Capítulo 6: La Capital y el Desafío

El viaje desde la aldea élfica hasta el Reino de Rango duró varios días. Los paisajes cambiaron radicalmente: de los bosques tranquilos y mágicos del mundo élfico a las extensas llanuras, caminos empedrados y fortalezas humanas que se alzaban orgullosas entre colinas y ríos. Ares y Liana avanzaban en una carreta junto a otros viajeros, aunque la mayoría guardaba distancia al ver sus ropas élficas y el extraño brillo en los ojos de Ares.

Finalmente, una mañana, Rango se alzó ante ellos.

La capital del Reino Humano no era lo que Ares esperaba. Era más grandiosa. Las murallas de piedra blanca resplandecían bajo el sol, y las torres de vigilancia parecían alcanzar el cielo. Grandes estandartes ondeaban con el símbolo del reino: un fénix dorado envuelto en llamas, símbolo de renacimiento y poder mágico. Las puertas eran lo suficientemente anchas como para que pasaran cinco carros a la vez, custodiadas por soldados con armaduras brillantes e inscripciones mágicas que irradiaban poder.

—Esto es... increíble —murmuró Liana, claramente impresionada.

—No es como nuestra aldea —dijo Ares, con asombro. A pesar de haber crecido entre magia natural, este lugar tenía algo diferente. Aquí, la magia no fluía desde la tierra, sino desde la voluntad y la ambición humanas. Era magia forjada con determinación.

Tras entrar, caminaron por las calles abarrotadas de personas de todas las razas. Humanos, elfos, semi-humanos, e incluso un par de enanos con capas oscuras. Comerciantes vendían amuletos, pociones, y armas encantadas. Magos callejeros realizaban trucos para ganarse unas monedas, aunque algunos mostraban poderes reales.

Pero lo que más destacaba era el gigantesco edificio al fondo de la ciudad: la Academia Mágica Suprema. No parecía un castillo ni un colegio, sino una ciudad dentro de otra. Tenía ocho torres que representaban los distintos tipos de magia conocidos: fuego, agua, viento, tierra, rayo, oscuridad, luz y potenciación. En el centro, una torre aún más alta, sin símbolo alguno, se elevaba hacia los cielos. Algunos decían que era donde se formaban los verdaderos prodigios: los futuros miembros del Instituto Supremo.

Cuando llegaron a las puertas de la academia, una larga fila de aspirantes ya esperaba. Cada uno con su carta de convocatoria en mano. Algunos estaban solos; otros, en grupo. Algunos eran nobles con ropajes elegantes, y otros, viajeros con aspecto duro y experiencia en combate.

Ares y Liana entregaron sus documentos a un hombre alto con túnica roja. Tenía los ojos cubiertos por una venda mágica que brillaba con energía arcana.

—Ares... Liana... —leyó el hombre sin mirar—. Bienvenidos al examen de admisión. Pasen por la puerta del norte. La prueba inicial comenzará en una hora. Tienen permitido llevar armas mágicas básicas, pero nada de invocaciones o artefactos externos.

Ares y Liana se miraron con una mezcla de emoción y nerviosismo.

Ya estaban dentro.

Caminaron hacia un gran campo de entrenamiento detrás de la academia. Era un coliseo natural, con gradas talladas en piedra y una plataforma de tierra encantada que reaccionaba ante la magia. Allí, más de doscientos aspirantes esperaban de pie. Al frente, un mago anciano apareció flotando sobre una nube mágica. Su túnica negra tenía bordados dorados, y su mirada era tan aguda como una lanza.

—¡Bienvenidos al primer examen de admisión a la Academia Mágica Suprema! —su voz retumbó sin necesidad de amplificación—. Aquí no hay lugar para la mediocridad. No importa tu raza ni tu origen. Solo sobrevivirán los fuertes.

Ares tragó saliva. Liana se irguió con confianza.

—El examen se dividirá en tres fases —continuó el anciano—. La primera, una prueba de resistencia mágica. La segunda, combate directo. Y la tercera... un reto personal donde enfrentan su mayor debilidad.

Al oír eso, un silencio cargado de tensión llenó el lugar. Algunos comenzaron a prepararse, otros a mirar con desconfianza a sus competidores.

—¡Que comience la primera prueba! —gritó el mago—. ¡Sientan el peso del maná!

El suelo tembló. Un aura densa cayó sobre ellos, como una presión invisible que aplastaba sus cuerpos. Ares sintió que le faltaba el aire. Su fuego azul chispeó levemente en su interior, como una advertencia. Liana, aunque afectada, mantenía los ojos cerrados y el cuerpo firme.

Esta era solo la primera prueba... pero ya estaba claro: no todos estaban preparados para entrar.