Capítulo 13: Los Hilos Invisibles y el Ocaso de la Lealtad

El mensaje de Kaelen a Lord Silas Vane fue claro y resonante, no solo para el noble intrigante, sino para las sombras mismas de Grisel.

La historia del informante que regresó quebrado, su oído destrozado y su mente hecha jirones por el miedo, se esparció como una enfermedad.

El Nido del Tejedor había demostrado su brutalidad, y Kaelen, el Fantasma de los Callejones, era su arma más afilada.

Sin embargo, la respuesta de Vane no fue la furia esperada. No hubo ataques directos a los almacenes del gremio ni escuadrones de guardias asaltando el Nido.

En cambio, Grisel comenzó a moverse de una manera extraña, sutil, como una serpiente que se desliza sigilosamente.

Los contratos para el Nido del Tejedor comenzaron a escasear, desviados hacia gremios rivales menores.

Los mercaderes que antes pagaban a Gorok ahora se mostraban insolentes, protegidos por una nueva y misteriosa "influencia".

La economía subterránea, de la que el Nido dependía, empezó a estrangularse.

Silas Vane no contraatacó con sangre; contraatacó con el hambre.

Kaelen lo sintió.

El canto de las sombras no le susurraba ya solo sobre la podredumbre física, sino sobre la decadencia de la propia ciudad, los hilos invisibles de poder que se tensaban y cortaban el flujo de la vida.

Podía percibir la sutil propagación de la influencia de Vane, como una toxina psíquica que se extendía por la mente de los habitantes de Grisel, tejiendo la duda y la desconfianza.

En el Nido, la tensión creció.

Los mercenarios, hambrientos y nerviosos, comenzaban a volverse unos contra otros.

Gorok, con su rostro más ceñudo que nunca, intentaba mantener el orden, pero sus gruñidos eran menos efectivos ahora.

—Vane es una plaga, no un hombre —espetó Gorok una tarde, golpeando la mesa con el puño—. Está cortando nuestras fuentes. Y no puedo encontrar un solo punto débil en él. Se esconde detrás de sus marionetas.

Zoltan, el Orador de Sombras, estaba más pálido de lo habitual, sus ojos ónice brillaban con una preocupación inusual.

—Sus métodos no son los nuestros, Gorok. Él no usa la fuerza. Usa la mente. La manipulación. Ha sembrado la discordia en las rutas de comercio, ha girado la opinión de los magistrados. Nos está aislando.

Seraphina, sentada junto a Kaelen, sonreía, pero su diversión tenía ahora un matiz más oscuro.

—Una telaraña, Kaelen —susurró, sus ojos azul gélido fijos en la nada—. Y el pobre arácnido principal se está quedando sin moscas.

Kaelen observaba, absorbiendo la dinámica.

Las voces en su cabeza, antes eufóricas con la brutalidad física, ahora le susurraban sobre la impotencia, sobre los límites de su propia fuerza si no podía alcanzar a su objetivo.

—¡Trampa! ¡Frustración! ¡Busca la brecha! ¡Un punto débil!

Fue en este clima de creciente desesperación que Lord Silas Vane hizo su siguiente movimiento, uno que golpearía directamente en los frágiles lazos que Kaelen había comenzado a formar.

Una noche, un rumor heló la sangre en el Nido: Darian, el Forjador Silencioso, había desaparecido.

No se había ido. Simplemente no había regresado de su última entrega de armas.

Darian, el hombre cuya tristeza compartida resonaba con Kaelen, cuya furia contenida había visto de primera mano.

Kaelen sintió una punzada, un frío en el pecho que no era de miedo, sino de una rabia helada.

Las voces, que rara vez mostraban preocupación, ahora eran un murmullo de alarma.

—¡Robado! ¡Sufrimiento! ¡Tu aliado!

Seraphina lo sintió también. Su sonrisa se borró, reemplazada por una expresión de tensa expectación.

—Vane. Siempre jugando. Pero esta vez... ha tocado al herrero.

Kaelen no esperó órdenes.

Tomó su hacha, sus ojos amatistas se endurecieron.

Fue hacia la forja de Darian, un lugar que el herrero guardaba celosamente.

El aire olía a metal y hollín.

En el suelo, cerca del yunque, Kaelen vio una mancha de sangre. No mucha, pero suficiente para un rastro.

Activó su Visión de Eco Sombrío.

Las imágenes borrosas inundaron su mente: la forma de una llave extraña, el sonido de una voz suave y persuasiva, el arrastre de un cuerpo.

Y un rastro de dolor que se alejaba de la forja, un rastro que Kaelen podía seguir con una certeza macabra.

—Lo tengo —Kaelen gruñó, su voz desapasionada—. Sigan el rastro de miedo.

Seraphina no dudó.

—Mi diversión favorita. Cazar ratones de dos patas.

Kaelen, Seraphina y un puñado de mercenarios del Nido siguieron el rastro de dolor y miedo a través de Grisel.

Los ecos de la Visión de Eco Sombrío de Kaelen eran claros, llevándolos por callejones ocultos, por bajo los puentes y finalmente, a las profundidades de los antiguos almacenes portuarios, un laberinto de maderas podridas y oscuridad.

Encontraron a Darian en una celda improvisada bajo uno de los almacenes, atado a una viga de madera.

No estaba muerto. Estaba... trabajando.

Un grupo de hombres, con túnicas idénticas y máscaras de metal, observaban.

Uno de ellos, delgado y con un aire de autoridad, estaba de pie frente a Darian, con una sonrisa fría.

—Ah, el Fantasma —dijo el hombre, su voz era suave y cultivada—. Lord Silas Vane envía sus saludos. Lamenta el inconveniente, pero necesitábamos un ejemplo. Y el forjador... bueno, era el más sentimental.

Kaelen no respondió.

Sus ojos amatistas se fijaron en Darian.

El forjador estaba atado, sus manos sangraban, y no por el óxido.

Unas tenazas al rojo vivo, que Kaelen reconoció como de la propia forja de Darian, estaban sobre un brasero improvisado.

Vio las marcas de quemaduras en la piel de Darian, la piel chamuscada, las uñas arrancadas.

Pero lo peor no era el daño físico.

Era la expresión de Darian.

Sus ojos azul cielo estaban llenos de una mezcla de dolor inmenso y una desesperación que Kaelen no había visto en él antes.

Los cultistas no solo lo estaban torturando; lo estaban forzando a forjar.

A crear las armas de su propia tortura.

A crear algo a la fuerza, en contra de su voluntad, en una parodia de su arte.

La Visión de Eco Sombrío de Kaelen se volvió abrumadora.

Podía sentir el sufrimiento de Darian, no solo el físico, sino la agonía de su espíritu, de su arte mancillado.

Las voces en su cabeza, antes solo guías, ahora rugían con una furia fría y calculadora.

—¡Dolor! ¡Inaceptable! ¡Rómpelos! ¡Haz que griten por piedad! ¡Que Vane lo sienta!

—Un mensaje, ¿eh? —Kaelen gruñó, su voz era un susurro mortal—. Yo enviaré el mío.

El asalto fue una carnicería.

Los cultistas de Vane no eran guerreros, sino torturadores y esbirros.

Kaelen desató su arsenal de brutalidad.

Su hacha de mano silbó, cercenando extremidades, abriendo cabezas con golpes secos que resonaban en la oscuridad.

El Flujo Sanguíneo Maligno hizo que las heridas de los cultistas se abrieran y se desangraran de forma grotesca, sus cuerpos se retorcían en espasmos mientras la vida los abandonaba.

Uno de ellos, aferrándose a una herida en el abdomen, cayó de rodillas, la sangre brotando a borbotones.

Kaelen se arrodilló a su lado, extendió la mano, y la herida se amplificó, la sangre se vertió en un chorro incesante hasta que el cuerpo se vació.

El olor a metal caliente y carne quemada se mezclaba con el de la sangre fresca, creando una atmósfera de pesadilla.

Seraphina era una danza de dagas, sus risas resonaban mientras deshabilitaba a los cultistas con golpes precisos y dolorosos.

No mataba al instante.

Prefería las heridas que dejaban a sus víctimas conscientes del tormento.

Sus ojos azul gélido brillaban con una alegría demente mientras veía la agonía.

—Tan hermosos sus gritos —susurró, sus palabras eran un arrullo macabro.

Darian, al ver el infierno desatado por Kaelen y Seraphina, encontró una chispa de fuerza en su propia desesperación.

Con un rugido de dolor y furia, rompió sus ataduras, las cadenas se rompieron bajo la fuerza de su ira.

Se hizo con el martillo de guerra de uno de los cultistas y se unió a la masacre, cada golpe suyo era un eco de su propia tortura, pulverizando huesos y carne con una furia desatada.

Su rostro estaba descompuesto por el dolor y la sed de venganza.

El líder del grupo de Vane, el hombre delgado, intentó huir.

Kaelen fue tras él, impulsado por una ira fría y profunda.

Lo alcanzó en un callejón sin salida.

El hombre se giró, con una sonrisa condescendiente, incluso ahora.

—Eres una bestia, Fantasma. Pero eres predecible. Esto era solo una prueba.

Kaelen no le dio tiempo a hablar más.

Su hacha se levantó, pero no para un golpe final.

Las voces en su cabeza gritaban:

—¡No lo mates! ¡Que sufra! ¡Un mensaje claro para Vane!

Kaelen no cortó.

Con la fuerza bruta de su brazo, hundió la parte plana de la cabeza del hacha en la rodilla del hombre, pulverizando la rótula.

Un crujido seco y un alarido de agonía llenaron el callejón.

El hombre se desplomó, gritando, su pierna doblada en un ángulo grotesco.

Kaelen se arrodilló, su rostro inexpresivo.

Extendió su mano, su Toque de Putrefacción se manifestó.

Tocó la piel alrededor de la rodilla destrozada.

La carne, ya desgarrada, comenzó a oscurecerse, a necrosearse a una velocidad antinatural, extendiéndose como una plaga por el muslo del hombre.

El hedor a carne en descomposición llenó el aire.

El hombre gritó, un grito de puro horror al ver su propia carne pudrirse ante sus ojos, vivo.

La piel se ampolló, se volvió negra, se desprendió en jirones viscosos.

—Dile a Vane —Kaelen gruñó, su voz era un susurro gutural, cercano a la del animal—. Que no juegue con mis lazos. Y que la próxima vez... el mensaje será su propio corazón.

El hombre no pudo responder.

Solo se retorcía, su cuerpo convulsionaba mientras la putrefacción se extendía, el dolor insoportable, la agonía sin fin.

Kaelen lo dejó allí, su cuerpo en la agonía de la descomposición, un mensaje vivo para Lord Silas Vane.

De vuelta en el Nido, Darian fue atendido por los curanderos del gremio, que eran más hábiles con la cuchilla que con las vendas.

Sus manos estaban destrozadas, pero la ira y el dolor en sus ojos azul cielo habían creado una nueva fortaleza.

Miró a Kaelen, un entendimiento tácito entre ellos.

Kaelen había vengado su sufrimiento, no por bondad, sino por un código brutal que ahora compartían.

La lealtad, en Grisel, era forjada en sangre y dolor, y el lazo con Darian, aunque marcado por el horror, se había vuelto más fuerte.

Seraphina se acercó a Kaelen, sus ojos azul gélido brillaban con una admiración sin límites.

—Lo ves, Kaelen? —susurró, su mano fría se posó en su mejilla—. Las sombras te escuchan. El mundo te teme. Y Lord Silas Vane... ha encontrado a su maestro.

Su sonrisa se extendió, una promesa de más oscuridad.

—Tu locura es su condena.

Kaelen no la apartó.

El canto de las sombras en su mente se había convertido en un rugido triunfal.

Había ganado esta batalla, no con la fuerza bruta, sino con una crueldad calculada que Vane no había anticipado.

Y a través del sufrimiento de Darian, había descubierto una nueva profundidad en su propia capacidad de destruir.

La partida con Lord Silas Vane apenas había comenzado, y Kaelen estaba listo para jugar, no con peones, sino con almas y cuerpos, llevando el horror a niveles inimaginables.

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