La reputación del Fantasma de los Callejones crecía en Grisel, un murmullo de terror que se extendía desde los rincones más oscuros del Nido del Tejedor hasta las cloacas donde se arrastraban las almas perdidas.
Tras la masacre en las alcantarillas, donde los cultistas de los Devoradores de Inocencia habían sido desmembrados con una eficiencia escalofriante, Kaelen se había convertido en un nombre que incluso los capataces del gremio pronunciaban con respeto cauteloso.
No había piedad en sus ojos, solo la fría lógica de la depredación.
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El canto de las sombras en su mente no era ya un mero susurro; se había convertido en un coro constante, una sinfonía de voces que le revelaban el mundo de una forma que nadie más podía percibir.
No eran solo consejos para el combate; eran susurros sobre la podredumbre oculta, sobre las debilidades en la carne y el metal, sobre los miedos más profundos de aquellos a quienes se enfrentaba.
Y con esa nueva "visión", llegaron los nuevos poderes, manifestaciones grotescas de su locura, herramientas forjadas en el abismo de su alma.
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Fue en una misión de "cobro de deudas", un encargo sencillo para someter a un mercader que se creía intocable, cuando la primera de estas nuevas habilidades se manifestó plenamente.
El mercader, un hombre obeso y sudoroso, se atrincheró en su almacén, flanqueado por dos guardias armados con pesadas mazas.
—¡No tengo nada para ustedes, ratas del gremio! —gruñó el mercader, su voz temblaba a pesar de su bravuconería.
Kaelen se adelantó, seguido por Seraphina, que observaba con una sonrisa expectante, sus ojos azul gélido fijos en Kaelen.
Los guardias se tensaron. Kaelen no dijo una palabra.
Simplemente extendió una mano, sus dedos pálidos y esbeltos, hacia un saco de grano que estaba cerca del mercader.
No lo tocó con fuerza, solo un roce casi imperceptible.
Las voces en su mente, la Visión de Eco Sombrío, le gritaron:
> "¡Putrefacción! ¡Deshazlo! ¡Muéstrales el horror!"
En segundos, la tela del saco, antes robusta, comenzó a oscurecerse, a perder forma.
Un hedor agrio y nauseabundo a moho y descomposición llenó el aire.
El grano dentro se convirtió en una papilla negruzca, burbujeante, como si llevara semanas pudriéndose bajo un sol abrasador.
La tela se rasgó con un sonido húmedo, y el contenido repugnante se derramó por el suelo, atrayendo moscas de la nada.
Los guardias retrocedieron con náuseas. El mercader vomitó ruidosamente en el suelo.
La habilidad de Toque de Putrefacción había nacido.
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Kaelen observó su obra, una extraña satisfacción burbujeando en su pecho.
El asco en los rostros de los hombres era un lenguaje que entendía perfectamente.
El mercader, tembloroso, les entregó el oro.
La lección había sido aprendida de una forma que la violencia física por sí sola no habría logrado.
Seraphina aplaudió con un deleite silencioso, sus ojos azul gélido brillaban con admiración.
—Oh, Kaelen. Eres... exquisito. La decadencia misma. Me encanta.
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Los días siguientes, Kaelen continuó explorando sus nuevas manifestaciones.
Aprendió a usar la Visión de Eco Sombrío para rastrear a una banda de ladrones a través de Grisel, viendo las "manchas" de sus miedos y agresiones pasadas flotando en el aire.
Incluso en combate, podía percibir una fracción de segundo antes que el enemigo, el eco de su intención asesina, dándole una ventaja sobrenatural.
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El Flujo Sanguíneo Maligno se manifestó de la forma más brutal en un encuentro con un mercenario rival en un callejón oscuro.
Tras herirlo en el hombro con su hacha, el mercenario se retorcía en el suelo, la sangre brotaba.
Kaelen se arrodilló, extendió su mano sobre la herida, sin tocarla.
Las voces le susurraron:
> "¡Abre! ¡Que fluya! ¡Cosecha su miedo!"
La herida, que ya sangraba, de repente pareció expandirse, el flujo carmesí se intensificó con velocidad antinatural, empapando el adoquín.
El mercenario gritó, no solo por el dolor, sino por el horror de ver su propia vida drenarse tan rápido.
No hubo necesidad de un golpe de gracia.
Murió desangrado en segundos, sus ojos abiertos, fijos en Kaelen.
Seraphina sonrió, una sonrisa de éxtasis.
—Tan elegante, mi amor. Tan... final.
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Pero no todo era un campo de juego para Kaelen.
Mientras su poder crecía, una nueva amenaza comenzaba a tejer una red alrededor de Grisel, una sombra más astuta que los Oni o los mercenarios.
Un nombre empezó a circular entre los susurros de los ricos y poderosos: Lord Silas Vane.
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Lord Silas Vane no era un guerrero.
Era un hombre de mediana edad, con figura esbelta y elegante, siempre impecablemente vestido con sedas oscuras.
Su rostro era apacible, casi guapo, con una barba corta y bien recortada.
Sus ojos, de un profundo color zafiro, irradiaban una inteligencia fría y calculada.
Era un noble de la corte interior de Grisel, un consejero del Alcaide.
Nadie lo había visto blandir una espada en su vida.
Pero los rumores decían que su poder no residía en el músculo, sino en la mente.
Se hablaba de ilusiones, de palabras que podían torcer la voluntad, de una influencia que se extendía como un veneno sutil por toda la ciudad.
Los mercenarios del Nido, acostumbrados a la brutalidad directa, sentían una inquietud fría al mencionar su nombre.
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Una noche, Gorok convocó a Kaelen, Seraphina, Darian y Zoltan.
Su rostro, surcado por cicatrices, estaba más tenso de lo habitual.
—Hemos tenido problemas —gruñó—. Unos cuantos informantes dejaron de hablar. O peor, empezaron a decir cosas... que no tenían sentido.
Y los contratos del Alcaide, que antes venían a nosotros, ahora van a otro lado.
—¿Quién está detrás de esto? —preguntó Darian.
Zoltan, el Orador de Sombras, se alisó su vestimenta oscura, sus ojos ónice más profundos que de costumbre.
—Se rumorea un nombre: Lord Silas Vane. Ha estado moviendo sus piezas. Limpio, silencioso. Pero brutalmente efectivo.
Su voz tenía un matiz de preocupación.
—Dicen que sus métodos... no son los de la hoja. Son los de la mente.
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Kaelen sintió una punzada de interés.
Un depredador diferente.
Las voces en su cabeza se agitaron.
> "¡Desafío! ¡Una mente que doblar! ¡Destrúyelo!"
—¿Y qué quiere este Vane de nosotros? —preguntó Seraphina, con deleite.
Gorok escupió en el suelo.
—No nos quiere. Quiere vernos caer. Controlar Grisel desde las sombras.
Y somos... un obstáculo ruidoso.
Miró a Kaelen.
—Nuestro próximo trabajo... es personal.
Un mensajero de Vane que ha estado espiando nuestros movimientos.
Necesitamos enviarle un mensaje.
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El objetivo era un joven informante, un chiquillo asustado que solo buscaba sobrevivir, pero que había sido coaccionado para espiar al gremio.
Lo encontraron en un almacén abandonado en los muelles.
Darian lo inmovilizó con facilidad, sus grandes manos apretando los brazos del chico.
El joven se retorcía, sus ojos de marrón asustado suplicaban.
Seraphina se inclinó, su rostro cerca del suyo, la sonrisa demente en sus labios.
—Pobre alma. Solo un peón en un juego mucho más grande.
Su voz era un susurro suave.
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—¿Qué quieres hacer? —preguntó Kaelen a Gorok, su voz desapasionada.
La Visión de Eco Sombrío le mostraba los miedos del chico, el terror de la inminente agonía.
Gorok se encogió de hombros.
—Un mensaje claro.
Que lo sepa Vane.
Que lo sepa toda la ciudad.
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Las voces en la cabeza de Kaelen se volvieron un torbellino de cálculos.
Una idea brutalmente eficiente, pero que requeriría un sacrificio.
Miró al chico, luego a Seraphina.
—Un mensaje. Un ejemplo. Úsalo. Muéstrales. Que sepan tu locura.
—Déjenmelo a mí —dijo Kaelen, monótono, frío—.
El mensaje será inolvidable.
Gorok asintió, una sonrisa cruel.
—Como quieras, Fantasma. Hazlo... a tu manera.
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Kaelen se acercó al joven.
El miedo en sus ojos era casi palpable.
Kaelen no sintió ni remordimiento ni placer.
Solo la lógica.
Esto era necesario.
Una oportunidad para enviar un mensaje no solo a Vane, sino a toda Grisel.
Una demostración del horror que podía infligir.
Extendió una mano, dedos pálidos y delgados.
No fue un golpe. Fue un toque lento, deliberado, primero en el rostro del chico.
Las voces en su cabeza cantaban con furia:
> "¡Siente su miedo! ¡Absórbelo! ¡Sé su torturador!"
El joven se encogió, los ojos desorbitados.
Kaelen bajó su mano, deslizando un dedo lentamente por la piel del cuello del chico, raspando apenas.
Luego llevó su dedo a la oreja del joven.
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—No es por ti —susurró Kaelen, extraño y calmado—. Es por el mensaje.
Con un movimiento lento, casi elegante, Kaelen metió su dedo en el canal auditivo del chico.
No había sangre, no un grito inmediato.
Solo un temblor.
El chico se convulsionó, intentando apartarse, pero Darian lo sujetaba con fuerza.
Kaelen cerró los ojos, concentrándose.
Las voces en su cabeza le guiaban, le mostraban la anatomía interna, los nervios, el equilibrio.
La Visión de Eco Sombrío se intensificó, y Kaelen vio los puntos de presión, vasos sanguíneos, los pequeños huesos del oído interno.
Las voces le gritaban la forma más efectiva de romperlo:
> "¡Aplastarlo! ¡Gira! ¡Hazlo lento! ¡Que sienta cada fibra!"
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Luego, Kaelen comenzó a girar su dedo, aplicando presión gradual y constante.
No fue rápido.
Fue lento, agonizante.
Se escuchó un crujido suave y húmedo, un sonido que hizo a Darian endurecer su mandíbula.
El joven emitió un alarido gutural, ahogado por la mordaza.
Sus ojos se inyectaron en sangre.
Lágrimas y mucosidad se mezclaron en su rostro.
Su cuerpo se sacudió violentamente, espasmos de puro terror y dolor.
Kaelen siguió girando, aplastando más y más, hasta que sintió un estallido, un crujido final.
El grito se ahogó en un gemido prolongado y desgarrador.
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La habilidad de Eco del Tormento se manifestó entonces con fuerza brutal.
Kaelen no solo le había roto el oído, había infundido en la mente del chico un terror absoluto.
El joven no podía gritar, pero sus ojos, rostro descompuesto y cuerpo convulso irradiaban un miedo tan intenso que Kaelen podía sentirlo, saborearlo.
La desesperación del chico era palpable en el aire, como una niebla fría.
Darian sintió un escalofrío que no era de frío.
Incluso Seraphina, aunque sonreía, tenía los ojos más abiertos de lo normal.
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Kaelen retiró su dedo.
La oreja del chico era un amasijo sangriento.
Pero no había muerto.
Solo estaba roto, su mente hecha añicos por el horror y el dolor puro.
Las voces en su cabeza aplaudieron, no con la algarabía de la masacre, sino con un murmullo de aprobación, una satisfacción oscura y profunda.
> "¡Bien hecho! ¡El mensaje es claro! ¡Que tiemblen!"
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—Llévenlo de vuelta a Vane —dijo Kaelen, su voz monótona, señalando al chico que se retorcía en el suelo, temblando incontrolablemente, ojos fijos en la nada—.
Díganle que esto es lo que le pasa a sus peones.
Y que el Fantasma... no juega.
Gorok sonrió, una mueca de satisfacción.
—Excelente, Fantasma. Un mensaje que Vane no olvidará fácilmente.
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Mientras Kaelen observaba cómo se llevaban al chico, Seraphina se acercó a él, su rostro radiante con una belleza demente.
Su mano fría se posó en su mejilla, limpiando una gota de sangre salpicada de la oreja del muchacho.
—Tu obra de arte, Kaelen —susurró Seraphina, voz como seda—.
El dolor. La agonía. El miedo absoluto.
Eres un maestro.
¿No es hermoso?
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Kaelen la miró, ojos amatistas oscuros y vacíos.
No pensó en belleza.
Solo en efectividad.
En el mensaje.
Había utilizado a un ser humano, lo había deshecho, no por ira, sino por cálculo.
El sacrificio había sido justificado en su mente.
Y en ese acto de cruel pragmatismo, Kaelen sintió cómo la línea entre la locura y la realidad se difuminaba aún más,
mientras el canto de las sombras se convertía en el único idioma que entendía perfectamente.
El juego de Lord Silas Vane había comenzado,
y Kaelen estaba más que listo para jugar,
con sus nuevas y horribles habilidades,
en el terreno del dolor.
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