Capítulo 5: El Cruce de Caminos y las Sombras Aliadas

Los días se fundían en un mosaico de dolor y supervivencia para Kaelen. Su viaje hacia Grisel era una marcha silenciosa, una penitencia a través de la naturaleza hostil.

Los susurros en su mente eran ahora una compañía constante, distorsionando el canto de los pájaros en lamentos y las hojas susurrantes en risas burlonas.

Su cabello blanco plateado y sus ojos amatistas se habían convertido en un faro en la penumbra del bosque, atrayendo miradas curiosas o temerosas de cualquier alma que se cruzara en su camino.

Ya no se esforzaba por esconderlos. La sutileza era un lujo.

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El hacha de mano que había tomado de los bandidos se había convertido en una extensión de su brazo. Cada golpe, cada corte, se ejecutaba con una eficiencia fría y desapasionada.

Matar ya no le provocaba náuseas; era una necesidad, una ecuación simple: ellos o él.

El recuerdo de Lígia y el Maestro Elías se había transformado, no en un tormento paralizante, sino en una especie de motor silencioso, un recordatorio constante del precio de la debilidad.

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Una tarde, mientras cruzaba un denso matorral, el aire se llenó con el inconfundible hedor a sangre fresca y el claxon desesperado de un carro.

Kaelen se detuvo en seco, sus sentidos agudizados por la locura y el instinto.

Las voces en su cabeza le susurraban:

"¡Carro! ¡Comida! ¡Peligro!"

Se deslizó sigilosamente entre los arbustos, acercándose a la fuente del sonido.

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Lo que vio fue una emboscada.

Un carromato de mercader, volcado y destrozado, yacía a un lado del camino.

Alrededor, dos figuras masivas de Oni con pieles de un gris oscuro, sus cuernos cortos y gruesos, se movían con una brutal eficiencia.

Habían matado a los guardias y ahora se disponían a saquear el carro.

Sin embargo, no estaban solos.

Entre ellos, un hombre luchaba.

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Era un guerrero, no un mercader.

Su armadura de cuero era básica, pero se movía con una velocidad y una gracia sorprendentes para un humano.

Su arma era una hoja ancha, casi una espada corta, con una empuñadura envuelta en cuero.

Aunque Kaelen no lo sabía, era una Machete de la Guardia del Camino, un arma de uso común entre los pocos guardianes que se atrevían a patrullar las rutas entre asentamientos.

Este hombre no luchaba por el botín, sino por la desesperación.

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Las voces de Kaelen se intensificaron.

"Déjalo morir. Más para ti. Es un extraño."

Pero algo, una chispa residual de su antigua humanidad o la fría lógica de la oportunidad, lo detuvo.

Los Oni eran fuertes, pero él solo era uno.

Dos Oni eran un problema.

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Mientras el guerrero evadía un golpe de mazo que habría pulverizado un caballo, Kaelen tomó su decisión.

Saltó de su escondite, el hacha de mano silbando en el aire.

No gritó, no avisó.

Su objetivo era la espalda del Oni más cercano.

El golpe no fue fatal, pero profundo, y el Oni rugió de dolor y furia.

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El guerrero humano, aturdido, giró para ver a Kaelen.

Sus ojos, de un inusual tono verde esmeralda, se abrieron con sorpresa.

Kaelen no le dio tiempo a reaccionar.

"¡Juntos!", gruñó, señalando al otro Oni.

El guerrero, entendiendo el mensaje tácito, asintió con una determinación repentina.

Su nombre, Kaelen aprendería más tarde, era Kael.

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Kael, el Guerrero del Camino:

Era un hombre de unos treinta años, con una constitución atlética y cicatrices que cruzaban su rostro barbudo.

Su cabello era de un castaño rojizo, siempre un poco desordenado.

Sus ojos verde esmeralda denotaban una mezcla de cansancio y una voluntad férrea.

Había perdido a su familia en un asalto de Faes Sombríos años atrás y había dedicado su vida a proteger a los pocos inocentes que aún quedaban en las rutas.

Era honorable a su manera, pero también un superviviente endurecido, escéptico de todo y de todos.

La lealtad era algo que se ganaba con sangre y sudor.

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La lucha contra los Oni fue brutal.

Su piel era dura como la corteza de un roble viejo, y cada golpe de sus mazos podía romper huesos.

Kaelen se movía como una sombra, sus sentidos agudizados por la locura que le permitía anticipar los golpes.

Veía los puntos débiles, las micro-fracturas en su armadura natural.

Las voces le gritaban instrucciones:

"¡A la articulación! ¡Detrás de la rodilla! ¡Ciego! ¡Ahora!"

No eran tácticas, sino impulsos viscerales, como si la locura le susurrara la verdad del movimiento y el daño.

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Kael, por su parte, era un torbellino de ataques precisos.

Su machete cortaba y apuñalaba, buscando la garganta o el tendón de Aquiles de las bestias.

Juntos, eran un equipo improbable:

La fuerza bruta y el honor pragmático de Kael,

contra la agilidad desquiciada y la visión distorsionada de Kaelen.

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Finalmente, con un grito de guerra salvaje de Kael y un golpe desesperado de Kaelen en el cuello de uno de ellos, los dos Oni cayeron.

Sus cuerpos masivos retumbaron en el suelo, y el silencio que siguió fue casi ensordecedor.

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Kael se apoyó en su machete, jadeando.

Miró a Kaelen, sus ojos verdes analizando su figura delgada, su cabello blanco plateado y sus ojos amatistas que parecían brillar con una luz inquietante.

—No te he visto antes en estas rutas, chico —dijo, su voz ronca—. Y no pareces un bandido común. ¿Quién eres?

Kaelen se encogió de hombros, limpiándose la sangre Oni del hacha.

—Un superviviente —respondió, su voz más áspera de lo que recordaba—. Como tú.

No ofreció su nombre. No ofreció su historia.

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Kael lo estudió un momento, antes de mirar el carromato.

—Esos eran los cargamentos de suministros para Grisel. Ahora están destrozados. Y esos dos eran problemáticos. Gracias por la ayuda... aunque no parecieras del todo cuerdo al luchar.

Las palabras "no del todo cuerdo" resonaron en la mente de Kaelen.

Las voces se rieron.

"Lo ve. Lo saben. No te escondas."

—La cordura es un lujo que pocos pueden permitirse —Kaelen escupió, mirando los cuerpos de los Oni sin ninguna emoción—. En este mundo, o te vuelves loco... o mueres.

Su respuesta fue fría, una declaración de su nueva filosofía.

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Kael alzó una ceja, pero no discutió.

—Puede que tengas razón —murmuró, volviendo a la tarea de revisar el carromato—. Poca carga queda. Y no es seguro aquí. Me dirijo a Grisel. Necesito reportar esto.

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Kaelen dudó.

Grisel.

Su destino.

Pero viajar con un extraño...

Las voces le advertían.

"Trampa. Debilidad. Confiar es morir."

Sin embargo, una parte de él, la parte pragmática, sabía que dos eran más fuertes que uno.

Especialmente contra los Oni y lo que sea que se moviera en la oscuridad.

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—Voy hacia Grisel —dijo Kaelen, su voz monótona—. Podemos ir juntos. Hasta que nuestros caminos diverjan.

Kael lo miró directamente a los ojos.

No había amistad, ni camaradería, solo una fría evaluación.

—Bien —dijo finalmente—. Pero no confíes en mí. Y yo no confiaré en ti. Es el camino del superviviente. Y no intentes ninguna de esas... locuras que hiciste con el hacha en mi contra.

Kaelen asintió.

La falta de confianza era la única verdad en la que podía creer ahora.

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Mientras avanzaban, Kaelen se dio cuenta de algo.

Las voces, aunque seguían presentes, parecían menos caóticas cuando luchaba, o cuando su mente se enfocaba en la supervivencia.

Era como si la brutalidad del mundo fuera un bálsamo para su locura,

o quizás el conducto a través del cual esa locura le revelaba su poder.

Kael era una presencia sólida, un ancla en la realidad,

pero Kaelen sabía que esa alianza era tan frágil como la vida misma en este mundo.

Era un paso más en su transformación.

Un paso hacia convertirse en el cazador.

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