Cinco semanas después de su llegada a la ciudad de Miles, Asur, ya estaba acostumbrado a su rutina de esclavo: limpiar la casa, llevar mensajes y acompañar a su amo durante sus paseos. Sin embargo, de la noche a la mañana, esta rutina se vio alterada cuando Sour, su amo, le ordenó servir exclusivamente a sus hijos, Cilior y Esther.
Nadie en la mansión supo el porqué de este repentino cambio, y tampoco se atrevieron a preguntar. El único que tenía una idea del porqué era Asur, quien pensó en la señorita Esther como la responsable de hacer esta petición. A partir de entonces, el tiempo siguió pasando. Esther aprovechaba cada día para enseñar lectura y escritura al esclavo Asur.
Esto, se volvió la nueva rutina de Asur: atendía momentáneamente a Cilior y sus exigencias, y luego pasaba la mayor parte del tiempo con Esther. A pesar de sus nuevas obligaciones, Asur no dejó de salir junto a Sour cada vez que este lo requería, continuando con sus charlas peculiares.
—¿Cómo es la vida de esclavo ahora, Asur? —preguntó Sour mientras caminaban por las calles de la ciudad—. Ahora que sirves a mis hijos, quiero decir.
—Sigo sin notar la diferencia —respondió Asur como de costumbre.
Sour soltó una pequeña carcajada y luego se quedó en silencio por un momento.
—Me sorprendió que Esther te pidiera como sirviente personal. Vino a mi alcoba y me dijo que talvez necesitaba a alguien que le sirviera para asuntos personales, pensé que pediría a una esclava, nunca creí que diría tu nombre específicamente. —expresó Sour un tanta extrañado y luego preguntó—. ¿sabes por qué te pidió?
Asur ciñó una sonrisa involuntaria por un momento antes de responder.
—La señorita y yo hicimos un pacto —respondió de forma sencilla—. Yo le serviré de forma fiel y ella hará lo mismo.
A Sour le sorprendió oír esto: ¿Esther le serviría al esclavo? ¿De que manera? Pensaba en sus adentros. Pero le sorprendió más, haber notado esa rápida sonrisa entre los labios de Asur. Se preguntaba qué fue lo que pudo hacer sonreír por primera vez a este niño.
—Entonces, ¿tú y mi hija hicieron un pacto de servidumbre y fidelidad? —preguntó Sour, intrigado.
Pero antes de que pudiera preguntar más, un llamado interrumpió y atrajo la atención de las personas en las calles.
—¡Atención! ¡Atención! —repetía una voz a lo lejos.
Esa voz firme provenía de un hombre montado a caballo que vestía una túnica azul marino y un colgante cuadrado de cobre con inscripciones en él, que daban a conocer su estatus como heraldo de la provincia. Tenía un anuncio que dar a la población, así que esperó a tener una gran cantidad de personas cerca de él para seguir con su informe.
—¡Escuchen las noticias! —gritó—. El rey Musem, Su Majestad, ha nombrado un nuevo gobernador para la provincia de Barclei.
Las personas aglomeradas alrededor, empezaron a murmurar y comentar sobre esta noticia mientras el funcionario se tomaba su tiempo para continuar.
—¡El nuevo gobernador es... —gritó el funcionario haciendo una pausa—. Su Alteza, ¡el príncipe Murem!
La noticia aumentó los murmullos de la multitud, que se mostraban sorprendidos al oír el anuncio.
El funcionario terminó su mensaje avisando de la pronta llegada del príncipe a la ciudad, ordenó difundir la voz y luego siguió con su camino. Con la ausencia del funcionario, las personas dejaron de murmurar y esta vez expresaron sus preocupaciones en voz alta.
—¡El príncipe Murem solo tiene quince años! ¿Cómo puede un muchacho ser gobernador? ¡No tiene experiencia previa! ¡Qué pasará con nuestra provincia! ¡Deberían enviar a alguien con experiencia!
Mientras todos discutían la noticia, el comerciante Sour, se mantenía tranquilo y pensativo sin prestar atención a las quejas, hasta que, de repente, uno de los presentes se acercó a él.
—¿Usted qué opina, señor Sour? —preguntó este hombre.
—Yo opino que... —dijo Sour, aún pensativo—. Debemos preparar nuestros productos.
Las personas a su alrededor creyeron no haber escuchado bien y se quedaron mirando a Sour extrañados mientras este seguía pensando.
—¡¿Productos?! —preguntó confundido el mismo hombre.
—¡Sí, productos! —dijo Sour, emocionado—. ¿No escuchaste? ¡Viene el príncipe! Seguro vendrá con una comitiva, una comitiva de nobles que querrán comprar y consumir productos locales, eso será bueno para nuestros negocios.
Mucha de la gente hizo sus quejas a un lado y empezaron a prestarle más atención a Sour, mientras este pensaba en sus ganancias futuras por la llegada del príncipe.
—Pero, señor Sour —exclamó otro de los hombres allí presente—. ¿No le preocupa que él sea muy joven para ser gobernador?
—¿Y eso por qué me preocuparía? —preguntó Sour de forma retórica.
—Eh... bueno, ¿su falta de experiencia? —respondió aquel hombre.
—¿Y cómo va a adquirir experiencia si no lo dejan gobernar? —preguntó Sour, no solo al hombre sino a todos los presentes.
Las personas de alrededor vieron a Sour con ojos de intriga, al parecer esperando una explicación.
—¡Escuchen todos! —exclamó Sour en voz alta—. El príncipe necesita aprender a gobernar. Nuestra provincia, Barclei, es tranquila y casi pacífica; prácticamente, es la provincia más fácil de gobernar.
Toda la gente de alrededor se miraba unas a otras asintiendo al concordar con las palabras de Sour y empezando a entender su punto.
—¡Ahora lo entienden! —dijo Sour con voz fuerte y confiada—. El príncipe viene para aprender a gobernar; deben recordar que, él será nuestro siguiente rey.
Con esas últimas palabras los presentes terminaron de asimilar la lógica de Sour y retomaron sus actividades pensando en como los beneficiará la llegada del príncipe.
Sour siguió su caminó, igualmente, pensando en como aprovechar la llegada del nuevo gobernador. Por su parte, Asur, quien se mantuvo callado durante todo el revuelo, siguió a su amo muy de cerca mientras en su mente analizaba y aplaudía la habilidad de Sour para calmar a las personas con unas pocas palabras.
—Usted es interesante, amo —susurró Asur.
—¿Dijiste algo, Asur? —preguntó Sour.
Asur negó con la cabeza y continúo caminando tras su amo en silencio.
A la hora de la cena, una vez que Sour y su familia terminaran de comer, todos los esclavos se reunieron en el comedor de su comedor, donde compartirían sus alimentos.
Durante ese momento el tema de conversación se centró en la noticia sobre el nuevo gobernador. Leo, un esclavo joven de quince años, hablaba incansablemente de su sorpresa al saber que alguien de su misma edad sería gobernante de toda una provincia.
—¡Lo digo en serio! —decía Leo, emocionado—. Es impresionante para mí, no me podría imaginar yo en su lugar, estaría muerto de miedo si me dieran esa posición.
Todos los presentes se reían de las ocurrencias de Leo, quien era muy alegre y, constantemente, hacía y decía cosas fuera de lugar sin darse cuenta.
—No seas duro contigo mismo —expreso de forma coqueta Lireya, una esclava joven de dieciséis años—. Seguro serías un buen gobernador y llenarias de alegría las calles de la ciudad.
Lireya era una joven amorosa e inocente, a quien le gustaba seguir el juego a Leo de forma positiva.
—Y si lo fuera, tu serías mi vicegobernadora y mi esposa —afirmó Leo con una sonrisa coqueta.
Los otros esclavos presentes hicieron gestos de complicidad, divirtiéndose por los coqueteos de los jóvenes.
—Ya están otra vez con eso —exclamó Yara, otra esclava de veinte años que servía la comida—. Dejen de jugar y coman.
La esclava Yara, una joven de actitud seria que de vez en cuando seguía los juegos de los más jóvenes, pero que la mayoría del tiempo era quien mantenía el orden y la disciplina.
—Asur, toma niño, come —dijo Yara mientras le servía el alimento a Asur.
—¿Niño, de dónde? —preguntó Leo con un tono de burla, comiendo un pedazo de pan—. Asur se ve como niño, pero no se comporta como uno, no lo e visto jugar, ni sonreír y cuando habla con el amo es raro.
—Primero aprende modales y luego juzga a las personas —aclaró Yara, señalando a Asur comiendo en silencio, en comparación con Leo, que hablaba con la boca llena.
Evitando discutir con Yara, Leo guardo silencio y siguió comiendo. Lireya, escucho lo dicho por Leo, pero sin darle importancia, jaló a Asur de la cintura y lo sentó sobre sus piernas; tomando por sorpresa a este mismo que no pudo hacer nada cuando Lireya lo abrazo por la espalda, presionando suavemente su busto contra la nuca de Asur.
—Aunque no se comporte como niño, sigue siendo uno, merece atención y mimos, ¿Verdad Asur? —dijo Lireya mientras lo sostenía con fuerza evitando que se moviera de su regazo.
—Deja de molestar al niño —renegó Yara, sentándose al lado de los dos—. Estaba comiendo tranquilo y lo interrumpiste.
Lireya negó con la cabeza y siguió sosteniendo con fuerza al niño, por su parte, Asur no impuso resistencia a esto, solo siguió comiendo esperando hasta que los juegos terminarán. Así acabó sentado en las piernas de Lireya, durante el resto de la cena.
De un momento a otro, la conversación volvió a ser sobre la noticia del gobernador, desviándose de vez en cuando hacia temas relacionados con la ciudad, la provincia y el reino en general.
Con su interés desbordado, Asur escuchaba atento y en silencio las conversaciones, comprendió algunas cosas, pero deseando un poco más de información, su curiosidad lo hizo preguntar directamente.
—¿Cómo funciona el reino? ¿Hay más provincias? ¿Más gobernadores?
Los presentes se mantuvieron indiferentes ante las preguntas, según ellos, inocentes del niño.
—No es algo que te importe, niño —dijo uno de los esclavos más adultos con tono hostil—. Sigue comiendo en las piernas de tu madre sustituta —añadió con risa burlona.
Los jóvenes cerca de Asur se sintieron molestos por las palabras del otro esclavo, tocar el tema de la madre se Asur para ellos era muy cruel.
—Oye, no tienes por qué hablarle así a un niño —dijo Leo, encarando al otro esclavo.
—Tú dijiste que no era un niño —afirmó el esclavo aún riéndose.
—Dije que no se comportaba como niño —respondió Leo, con tono molesto—. Pero como dijo Lireya, aún es un niño, ¡discúlpate!
Leo y el otro esclavo se vieron de forma agresiva, hasta que, Asur, viendo el problema que estaba causando su pregunta, se disculpó a su manera.
—Disculpe si se sintió ofendido, señor —dijo Asur, con tono sincero cambiando a sarcástico—. Pero si no sabe nada del reino, no debía responder.
El esclavo sintió como si estuviera siendo insultado por el niño frente a los demás.
—¿Qué dices, niño, te burlas de mí? —preguntó en voz alta y con malicia mientras se levantaba de su asiento.
Pero antes de hacer algo, una mano lo tomó del hombro y una voz le susurró: —«¿Qué estás haciendo?» —
Aquel esclavo agresivo volteó para encontrarse cara a cara con Osel: un esclavo joven de diecinueve años, alto, robusto, de barba aún creciente y una cicatriz en su frente que se perdía en su cabellera.
—Eh... Osel, este niño —decía el esclavo, dudando y mirando a los ojos oscuros de Osel—. Sabes, no pasó nada, ya terminé de comer, me iré.
El esclavo agresivo salió con calma del comedor seguido por otros. Los que se quedaron volvieron a sus charlas mientras Osel se unió al grupo de los más jóvenes con Yara, Lireya y Leo, a quienes preguntó la razón del problema y los demás le explicaron sobre la pregunta de Asur.
—¿Entonces tienes curiosidad, Asur? —preguntó Osel.
—Sí, ¿tú puedes responder? Debes saber algo, se que antes fuiste un hombre libre —afirmó Asur.
—Yo no sé mucho de esto —afirmó Osel mientras fingía esforzarse en pensar—. Pero si alguien debe saber, esa es Yara.
De inmediato los ojos de Asur, Lireya y Leo se fijaron en Yara, quien terminaba de servir la comida de Osel.
—Yara era la esclava personal de un funcionario muy importante —afirmó Osel, con una sonrisa traviesa—. Ella puede responderte.
—¿Eso es verdad? —preguntó Asur intrigado.
Yara miró a Osel, con fingiendo un enojo al sacarle la lengua.
—Sí, es verdad —dijo Yara poco interesada—. Pero solo era una esclava como lo soy ahora, no me enseñaron mucho.
—Me parece que Asur solo quiere saber lo básico —dijo Osel mientras empezaba a comer.
—Igualmente, no creo que a él le importe lo poco que sé —dijo Yara, segura de sus palabras.
Sin embargo, al voltear y ver a Asur con unos ojos brillantes fijos en ella, que reflejaban una ilusión infantil, poco común en él, no pudo evitar ceder a su petición.
—Bien..., Asur, ponte cómodo —dijo ella mientras pensaba en qué decir.
Asur obedeció y se acomodó apoyándose hacia atrás, sin importarle que todavía estaba sentado en las piernas de Lireya.
—Tu pregunta fue: ¿Cómo funciona el reino? —dijo Yara mientras pensaba cómo responder—. El reino de Cicim tiene un rey.
**»**El rey es la máxima autoridad; debajo de él están los ministros que administran sectores específicos y le dan consejos e informes sobre estos mismos. El reino tiene doce provincias y cada provincia tiene un gobernador, que solo pueden ser nombrados por decreto del rey; ellos administran los problemas y mantienen el control sobre las provincias, igualmente tienen sus ministros provinciales que los aconsejan sobre diversas cuestiones. Cada provincia tiene diversas ciudades y aldeas, que tienen líderes locales casi siempre de una sola familia, encargados de mantener el orden en la población local y de informar sobre futuros problemas a los gobernadores.
Yara se detuvo, pensando que había sido suficiente información para que Asur la asimilara. Por su parte, él sentado y comiendo unos últimos bocados, suplicaba con la mirada que le contaran más.
—¿Bien, eso es suficiente para ti? —preguntó Yara, con aparente cansancio.
—¿Sabes más?, ¡cuéntame más! —exclamó Asur con emoción casi infantil.
Yara y Lireya mostraron una sonrisa de incredulidad ante lo que estaban presenciando, mientras Osel y Leo se mostraban sorprendidos. Asur se mostraba infantil por primera vez desde que lo conocían.
—Asur, me alegra verte feliz —expresó Yara, con una gran sonrisa también poco común en ella—. Pero debemos trabajar mañana, ve a dormir.
Asur contuvo su emoción y prosiguió a bajar de las piernas de Lireya para obedecer y marcharse de la cocina.
—Pero mañana me sigues contando —dijo Asur con tono autoritario.
A Yara le hizo gracias ese tono y fingiendo que hablaba con su amo, asintió cortésmente mientras Asur se iba a la habitación de esclavos.
En la cocina, los cuatro jóvenes siguieron conversando sobre lo que acababan de presenciar.
—¿Vieron eso? —dijo Lireya con emoción—. Le emociona bastante aprender.
—No es de sorprender, es un niño inteligente —afirmó Osel.
—Sí, eso es obvio, si oyeran las conversaciones que tiene con el amo —afirmó Leo.
—Solo espero que no se haga ilusiones —comentó Yara.
—¿De qué hablas? —preguntó Lireya—. ¿Por qué no debe hacerse ilusiones?
—Es un esclavo —afirmó Yara, viendo a Lireya mientras limpiaba la mesa—. No importa cuánto le interese o aprenda, nunca tendrá oportunidades como esclavo.
—Tú no sabes eso —dijo Lireya indignada—. El destino puede tener grandes planes para él.
—¿Y por eso es esclavo aquí? —preguntó Yara con ironía.
Antes que la discusión escalara, Leo intervino alzando la voz.
—Chicas, tranquilas, no discutan por esto —dijo mientras movía las manos en señal de calma.
—Sí, Leo tiene razón —intervino Osel—. No tiene sentido pelear por esto, lo que pase en el futuro con Asur nadie lo sabe.
Seguido de esto, las mujeres empezaron a limpiar ignorandose mutuamente.
—Saben, debemos concentrarnos en lo que vimos esta noche —dijo Osel con una sonrisa alegre—. Vimos a Asur comportarse como un niño.
En ese momento, el ambiente tenso se tornó a uno más relajado, los cuatro hacían memoria de ese momento. Para ellos, Asur era un niño que a su corta edad vió lo cruel que era el mundo, perdiendo a su madre y luego siendo orillado a entregarse como esclavo. Creían que esa era la razón de su comportamiento tan inusual, que fue obligada crecer, que no sonreír era parte de su trauma. Por eso, verlo feliz como un niño cualquiera, era una prueba de que lo estaba superando.