En la frontera de Mirvane, donde los vientos de guerra se alzaban como presagios de muerte, un océano de soldados saturaba el paisaje. Doscientos ochenta mil soldados se alineaban como una muralla de acero, y detrás de ellos, los ciento cincuenta mil refuerzos que acababan de llegar aún estaban desplegándose. El aire estaba cargado de tensión, y los tambores de guerra retumbaban en el suelo como un latido colectivo. La espera era casi palpable, todo estaba por comenzar: pasar la frontera y dividirse en los pueblos de Ankar y Velm, situados a unos 10 kilómetros de distancia de la frontera con el reino de Brindlemark. Pero en ese momento, una única figura oscura descendió desde los cielos, y un silencio sepulcral se apoderó del ejército. Los soldados se quedaron inmóviles, sus rostros congelados en una mezcla de sorpresa y temor, mientras los generales sentían un escalofrío recorrer sus venas cuando la figura de Ciscare, aterrizó con elegancia total, sus dos grandes alas emergiendo de su espalda como un símbolo de poder y autoridad.
—Señores caballeros me presentaré ante todos ustedes cómo es debido .Mi nombre es Ciscare, un noble caballero al servicio de mi señor Xiao. Les daré la oportunidad de desplegar sus tropas de regreso a casa, debido a que su intento de ataque será una pérdida de tiempo
En lugar de acatar la orden o retroceder, los soldados de Mirvane se lanzaron hacia Ciscare con una ferocidad ciega, como si la presencia del noble caballero fuera una mera broma. Sin embargo, su actitud cambió drásticamente cuando Ciscare exhaló un aire intenso de aburrimiento y desplegó su presión de dragón. La reacción fue inmediata y devastadora: todos los caballeros de Mirvane reunidos cayeron de rodillas, suplicando piedad y con rostros demacrados por el terror. La presión que ejercía un dragón no era algo que un humano ordinario pudiera aguantar; era como si el peso de su propia mortalidad los aplastara. Ciscare, sin embargo, se estaba conteniendo, y aun así, la presión era abrumadora. Mientras utilizaba su habilidad, podía percibir los recuerdos de cada caballero, y lo que encontró fue una colección de vidas monótonas y sin sentido, incluso más tediosas que la realidad que vivía el pueblo de Mirvane. La ironía era cruel: aquellos que se consideraban valientes y dispuestos a luchar hasta la muerte se derrumbaban ante la mera presencia de un dragón.
De entre los soldados aterrorizados emergió una figura oscura, un ser enmascarado que desplegó sus alas y se lanzó a toda velocidad hacia Ciscare. Su risa, llena de enojo, resonó en el campo de batalla mientras se abalanzaba sobre el noble caballero. La velocidad y la ferocidad de su ataque eran evidentes, y parecía que nada podría detenerlo en su camino .
Sin inmutarse lo más mínimo, Ciscare extendió una mano y detuvo el golpe del agresor con una facilidad que parecía desafiar las leyes de la física. El impacto fue absorbido con una suavidad que resultaba casi surrealista, como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado para permitir que la palma de Ciscare se interpusiera entre el puño del demonio y su rostro. La escena era absurda para los caballeros presentes, que no podían comprender cómo un simple humano podía detener con tanta facilidad el ataque de un demonio mayor, una criatura cuya fuerza y velocidad deberían haber sido imposibles de contrarrestar para cualquier mortal.
En lugar de soltar al agresor, Ciscare apretó su mano con una fuerza aterradora, aferrándose al cuello del demonio y alzándolo del suelo con un solo brazo. El demonio, que momentos antes había parecido invencible, se debatía en vano mientras Ciscare lo sostenía en el aire, su rostro enmascarado crispado por el dolor y la sorpresa. Con un movimiento fluido y letal, lo lanzó hacia una montaña lejana con un solo golpe, y el demonio salió volando a toda velocidad, su cuerpo golpeando contra la roca con un impacto que resonó en el valle.
Cuando Ciscare se acercó al lugar del impacto, lo hizo en su forma de dragón, su presencia imponiéndose sobre el paisaje como una fuerza de la naturaleza. El demonio yacía en el suelo, derrotado y humillado, su máscara rota y su rostro expuesto. Sus ojos miraban hacia Ciscare con un miedo profundo, un terror que parecía haberlo consumido por completo. La mirada del demonio era la de alguien que había visto su propia muerte de cerca, y que sabía que no tenía escapatoria ante tal oponente.
—Perdóname la vida, por favor. Haré lo que sea, te serviré desde ahora, solo no me mates
Ciscare contempló las súplicas del demonio con una mezcla de desdén y aburrimiento. La transformación de un atacante feroz a un ser suplicante y humillado era casi… patética. La debilidad y la desesperación que emanaban de él eran como un hedor que impregnaba el aire, haciendo que Ciscare se sintiera aún más distante y desinteresado. La ironía de la situación no se le escapaba: aquel que había sido osado al atacarlo sin provocación alguna ahora se arrastraba a sus pies, implorando por su vida con una intensidad que solo servía para subrayar su propia insignificancia.
—Te perdonaré la vida, pero a partir de hoy, servirás a mi señor Xiao sin cuestionamiento alguno. Después de todo, había considerado ayudar a mi señor a que se vuelva rey en la nación de esos soldados que aún yacen en el suelo, suplicando piedad. Sin embargo, tu destino será el que yo dicte, y no tendrás más opción que acatar mis órdenes y servir a mi señor con lealtad y dedicación.
—Tu señor aún no comprendo lo que dices.
—Claro, a mi señor Xiao. Después de todo, solo soy un subordinado que ha recibido un nombre de él.
Tras el encuentro y la demostración de poder de Ciscare al derrotar a un demonio mayor, los 280,000 soldados que habían sido sometidos a una presión aterradora se sumieron en un silencio sepulcral. El aire estaba impregnado de un temor reverencial, y sus miradas se dirigían hacia Ciscare con una mezcla de admiración y miedo. Mientras tanto, Ciscare se volvió hacia el demonio que había perdonado y le encomendó una misión que parecía estar envuelta en un velo de misterio. El demonio asintió con una comprensión tácita, como si hubiera captado el propósito subyacente detrás de las palabras de Ciscare.
Mientras la noche envolvía el campo de batalla, el ataque a la nación de Brindlemark se intensificaba, y la capital parecía estar al borde del colapso. El Rey Arin II y el demonio mayor se enfrentaban en un combate que rayaba en lo absurdo, con ambos líderes intercambiando golpes y demostraciones de poder que hacían que la guerra entre sus facciones pareciera una mera distracción. La lucha era tan intensa que incluso los soldados de ambos bandos se detuvieron, hipnotizados por el espectáculo de sus líderes enzarzados en una feroz contienda.
Sin embargo, justo cuando parecía que el Rey Arin II estaba a punto de sucumbir, un grito de ira resonó en el aire, un sonido que trascendía los límites de lo cómico y se convertía en una declaración de guerra. Todos se volvieron hacia la fuente del grito, y el campo de batalla se sumió en un silencio expectante.
Entonces, aparecí en escena, mi llegada anunciada por un aura de poder que parecía irradiar terror, aunque en realidad era una mera sombra de lo que estaba por venir. Mis ojos ardían con una ira que parecía consumir mi alma, y mi risa maníaca resonaba en el aire mientras caminaba hacia el centro de la batalla. En cada mano, sostenía una mitad de mi palo partido, y mi mirada parecía capaz de intimidar a cualquier oponente.
El demonio y el Rey Arin II se detuvieron en seco, sus ojos fijos en mí con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Mientras avanzaba, noqueaba a cada soldado que se interponía en mi camino con una facilidad que parecía casi desdeñosa. Mi presencia en el campo de batalla era un factor de cambio.
—Mi subordinado Ciscare me informó que el Rey de ese grupo de soldados que profanaron mi Kurri se encontraba en este lugar, y que además el líder del ejército invasor también estaba presente. Juro que por esa falta de respeto hacia el Kurri, no quedará ninguno con vida.
Antes de llegar a este punto crucial, dediqué dos horas a una intensa meditación y práctica, buscando adquirir una habilidad que me permitiera enfrentar el desafío que se avecinaba. A pesar de ser consciente de mi debilidad, estaba determinado a hacer todo lo posible para superar mis limitaciones.
La información proporcionada por gran sabio había sido esclarecedora, aunque también alarmante: en este lugar, solo cuatro personas poseían un poder lo suficientemente formidable como para acabar conmigo de un solo golpe. Esto me llevó a redoblar mis esfuerzos.
Durante mi entrenamiento, intenté canalizar mi energía para dominar una técnica mágica. Sin embargo, mi falta de habilidad y control resultó en un fracaso. En lugar de adquirir una habilidad poderosa, terminé obteniendo una habilidad llamada “Barrendero”, que me permite barrer con eficiencia y velocidad. Me pareció ridículo, pero estaba dispuesto a aprovechar al máximo esta habilidad. Con una mezcla de resignación y determinación, me preparé para enfrentar a mis enemigos.
Y así, por una serie de eventos inesperados, me encontré corriendo desesperadamente para evitar los ataques de cuatro oponentes formidables al mismo tiempo. El Archimago Khal, el Rey Arin II y el demonio mayor me perseguían con ataques devastadores, mientras que la niña esclava, que había estado observándome con una mirada intensa, también se unió a la persecución.
Mientras corría por mi vida, llorando y gritando, me di cuenta de que el gran sabio me había engañado. La habilidad de “Barrendero” que había obtenido no era la panacea que esperaba. En lugar de eso, parecía que mi única opción era seguir corriendo y esperar a que mis enemigos se cansaran.
“¡Quiero a mi mamá!”, gritaba en medio de la confusión, mientras esquivaba un ataque mágico del Archimago Khal. La ironía de la situación no se me escapó: había estado tan seguro de que mi nueva habilidad me permitiría dominar la batalla, y en cambio, me encontraba huyendo por mi vida. La risa histérica que brotó de mi garganta fue interrumpida por el sonido de los ataques que se acercaban peligrosamente a mí.
Antes de llegar a esta situación desesperada, había hecho mi entrada heroica con una risa maníaca, desafiando a todos los más fuertes a enfrentarme. En mi arrogancia, pensaba que todos eran débiles y que yo era el único verdadero héroe. Pero ahora, mientras corría por mi vida, me di cuenta de que mi fuerza provenía más de mi arrogancia que de mi verdadera capacidad.
“¡Gran Sabio!”, grité en medio de la confusión. “¡Sirve de algo y dame una habilidad de una vez! ¡No quiero morir virgen y sin haber tenido novia en mi vida anterior!” Mi voz estaba llena de desesperación y pánico mientras veía el ataque conjunto acercarse peligrosamente a mí.
En ese momento, solo deseaba que Gran Sabio me concediera una habilidad que me permitiera sobrevivir. Pero la realidad de mi situación era cruda: mi arrogancia me había llevado a este punto, y ahora dependía de la intervención del Gran Sabio para salvar mi vida.
—Por fin te das cuenta de tu debilidad. ¿Cuántas veces te advertí que la arrogancia es un camino seguro hacia la derrota? ¿No escuchaste mis palabras? Ahora, en el momento de tu mayor necesidad, vienes a mí en busca de ayuda. Muy bien, te concederé una habilidad, pero no esperes que te salve de tus propios errores”. Con estas palabras, inició la invocación de un ser espiritual.
Un gran círculo mágico apareció en el suelo y de él emergió un ser con una belleza excepcional. Sus alas eran grandes y bien definidas, características de un ángel. Su presencia era cautivadora y su apariencia era muy hermosa. Dios, qué hermosa.
Con un solo gesto de su mano, el ángel detuvo el ataque conjunto que había estado a punto de acabar conmigo. La invocación había sido un éxito, pero mi alivio fue efímero, ya que el ángel ahora me apuntaba con su espada. Me quedé paralizado, gritando de sorpresa y miedo. La situación había pasado de ser un 5 vs 1 desesperado a una en la que yo era el objetivo del ser que había invocado para salvarme. Me limité a mirarlo, sin saber qué hacer ni qué decir, mientras la espada seguía apuntándome con firmeza.
—¿Qué diablos te pasa, mamacita? Te invoco para que me salves y encima me apuntas con esa espada.
—No me llames ‘mamacita’, soy un hombre, Deberías saberlo antes de que te dirijas a mí de esa manera .
—…….
¿Qué demonios…? ¡Dioses, por qué no me concedes una sirvienta hermosa o al menos una tsundere! ¿Y ahora qué es esto…? En lugar de eso, termino invocando a un ángel con apariencia de hombre, pero es tan hermoso que raya en lo irreal. Tiene el rostro fino, casi andrógino, de rasgos suaves y perfectos que podrían confundirse fácilmente con los de una mujer. Su cabello largo y dorado cae como seda sobre sus hombros, brillando con una luz sutil, casi celestial. Su mirada, serena y profunda, parece atravesar el alma con una calma abrumadora. Todo en él con su voz, su postura, incluso su forma de respirar , transmite una belleza etérea, imposible de definir como simplemente masculina o femenina. Es perfecto. Tan perfecto que asusta.
—A partir de hoy, tu nombre será Feyd. Aunque desconozco su significado exacto, se dice que representa el camino entre la luz y la oscuridad. Sé honor a tu nuevo nombre y sírveme con dignidad y honor.
Tras otorgarle el nombre de Feyd, esperaba que requiriera una gran cantidad de energía, pero a diferencia de lo que sucedió con Ciscare, el proceso fue notablemente menos exigente. El ángel pareció evolucionar en ese momento. Con un gesto de respeto, se inclinó ante mí. Luego, mediante una orden telepática, le indiqué que se encargara de los cuatro individuos sin mostrar piedad.
Aun así, Feyd no se detuvo. Caminó con calma entre el caos del campo de batalla, ignorando los gritos, la destrucción y los conjuros cruzados. Frente a él, una niña se retorcía bajo un contrato mágico de esclavitud grabado en su cuerpo. Estaba atada, no con cadenas físicas, sino con sellos grabados por el Archimago Khal. Sin necesidad de pronunciar una palabra, Feyd alzó la mano y chasqueó los dedos. El contrato se desactivó al instante. La marca se desintegró en fragmentos luminosos, y la niña cayó al suelo, libre, temblando.
Khal, testigo del acto, reaccionó de inmediato. Activó una secuencia de hechizos sin pausa: proyectiles mágicos de fuego comprimido, ráfagas de viento cortante, descargas eléctricas dirigidas y trampas de contención por runas flotantes. Feyd neutralizó los ataques sin necesidad de escudos, cancelando cada hechizo antes de que pudiera alcanzarlo. Respondió con ráfagas de luz de alta velocidad, precisas y letales, enfocándose en destruir sus objetivos con la mínima cantidad de energía posible".
El Rey Arin II intervino, motivado no por la justicia o la compasión, sino por la comprensión de que si Feyd daba un paso más, el equilibrio de poder en el mundo se vería irreversiblemente alterado. Desató una ofensiva de espadas elementales -hielo, fuego, rayo y agua- dirigidas con precisión calculada. Paralelamente, invocó un sello de supresión de energía para debilitar al ángel. Sin embargo, Feyd mantuvo su ritmo imperturbable: desactivó el sello con un destello de luz, desvió las espadas en el aire con gestos precisos y mantuvo su atención fija en Khal.
Entonces, el Demonio Mayor emergió, observando la escena desde la distancia. Su presencia distorsionaba el entorno, cargando el aire de una pesadez opresiva. Por un momento, su mirada se cruzó con la de Feyd. Cualquier otro se habría quedado paralizado. Sin embargo, Feyd no pronunció palabra alguna, no mostró emoción y no alteró su curso. Simplemente ignoró al demonio, manteniendo su atención fija en Khal y en cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
El combate se tornó caótico. Khal y Arin atacaban desde flancos opuestos, coordinando sus embates con precisión letal, mientras el Demonio Mayor comenzaba a inclinar la balanza, proyectando esferas de corrupción que desgarraban el entorno, pudriendo el terreno a su paso. Feyd se deslizaba entre ellos como una sombra imposible de atrapar. Desvió los conjuros de Khal con un simple gesto, esquivó los cortes encantados de Arin con movimientos mínimos, y deshizo las distorsiones demoníacas sin que su expresión cambiara en lo más mínimo. Cada acción era medida. Cada respuesta, exacta.
Cuando Khal intentó invocar un hechizo prohibido, sus labios apenas empezaban a pronunciar la fórmula cuando Feyd lo interceptó. Una lanza de energía pura atravesó su pecho, silenciándolo al instante. No hubo gritos. No hubo clamor. Solo Su cuerpo cayó al suelo con un golpe seco, marcando el fin de la lucha.
El Demonio Mayor atacó de inmediato. Usó magia oscura avanzada: manipulación del espacio, invocación de cadenas negras, absorción de energía vital. Pero Feyd ya lo había leído. En apenas treinta segundos, rompió su núcleo mágico, destruyó su cuerpo con tres golpes consecutivos y lo terminó con una ráfaga de luz directa al corazón. El demonio se deshizo como polvo negro.
El Rey Arin II se mantenía en pie, herido y con la armadura destrozada. Con un gran esfuerzo, combinó su espada con el poder elemental que aún controlaba. Luego lanzó una serie de ataques intensos: cortes rápidos, golpes de fuego y explosiones de tierra que buscaban alcanzar a Feyd. Cada movimiento le costaba, pero seguía luchando.
Feyd no retrocedió. Avanzaba con paso firme, bloqueando cada ataque con precisión. No mostraba esfuerzo ni emoción, solo una calma notable que contrastaba con la intensidad de la lucha. Cada golpe era detenido con frialdad, cada movimiento ejecutado con seguridad. Su expresión permanecía inmutable, como si el resultado ya estuviera decidido.
Cuando Arin bajó la guardia, supe que era mi oportunidad. Me moví en silencio, aprovechando el momento. Me acerqué por detrás y lancé un ataque decisivo. Mi espada encontró su objetivo, y Arin cayó al suelo. Me alcé con la victoria, sin más oposición
Después de la batalla, gané un nuevo subordinado en Feyd, el ángel formidable que ahora estaba bajo mi mando. Los dos ejércitos que habían luchado contra mí se rindieron y juraron lealtad, uniéndose a los supervivientes de la nación derrotada. Ciscare me había aconsejado dirigirme al Reino de Mirvane, así que emprendí la marcha con más de 20,000 soldados y 10,000 refugiados. Tras 12 días de viaje, llegamos a nuestro destino. Sin embargo, al llegar, me encontré con una sorpresa desagradable. La nación era diferente a lo que esperaba, y Ciscare estaba en la puerta con todo el ejército y los ciudadanos, quienes me reverenciaron y gritaron “¡Viva nuestro nuevo Rey Xiao! ¡Viva la libertad!”. Me quedé desconcertado, sin entender qué había pasado.