El amanecer llegó con una fría brisa que recorrió la arena del coliseo. Ares y los demás aspirantes ya se encontraban reunidos, más silenciosos de lo que nunca habían estado. Las palabras del Herudito seguían retumbando en sus mentes. Algo en su presencia había dejado claro que la tercera fase no sería un simple desafío físico o mágico.
La tensión era palpable. Muchos habían estado en batallas, pero pocos habían sentido ese tipo de presión, esa sensación de estar frente a algo mucho más allá de sus capacidades.
El mago anciano que había dirigido las pruebas anteriores apareció al frente, su voz resonando sin necesidad de amplificación.
—Bienvenidos a la tercera prueba de admisión —dijo—. Como les informé, no será una prueba de fuerza ni de magia. Será una prueba espiritual.
Un murmullo recorrió la multitud. Algunos aspirantes se miraron entre sí, confundidos. Otros, más experimentados, comenzaron a intuir lo que significaba.
—Esta prueba pondrá a prueba su verdadera esencia. Sus miedos. Sus deseos más profundos. Aquello que los motiva... y aquello que los limita.
Ares se tensó. Su corazón latía con fuerza. No sabía exactamente lo que significaba, pero sentía que este desafío era el más peligroso de todos. Había pasado por muchas dificultades en su vida, pero nunca había enfrentado algo tan interno.
El mago continuó, señalando hacia el horizonte, donde una estructura antigua, de piedra y madera, se erguía a lo lejos. Era un templo en ruinas, rodeado por un bosque sombrío.
—Deberán ingresar en ese templo. Allí, cada uno enfrentará una visión única que reflejará su alma. Solo aquellos que enfrenten su verdad podrán salir con éxito.
Los aspirantes comenzaron a murmurar con mayor fuerza. Algunas voces estaban llenas de miedo, otras de curiosidad, pero todos parecían entender que este reto era algo más grande que cualquier batalla o hechizo.
—Tengan cuidado —advirtió el mago—. Las visiones pueden ser tan reales como cualquier cosa que hayan experimentado en su vida. El miedo es la única barrera entre ustedes y el éxito.
Ares miró a Liana. Ella, que siempre había estado tan segura, ahora tenía una expresión seria, casi cautelosa. Ares pudo ver en sus ojos una mezcla de determinación y duda, algo que no había notado antes. Esto no era solo una prueba de fuerza, era una prueba que tocaba lo más profundo de cada uno.
—¿Estás lista? —preguntó Ares.
Liana asintió, pero su rostro estaba tenso.
—Lo estaré... cuando llegue el momento.
Ares no dijo nada más. Todos comenzaron a caminar hacia el templo, que parecía absorber la luz del sol, sumido en una sombra persistente. A medida que avanzaban, el aire se volvía más pesado, como si la misma atmósfera estuviera impregnada de magia oscura.
Cuando llegaron a la entrada, la puerta de piedra se abrió sin esfuerzo, como si estuviera esperando a que cruzaran.
Dentro, un pasillo largo y oscuro se extendía ante ellos. Los muros estaban cubiertos de runas antiguas, brillando débilmente con una luz verde. El eco de sus pasos resonaba en el interior del templo vacío. De repente, la puerta se cerró detrás de ellos, y una sensación de claustrofobia se apoderó de Ares.
En el centro de la sala, una esfera flotaba. Era una esfera de cristal oscuro, brillando con una luz interna que parecía hipnotizar a todo el que la miraba. El mago que los había guiado en la entrada se hizo presente nuevamente, aunque ahora su voz venía desde todas partes.
—Enfrentarán lo que más temen, lo que más desean o lo que los define. No importa si es doloroso o peligroso. Solo aquellos que se atrevan a mirar dentro de sí mismos podrán salir.
Ares respiró profundamente. No sabía qué esperar, pero sentía que este era el desafío que más temía. Aquella esfera era la entrada a su propia mente, un espejo de su alma. Sin embargo, no tenía la certeza de que pudiera enfrentarlo todo.
—Adelante —dijo una voz misteriosa, como si todo el templo estuviera susurrando en su mente.
Ares dio un paso hacia la esfera, y en el instante en que la tocó, una visión lo envolvió.
---
Se encontraba en un bosque frondoso. La tierra parecía familiar, pero todo estaba distorsionado, como si estuviera viendo a través de un sueño. A su alrededor, árboles viejos se retorcían y hojas flotaban en el aire, suspendidas por una energía mágica invisible.
Ares miró sus manos, y no era él. Su piel estaba diferente, más joven, como si regresara a una época anterior. Pero lo que lo sorprendió más fue el entorno. Este era el bosque donde había crecido, donde sus padres lo habían dejado cuando era niño. Pero algo había cambiado.
Un susurro llegó a sus oídos, y al girarse, vio una figura. Era su madre. Ares sintió que su corazón se aceleraba, pues nunca había esperado ver una visión de ella. Pero algo estaba mal. Su madre le sonrió, pero sus ojos eran vacíos, desprovistos de emoción.
—¿Por qué dejaste todo atrás? —preguntó su madre en un tono frío, su voz más distante que nunca.
Ares dio un paso atrás, confundido. No entendía lo que pasaba. Recordaba a su madre como una mujer cálida, amorosa, alguien que siempre lo había protegido. Pero ahora, esa figura era solo una sombra de lo que había sido.
—Tu magia... —continuó la figura—. ¿Crees que te hace especial? No eres más que una sombra de lo que podrías ser. No puedes escapar de tu propio destino.
Ares sintió una punzada en el pecho. Algo dentro de él se quebró, y una rabia, mezclada con tristeza, comenzó a crecer en su interior.
—¡No soy como tú! —gritó, sin saber si hablaba con su madre o consigo mismo. Quería huir, pero algo lo mantenía ahí, como si el miedo a la verdad fuera más fuerte que su voluntad.
Pero la visión no desapareció. La figura de su madre se desvaneció, y Ares se encontró solo, rodeado de la oscuridad. La única luz provenía de un resplandor lejano, pero cada paso que daba hacia esa luz parecía alejarlo aún más.
¿Era este su mayor miedo? ¿El miedo a ser alguien insignificante, alguien atrapado en su propio pasado?
Su corazón latía fuertemente, pero sabía que debía continuar, enfrentarse a lo que le esperaba. No podía huir de sus propios sentimientos.
De repente, Ares despertó de la visión. La esfera frente a él había desaparecido, y el templo estaba nuevamente en silencio. Su mente estaba abrumada por lo que había experimentado. Aunque había sido solo una visión, sentía que algo había cambiado en su interior.
Cuando miró a su alrededor, vio a los demás aspirantes, que también habían regresado de sus propias visiones. Algunos estaban visiblemente alterados, otros, más serenos, pero todos parecían haber pasado por un proceso similar.
El mago que había guiado la prueba apareció frente a ellos, observando en silencio. Finalmente habló:
—Han enfrentado su mayor temor... y han regresado. Ahora, deben seguir adelante, porque este es solo el comienzo de su verdadero viaje.
Ares no estaba seguro de lo que había aprendido de la visión, pero una cosa era clara: la verdadera prueba no solo era sobre la magia o el combate. Era sobre enfrentarse a uno mismo, superar las dudas internas y salir más fuerte.
La prueba espiritual había terminado, pero el camino de Ares, y el de los demás aspirantes, apenas comenzaba.