Capítulo 7: La Danza de la Demencia y el Pacto Silente

Kaelen se quedó inmóvil, observando a Seraphina.

La mujer no se había movido de su sitio, sus ojos de un azul gélido fijos en él, la sonrisa en sus labios un enigma inquietante.

El aire entre ellos vibraba con una tensión extraña, casi eléctrica.

Las voces en la mente de Kaelen se habían aquietado a un murmullo, como si estuvieran observando, expectantes.

Nunca antes se había encontrado con alguien que lo viera así, no con miedo, sino con una curiosidad tan intensa, casi una complicidad.

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—¿Alma perdida, dices? —Kaelen respondió, su voz era un gruñido bajo, acostumbrada al silencio de la huida y a los susurros de su propia mente—. Todos lo estamos en Grisel.

Seraphina soltó una risita, un sonido que era tan musical como desafinado.

Se acercó un paso, sus movimientos fluidos, como una Sombra danzando.

El olor a metal y a algo dulzón, casi a incienso, flotaba a su alrededor.

—Oh, no todos. La mayoría solo están ciegos. Tú... tú lo has visto, ¿verdad? El verdadero color de la noche.

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Se detuvo a un par de metros de Kaelen, sus ojos escudriñándolo.

No había un solo rastro de miedo en ella, solo una profunda fascinación.

Kaelen sintió una punzada, un reconocimiento.

Ella no le temía porque, de alguna manera, ella era igual de rota.

—El Valle del Sereno —Kaelen dijo.

Las palabras salieron de su boca sin que él las pensara.

Era la primera vez que compartía algo tan íntimo con un extraño, y mucho menos con alguien así.

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Una sombra cruzó el rostro de Seraphina, pero no era tristeza.

Era algo más oscuro, una comprensión.

—Ah, un cuento antiguo. Inocencia convertida en cenizas.

He oído de sitios así. Mundos que crees seguros hasta que el velo se rasga.

Se movió para rodearlo, sus ojos nunca abandonando los suyos.

—Y ahora el canto de las sombras te llama, ¿eh?

Puedo oírlo en tus ojos. Ese hermoso violeta manchado de oscuridad.

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La mención del "canto de las sombras" lo golpeó.

¿Ella también lo escuchaba?

¿O simplemente veía la locura que Kaelen sentía crecer dentro de él?

La duda lo atravesó, pero no se inmutó.

—¿Qué quieres? —Kaelen preguntó, su mano se movió instintivamente hacia el hacha, aunque no tenía intención de usarla contra ella.

Era un reflejo de su nueva naturaleza, una amenaza silenciosa.

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Seraphina sonrió de nuevo, sus labios dibujando una curva perfecta.

—Oh, mi querido Kaelen. No quiero nada... que no quieras darme.

Su voz bajó a un susurro, casi un arrullo.

—Y puedo darte mucho. Conocimiento. Protección.

Un lugar en este mundo que los ciegos no pueden ver.

Se inclinó un poco hacia él, y Kaelen pudo sentir la extraña energía que emanaba de ella, una mezcla de magnetismo y peligro.

—Un lugar donde tu “canto de las sombras” puede ser una sinfonía, no solo un tormento.

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La oferta de Seraphina resonó con las voces en la mente de Kaelen.

"Poder. Guía. Ella entiende."

Su lógica fría se activó. No había confianza, pero podía haber una transacción, un beneficio mutuo.

Ella parecía capaz de valerse por sí misma y parecía entender algo de la oscuridad que lo asediaba.

—¿Por qué me ayudas? —Kaelen cuestionó, su voz era tan fría como el acero—. La gente no hace nada por nada.

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Seraphina se rio, una risa clara y cristalina que de repente se tiñó de una nota discordante.

—Sabias palabras, alma de amatista. Nadie lo hace. Yo tampoco.

Verás, Kaelen, me aburro. Este mundo está lleno de ovejas asustadas y lobos predecibles.

Pero tú... tú eres un lobo que baila con el fantasma de un cordero. Eso es interesante.

Ella se enderezó, sus ojos brillaban con una intensidad perturbadora.

—Además, tu oscuridad... resuena con la mía.

Mi propia canción de amor no es para los débiles.

Y creo que tú podrías ser la melodía más hermosa de todas.

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La mención de "amor" en ese contexto era extraña, casi nauseabunda,

pero la forma en que lo dijo, con esa mezcla de anhelo y un toque de locura, intrigó a Kaelen.

Él había amado, había perdido.

Ella parecía amar de una manera que distorsionaba la realidad.

—¿Y qué ofreces exactamente? —Kaelen fue al grano, ignorando la extraña fascinación.

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Seraphina giró sobre sus talones, como si danzara, y señaló con su daga el gentío del mercado.

—Grisel es una red de mentiras y cuchillos ocultos.

Las facciones humanas se odian más que a los Oni.

Los gremios luchan por el poder. Los ricos se pudren en sus torres mientras los pobres se desangran en los callejones.

Y lo peor de todo, los depredadores, los verdaderos, ya están aquí.

Dentro de los muros.

Se volvió hacia él, su sonrisa se desvaneció, dejando una expresión de fría astucia.

—Te ofrezco ojos para verlos. Manos para matarlos.

Y un lugar en el que no estarás solo, incluso si estás más allá de la cordura.

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Las palabras de Seraphina resonaron profundamente en Kaelen.

Tenía razón. Grisel era un campo de batalla diferente, más sutil, pero igual de mortal.

Y la soledad, aunque se había acostumbrado a ella, era una carga pesada, especialmente con las voces.

—¿Qué quieres a cambio? —Kaelen preguntó de nuevo, ya no como una pregunta, sino como una demanda.

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Seraphina inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos brillando.

—Tu compañía, mi querido. Tu... lealtad.

Y el placer de ver cómo tu oscuridad florece.

Extendió una mano, sus dedos delgados y pálidos, casi translúcidos.

—Un trato, alma de amatista.

Una alianza de conveniencia.

O de locura. Como prefieras.

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Kaelen miró la mano extendida.

No había calor en ella, ni una promesa de amistad, solo una oferta de un pacto peligroso.

Las voces en su mente, la parte pragmática, le instaban:

"Tómalo. Necesitas una guía aquí. Otro depredador."

Su corazón, la parte que aún recordaba a Lígia, sintió un escalofrío ante la oscuridad que se reflejaba en los ojos de Seraphina.

Pero esa parte se estaba desvaneciendo.

Él no la estrechó. Simplemente asintió.

—Un trato —dijo, su voz era casi un susurro, pero firme.

No había apretón de manos, no había palabras vacías.

Solo una comprensión fría.

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La sonrisa de Seraphina se amplió, esta vez con un matiz de triunfo.

—Excelente. La ciudad te espera, Kaelen.

Y yo seré tu... guía. Tu musa.

Tu compañera en este hermoso descenso.

Se dio la vuelta, con sus cabellos oscuros moviéndose como una sombra.

—Ahora, ven. Hay un sitio que te gustará.

Un lugar donde la gente como nosotros puede encontrar... trabajo.

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Mientras Seraphina se alejaba, Kaelen la siguió, su hacha de mano colgando a su lado.

La presencia de Seraphina era como un veneno, una droga extraña que silenciaba las voces de la culpa y amplificaba el canto de las sombras.

Él no confiaba en ella, no del todo.

Pero por primera vez en mucho tiempo, no estaba solo.

Estaba caminando junto a alguien que no temía su locura, sino que la abrazaba, e incluso parecía deleitarse en ella.

Y en Grisel, Kaelen sabía que esa podía ser la única forma de sobrevivir.

El descenso continuaba, y ahora, tenía una compañera en el abismo.