.
La señora Anora, sabiendo que era el momento de la verdad, llamó a Asur con voz fuerte y dominante. Asur entró en la habitación rápidamente y se mostró frente al señor Sour.
—¿Ahora qué? —dijo Sour mientras miraba al niño y empezaba a reír—. ¿Me vas a decir que este niño es mi hijo?
Sus carcajadas se escuchaban hasta la calle, esperando que los demás confesaran la broma.
—No es broma, Sour —afirmó Anora, mientras tomaba de la mano al niño—. Este niño es el hijo de Sura, la joven que tú visitabas seguido hace unos ocho años.
Sour analizó al niño, calculando que debía tener unos siete años y que, sin duda, era parecido a Sura en el pelo, color de ojos y rostro fino.
—Asumo que Sura está muerta y por eso no está aquí —exclamó Sour, mirando de reojo a la señora.
La señora bajó la cabeza en afirmación, y todos quedaron en silencio un momento.
—Este niño sí se parece a Sura —afirmó Sour, seguido de un gesto de negación—. Pero lo importante sería que se pareciera a mí, y no tiene el más mínimo rasgo mío.
Anora, bajó la cabeza, sabiendo que él tenía razón, pues las diferencias entre el hombre y el niño eran considerables. Mientras Sour era corpulento, de piel clara, pelo rojizo oscuro, nariz ancha y ojos oscuros; el niño era de piel bronceada brillante como la miel, de pelo oscuro, rostro y nariz fina, y ojos casi dorados como el sol.
—Anora, no trates de engañarme —dijo Sour con autoridad—. Si quieres que alguien se lleve al niño, puedes venderlo como esclavo.
La señora Anora desvió la mirada hacia el niño, rumiando las palabras de Sour. Se preguntó si venderlo como esclavo habría sido una mejor idea, pues nunca tuvo la certeza de que Sour lo aceptaría; incluso si fuera su hijo, no había forma de probarlo y nada lo obligaba a reconocerlo.
—Bien, Anora, si eso es todo, debo irme —dijo Sour mientras se marchaba de la taberna.
Anora pensó en detenerlo, pero al no tener una razón convincente, se abstuvo. Miró a Asur, esperando que él dijera algo a su favor.
Por su parte, Asur se había mantenido en silencio durante todo el encuentro, aparentemente asustado y nervioso, una reacción natural para un niño de su edad. Sin embargo, este no era el caso de Asur; mientras Anora y Sour conversaban, él analizaba el comportamiento de aquel hombre: arrogante, confiado y decidido, un tipo que no caería en engaños baratos.
—¡Asur! —exclamó la señora furiosa—. ¿Por qué no dijiste nada? Te dije que debías llorar y suplicar para que te acogiera.
—¿Por qué hacerlo? —respondió Asur con la misma agresividad de la señora—. Él de todas formas no creería tal mentira.
La señora lo miró atónita por su actitud y decidió calmarse.
—Te dije que era muy probable que él fuera tu padre —dijo ella con voz más relajada.
—Probable o no, él ya dijo que no —dijo Asur mientras le daba la espalda y salía de la taberna.
—¿Ahora a dónde vas, niño? —gritó la señora.
Y Asur se fue sin responder.
Ese mismo día, al caer la tarde, Asur caminaba por las calles de la ciudad, cavilando sobre su futuro. Era seguro que debía irse de la taberna; tal vez podía ser mendigo o dedicarse a robar, se planteaba a sí mismo. Mientras andaba, un delicioso olor a comida hizo rugir su estómago. Se percató de que no había comido nada desde la mañana. Siguiendo el aroma, llegó a un negocio de comidas donde, a lo lejos, reconoció a Sour, quien estaba sentado comiendo un plato de pollo con guarniciones. Guiado principalmente por su hambre, decidió acercarse y pedir.
—Señor Sour —dijo Asur, interrumpiendo la comida del hombre—. ¿Me daría un poco?
—¿Qué haces aquí? —dijo Sour con tono exaltado—. ¿Anora te envió a convencerme?
—No, solo quiero un poco de comida —dijo Asur mientras señalaba el plato del señor.
—¿Entonces esa vieja de Anora te echó de la taberna? —preguntó Sour con cierta indignación.
—Creo que aún no —respondió Asur con su calma habitual—. Pero tengo que practicar cómo pedir para cuando suceda.
Sour sintió sus palabras sospechosas y dedujo que se trataba de un plan para convencerlo de aceptarlo.
—Escucha, niño —dijo Sour, antes de ser interrumpido.
—¡Asur! —exclamó el niño.
—Asur... —replicó Sour, mirándolo con indiferencia—. Escucha bien, yo no soy tu padre y no sé quién lo sea, así que deja de hacer esto y vete.
—Lo sé —dijo Asur de forma indiferente.
—¿Lo sabes? ¿Qué sabes? —preguntó Sour.
—Sé que tal vez tú no seas mi padre —dijo Asur con tranquilidad y la mirada fija en los platos de comida.
—Si lo sabes, ¿por qué haces esto? —preguntó Sour con más curiosidad.
—Quiero comer algo —respondió Asur sin rodeos—. Deme algo de comer.
Sour mostró una leve sonrisa ante una respuesta tan ingenua como directa.
—Debes aprender a pedir de mejor manera —dijo Sour, tratando de parecer intimidante—. Eres un niño huérfano, debería golpearte la boca para enseñarte a hablar con respeto a los adultos.
Asur, lejos de temer, se mostró apacible y sereno ante Sour.
—Si eso quiere, puede hacerlo a cambio de comida —dijo, mirando a los ojos del señor Sour.
—O eres valiente o eres un lunático —dijo Sour con seriedad y la mirada fija en Asur.
—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Asur con legítima curiosidad.
Sour no pudo evitar reír al escuchar tal pregunta, que confundió con un chiste que solo él podía entender.
—Me hiciste el día, Asur —dijo, soltando carcajadas—. Eres bueno en esto, puedes dedicarte a ser un bufón.
Luego de su risa, le arrancó un pedazo de pierna al pollo que comía y se lo dio a Asur como pago por su gracia. Asur se sentó a comer frente a él mientras esperaba que Sour recuperara la compostura.
Luego de un momento, Sour siguió conversando con Asur de manera más relajada y dinámica. Asur le contó cómo su madre murió la noche de la invasión y Sour quedó sorprendido por la aparente fortaleza mostrada por el niño al contarlo. Al terminar de comer, ambos tuvieron una charla más sobre el futuro de Asur.
—Entonces, Asur —dijo Sour—. ¿Qué harás ahora?
—No sé —respondió Asur sin dudar—. Podría ser un mendigo o un ladrón, o podría ser un esclavo.
Sour se sorprendió al escuchar tal respuesta; le era difícil creer que Asur pudiera estar hablando en serio.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Sour, intrigado—. ¿Serías capaz de entregarte como esclavo?
La sorpresa de Sour no era para menos, pues la gran mayoría de esclavos eran prisioneros de guerra o gente secuestrada de los pueblos; era muy inusual que alguien renunciara a su libertad para servir a otros.
—Tal vez sea mi mejor opción —respondió Asur mientras se levantaba de la silla—. Si usted lo acepta, puedo ser su esclavo desde ahora.
Sour quedó en silencio y confundido por la seriedad con la que se expresaba el niño.
—Tú... —dijo Sour entrecortado y sin poder creerlo—. ¿Entiendes que estás renunciando a tu libertad y a tus derechos?
Asur asintió, cruzando miradas con Sour, demostrando lo seguro que estaba de su decisión.
—Sé que si me vuelvo su esclavo, tendré un techo y comida a cambio de trabajo duro de por vida —afirmó Asur con tranquilidad.
Sour desvió la mirada y pensó por un momento en la oferta de Asur.
—Si te vuelves mi esclavo —dijo Sour seguido de un fuerte suspiro—. Serás reducido a ser menos que un animal; no podrás poseer nada, ni tener pareja, ni hijos, sin que yo lo permita.
Asur se quedó en silencio, pensativo por estas palabras. Ante esto, Sour se levantó para irse del local.
—¡Señor Sour! —dijo Asur en voz alta—. Aún no me respondió, ¿me acepta como esclavo?
—¡¿Un viejo avaro como yo?! —dijo con una sonrisa descarada—. ¿Cómo podría negarse a la mano de obra gratis?
Y así, con un plan de engaño que fracasó y una extraña conversación, fue como el niño que se convertiría en leyenda empezó a servir a aquel que, sin querer, le daría las herramientas para lograrlo.