Alianza Fiel

Fértil. Considerada la cuna de la humanidad, es un continente habitado desde tiempos inmemoriales. Una tierra tan vasta que abarcaba todo tipo de riquezas en fauna, flora y minerales, lo que dio pie a su nombre.

En esta tierra, una vez existió una nación que dominó toda la parte oeste del continente. Considerado el primer imperio de la historia, se volvió el más poderoso e influyente que haya existido jamás. Sin embargo, con el tiempo, esta nación se enfrentó a adversidades que la llevaron al declive y a su posterior desaparición, siendo fragmentada en muchos reinos bajo el mando de generales, gobernadores y príncipes que buscaban crear su propia dinastía. Aquella parte del continente se transformó, así, en un campo de batalla donde, constantemente, los reyes anhelaban reconstruir el antiguo imperio.

Después de tres siglos de guerra, los muchos reinos fragmentados quedaron reducidos a solo catorce. De entre estos, los más poderosos eran el autoproclamado Imperio Siam y el pacífico reino Cicim. Ambos compartían el poderío de la región, con economías y ejércitos igualmente fuertes, manteniendo una relación de amistad que preocupaba a los demás reinos.

Fue en el reino Cicim donde la leyenda de Asur Valan se originó.

En el año seiscientos siete, desde la fundación del gran imperio, un pequeño niño tomó la drástica decisión de volverse esclavo. Se entregó a un rico comerciante con la sola idea de sobrevivir a la orfandad y fue aceptado por su sorprendente aplomo.

Después de esto, Asur y su nuevo amo, Sour, se marcharon de la ciudad. Asur no tuvo tiempo ni permiso para despedirse de la gente que conocía, ni para recoger lo poco que tenía, pues ahora, como esclavo, carecía de todo derecho. En el viaje hacia el reino de Cicim, Asur conoció a otros esclavos de su amo. Comenzó a relacionarse con ellos, conociendo su pasado y sus labores.

El camino a Cicim fue largo, debido al tiempo que Sour se tomaba en comerciar en las ciudades por donde pasaban, pero finalmente, tres meses después, llegaron a Miles, una gran ciudad en el reino de Cicim, conocida como "la ciudad de las viejas murallas" porque sus murallas estaban ahí desde los tiempos del gran imperio. Este era el lugar de nacimiento de Sour, el comerciante.

Al entrar en esta ciudad, lo primero que llamó la atención de Asur fue el color gris en las paredes de las casas y tiendas, los árboles que abundaban en las calles, los puentes marrón brillante sobre los ríos artificiales y también la vestimenta colorida de la gente; esto le demostró la enorme riqueza que poseía esta ciudad.

Al caminar, no pudo evitar notar el respeto que todos mostraban ante su amo: soldados, funcionarios, civiles y esclavos; todos se apartaban del camino o inclinaban la cabeza frente a Sour.

—Todos parecen ser muy temerosos del amo —le comentó Asur a uno de los esclavos.

—Es porque el amo es el hombre más rico de la ciudad —dijo Osel, otro de los esclavos—. O quizás de todo el reino.

Asur no pudo evitar sorprenderse; sabía que su nuevo amo era rico, pero no imaginó hasta qué punto.

Durante la caminata, Sour se detuvo en una tienda, la miró por un momento y luego volteó hacia Asur.

—Asur... —dijo Sour pensativo—. Te traje aquí como un favor a la memoria de tu madre. Puedes irte y ser un mendigo si quieres, pero si te llevo a mi casa serás definitivamente mi esclavo.

Asur entendió que Sour le estaba dando una oportunidad para retractarse, pero él ya había tomado una decisión.

—Ya estoy aquí —dijo Asur con voz palpable—. Así que ya soy su esclavo.

Sour vio la determinación en los ojos de Asur y se sintió intrigado por él.

—No, aún no eres mi esclavo —aclaró Sour. Luego entró a la tienda que estaba observando hacía un momento.

Los esclavos, que estaban atrás de Asur, empezaron a murmurar cosas que él no podía escuchar, hasta que Sour se asomó por la puerta de la tienda y le indicó a Asur que entrara. Una vez dentro, Asur descubrió que la tienda era solo una habitación pequeña, atendida por un hombre mayor, quien al ver a Asur le indicó que se acercara a él.

—Bien, niño, esto dolerá ahora pero pasará —dijo el hombre mientras limpiaba el brazo de Asur con agua hervida.

Asur no podía entender lo que le harían, pero sabía que debía ser necesario para ser un esclavo.

—No te resistas —ordenó Sour—. Y no grites.

Y en ese momento, el hombre de la tienda clavó una especie de cuchillo en la muñeca izquierda de Asur y empezó a dibujar algo con una tinta negra que salía del mismo. Era una especie de símbolo, una línea a lo largo de la muñeca que conectaba a un círculo, juntos simulaban un cetro, para dar a entender que la persona tenía quien la gobierne, y dentro del círculo, la letra "R" que representa a la familia de Sour. Asur soltó un quejido al inicio, pero luego se mantuvo tranquilo, obedeciendo la orden de su amo.

Al terminar, el hombre de la tienda le vendó la muñeca y le ordenó que se la quitara al día siguiente.

—¿Con esto ya soy su esclavo? —preguntó Asur hacia Sour.

—Sí, Asur —respondió Sour y también explicó—. Ahora, si algún día intentas huir, no podrás hacer nada; quien te encuentre te devolverá a mí de inmediato.

Asur asintió, aceptando ahora su nuevo rol. Continuaron con su camino y al final llegaron hasta una mansión en el centro de la ciudad: un lugar con muros altos a su alrededor y un portón de madera brillante custodiado por cuatro hombres armados en la puerta. Estos mismos inclinaron la cabeza ante Sour y se dirigieron a él con respeto.

—Señor, está de vuelta —dijo uno de los guardias, con la cabeza gacha.

—¿Cómo ha estado todo por aquí? —preguntó Sour.

—Todo ha estado bien, señor —afirmó el guardia, sonriendo—. Nadie ha causado problemas fuera o dentro de la mansión.

Sour asintió satisfecho. Al entrar en la mansión, Asur contempló una belleza nunca antes vista por él: un jardín lleno de flores, árboles y césped verde que separaba los muros de la mansión principal, y un extenso pasillo de piedra picada que conectaba la entrada a la mansión.

Justo al final de ese pasillo, un grupo de personas esperaba a Sour. La mayoría eran esclavos, al igual que Asur, pero vestidos con prendas mejor elaboradas y de colores más llamativos.

Sour se acercó a ellos y Asur intentó seguirlo, pero alguien lo tomó del brazo. Al voltear, vio que quien lo sostenía era Leo, el esclavo más joven después de él.

—¿Qué haces? —le preguntó Leo—. Hueles muy mal por el viaje. ¡No te acerques!

Asur asintió, mientras observaba el reencuentro de su amo con aquellas personas. Hablaron de cómo le había ido a Sour y de cómo había estado la mansión sin él. Posteriormente, todos entraron a la casa para seguir conversando.

Asur y los otros esclavos rodearon la mansión principal para llegar a los almacenes donde debía dejar lo que trajeron del viaje. Al rodear la mansión, Asur descubrió lo extenso que era el lugar, pues tras de esta había edificaciones que se usaban como almacén y talleres para el trabajo de los esclavos artesanos, además del dormitorio de los mismos.

Terminando de llenar los almacenes, los esclavos se dirigieron al comedor de esclavos para encontrarse con el resto, quienes se sorprendieron al ver a un niño tan pequeño en la mansión.

—¿El amo de verdad compró un niño? —preguntó una de las esclavas.

—No lo compró, él se entregó —respondió Osel.

Sorprendidos, nadie supo qué preguntar, pero Asur rápidamente les contó su situación y por qué se entregó como esclavo. Los demás esclavos escucharon con una mezcla de lástima y curiosidad.

—Bueno, es una lástima, Asur —dijo otra esclava con cierta pena—. Entiendo la decisión que tomaste.

Todos en la sala asintieron, intentando mostrar empatía ante la situación del niño, creyendo que debía sentirse devastado. Sin embargo, Asur permaneció impasible, sus ojos no mostraban tristeza ni sus gestos revelaban pena, dejando clara su indiferencia ante la lástima de esas personas.

Días después, Asur se acostumbró a la rutina de ser esclavo. Debido a su corta edad y a su falta de conocimiento, su trabajo se limitaba a ayudar en la limpieza y a pasar mensajes de un lado a otro de la mansión. De esta manera, aprendió cómo se manejaban las cosas allí y cuál era el negocio de su amo.

Sour, el comerciante más rico de la ciudad, se dedicaba a comprar y vender todo tipo de mercancía, desde granos y frutas hasta armas y herramientas. Poseía muchas tierras, dentro y fuera de la provincia, que alquilaba a personas para que le enviaran una parte de sus cultivos. A su vez, compraba esclavos con vocación artesanal y los hacía trabajar en sus talleres. Para Asur, esto explicaba su gran fortuna y la enorme cantidad de esclavos en su mansión.

A la par de su trabajo, Asur también solía salir a la ciudad con su amo Sour y conversar de temas que a ambos les resultaban interesantes.

—Y... dime, Asur —decía Sour, mientras Asur caminaba detrás de él—. ¿Qué opinas de ser esclavo?

—No siento la diferencia entre ser libre o no —respondió Asur con sinceridad.

—¡Ja! Eso es porque no has hecho nada aún —dijo Sour, sonriendo con una mueca burlona—. Todavía eres pequeño y no puedes hacer trabajos de verdad, pero solo espera a que vea músculos en tus brazos. ¡Te haré trabajar como un animal!

Asur asintió sin temor alguno, lo que causó gracia a Sour, quien reía, burlándose de la supuesta ingenuidad del niño.

Conversaciones como estas tenían lugar entre ambos desde que llegaron del viaje, con Asur siempre logrando hacer reír a su amo.

En ese tiempo, Asur también conoció y se relacionó con la familia de Sour: sus dos hijos, Cilior y Esther. Cilior, el mayor, un niño de pelo amarillo, piel blanca y ojos claros, que se comportaba con aires de grandeza. Esther, la niña, de pelo oscuro, piel bronceada y ojos casi dorados, tenía un comportamiento tranquilo y reservado, a diferencia de su hermano. Sour también tenía un tercer hijo, Sarier, el primogénito, quien, según le dijeron, estaba sirviendo en un ejército al sur del reino.

Los primeros días de su llegada, ambos niños no le prestaban atención a Asur. Pero después de ver cómo su padre se divertía a su lado y lo llevaba en todas sus salidas, el interés comenzó a crecer. De un momento a otro, lo llamaban para darle órdenes, especialmente Cilior, tres años mayor que Asur, quien tenía una fijación por molestarlo con todo tipo de tareas e insultar y denigrar a Asur cuando no las terminaba. Sin embargo, a él nunca le importó ni le prestó atención a estas cosas.

Por otro lado, Esther, quien era dos años mayor que Asur, solo mostró curiosidad por él. Lo llamaba y lo hacía limpiar, pero nunca se molestaba en hablarle; simplemente se quedaba inmersa en papiros con escritura que la ayudaban en sus estudios. Esos mismos papiros le llamaban la atención a Asur, pues, aunque solo podía leer unas pocas palabras, lo poco que entendía le resultaba interesante.

En uno de esos días, Asur limpiaba la habitación de Esther en ausencia de esta. Decidió tomar algunos de esos papiros y ponerse a leer lo que podía, quedando tan inmerso y concentrado que no percibió cuándo Esther se encontraba a unos pasos de él.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Esther con tranquilidad al encararlo.

—Yo... estoy leyendo —respondió Asur con la misma calma.

—¿Tú sabes leer? —preguntó esta vez Esther, curiosa por saber.

—Solo unas palabras —respondió él mientras señalaba la palabra "hombre" en el papel.

—Si solo entiendes un poco, de nada te sirve leer —dijo ella, quitándole el papiro.

—Me sirve para seguir aprendiendo —respondió Asur.

—Lees para aprender a leer —dijo Esther con indiferencia—. Eso suena ridículo.

—¿Cómo aprendes a hacer algo si no practicas? —preguntó Asur con tono desafiante.

Esther se sorprendió por la repentina actitud del esclavo; esto era algo nuevo para ella, pues en esos días había observado cómo este era obediente y sumiso con cada orden que recibía y cómo se mantenía callado ante el constante hostigamiento de Cilior. Por eso, verlo con esa actitud desafiante le resultaba curioso.

—Dime, esclavo, ¿por qué esa actitud? —preguntó ella, con mirada expectante—. ¿Acaso solo te defiendes de las mujeres?

—No sé de qué habla —respondió Asur con seguridad en sus palabras—. Usted hizo una afirmación y yo la corregí. Si se sintió desafiada, me disculpo, señorita.

Esther se quedó callada un momento, pensando si él en verdad la desafió o si todo estaba en su cabeza.

—Hiciste que me confundiera —afirmó ella con tono serio—. Pero igual quiero una respuesta a mi pregunta.

—No, señorita —respondió Asur con firmeza—. Me defiendo de todo el que valga la pena.

—¿Yo valgo la pena? —preguntó Esther también con firmeza.

Asur no respondió. En cambio, volvió los papiros a su lugar y siguió con su trabajo de limpieza en la habitación. Esther quedó atónita por el descaro del esclavo; nadie se había atrevido a ignorarla así y mucho menos un esclavo. No pudo evitar reírse, sin entender ella misma por qué.

—Veo que él ya te hizo reír —dijo una voz conocida desde la puerta.

Asur y Esther reconocieron de inmediato la voz de Sour, voltearon hacia la puerta e inclinaron la cabeza.

—Padre, él, él... —tartamudeó Esther, pensando en qué decir.

—Él te dijo algo muy atrevido para ser un esclavo —afirmó Sour mientras miraba a Asur con una sonrisa.

—Sí, es algo que presencié por primera vez —dijo Esther, mirando a Asur con recelo.

—Sí, esa es su gracia —respondió Sour, esta vez mirando a su hija—. Yo tampoco lo entiendo, pero es divertido.

Tanto Esther como Asur se quedaron callados un momento, esperando escuchar qué decía Sour a continuación.

—Está bien, dime, hija —dijo Sour al acercarse a Esther y poner su mano sobre su hombro—. ¿Qué te dijo este muchacho? ¿Debo castigarlo?

Esther quedó pensativa por un momento y Asur ni se inmutó por el posible castigo.

—Él, él... —dijo Esther a medias, viendo la tranquilidad de Asur—. Solo... volvió a su trabajo mientras yo le hablaba y eso me pareció grosero y... gracioso.

Sour levantó una ceja con incredulidad, pero aceptó la respuesta de su hija.

—De acuerdo —dijo Sour, alejándose hacia la puerta—. Asur, deja de ser tan atrevido; no todos son tan tolerantes como Esther y yo.

Luego Sour se marchó y Asur volvió a su trabajo mientras Esther pensaba en qué debía hacer. Su mente se inundaba de preguntas: ¿Debía dejar ir a ese esclavo? ¿O debía intentar acercarse a él?

Cuando Asur terminó de limpiar y se disponía a marcharse, Esther lo detuvo del brazo y lo miró a los ojos.

—¿Quieres que te enseñe a leer? —preguntó de forma amistosa.

Esto sorprendió a Asur, que no esperaba una palabra de ella y mucho menos una propuesta.

—¿A cambio de qué? —preguntó Asur intrigado.

Esther reconoció la astucia del esclavo al entender que ella quería algo a cambio.

—Fidelidad —respondió Esther, con una sonrisa.

—Yo soy su esclavo, así que tengo que serle fiel —afirmó Asur mientras se soltaba de ella.

—¡No! —dijo ella con firmeza—. Eres el esclavo de mi padre; le tienes lealtad a mi padre. Lo que yo quiero es fidelidad.

Por primera vez, Asur se sintió intrigado por no comprender ni un poco lo que le decían.

—¿Cuál es la diferencia? —preguntó sinceramente Asur.

—Lealtad es lo que ¡tienes que dar! —afirmó Esther con confianza y mirando a los ojos de Asur—. Fidelidad es lo que ¡decides dar!

Esther estaba segura de su respuesta, pues para ella, la lealtad era algo que se le daba a un superior por cierta obligación social: le eras leal a tu amo, jefe, comandante o padres. Mientras que la fidelidad era una elección, algo que decides entregar por voluntad y que, por ende, es más fiable y comprometido.

Unos momentos después y tras pensarlo un poco, Asur no estaba del todo convencido con la propuesta y decidió hacérselo saber.

—Dígame, ¿y para qué quiere usted la fidelidad de un esclavo? —preguntó él.

—Tengo planes y ambiciones para mi futuro —respondió ella con completa serenidad.

Esto despertó la curiosidad de Asur, que no se quedó callado.

—¿Qué planes? —preguntó él, expectante.

—Puede que te lo diga en el futuro —susurró ella mientras extendía la mano—. Pero solo si aceptas.

Asur extendió la mano y la mantuvo cerca de la suya.

—Quiero lo mismo —dijo Asur con voz grave y firme.

—¿Qué? —dijo Esther sin comprender.

—Quiero su fidelidad —aclaró él—. Si no está dispuesta a darla, yo no daré la mía.

Esther dudó un momento en aceptar, pero viendo el atrevimiento del esclavo se convenció de que era una buena decisión.

Ella estrechó la mano de Asur, aceptando ambos ser fieles a las intenciones del otro.

Y aunque este pacto fuera visto como un juego entre dos niños de nueve y siete años que tal vez no llegaría a nada, la verdad es que esta era la alianza más duradera que podría haber existido; aquí se sentaron las bases de la que sería la facción más fuerte y temible en la historia del reino de Cicim.