La Academia Mágica Suprema se alzaba frente a ellos como un coloso de piedra y magia, con torres flotantes, puentes suspendidos en el aire y un aura de poder que envolvía todo el lugar. Ares miró con asombro el inmenso edificio principal, donde las puertas de plata se abrían para recibir a los nuevos estudiantes. Liana, a su lado, compartía la misma mezcla de admiración y nerviosismo.
Habían superado la Prueba de Admisión, y ahora eran oficialmente estudiantes de primer grado. Ambos portaban ahora una insignia mágica en el pecho, que brillaba con un número grabado: el 27 en la de Ares, y el 38 en la de Liana.
—Así que este es el nivel que nos asignan —murmuró Ares, tocando la insignia.
—No está nada mal —respondió Liana con una sonrisa leve—. Muchos humanos empiezan en niveles mucho más bajos. A ti no te regalaron nada.
Ares asintió, aunque no pudo evitar sentir el peso de lo que tenía por delante. Para ascender al Instituto Supremo, debían alcanzar el nivel 100, y solo tenían seis años para lograrlo. Cada nivel representaba no solo fuerza, sino dominio mágico, crecimiento interior, experiencia y reconocimiento.
Dentro del gran salón de bienvenida, los nuevos estudiantes se agruparon bajo una cúpula de cristal encantado que mostraba el cielo estrellado, incluso a plena luz del día. Un círculo flotante descendió, proyectando una imagen mágica con los nombres de los estudiantes más destacados… y en la cima, uno brillaba con más fuerza que todos:
Agust Drayven. Nivel inicial: 50.
Un murmullo recorrió el salón. Todos lo sabían: el príncipe Agust, heredero de uno de los linajes mágicos más antiguos del reino, había alcanzado un nivel nunca antes visto en un examen de admisión.
Poco después, un joven de cabello plateado, ojos color ámbar y una capa real bordada en oro, entró en el salón con una expresión arrogante. Caminaba como si el mundo le perteneciera. Y quizás, en parte, así era.
Al pasar cerca de Ares, lo observó con una mezcla de desprecio y curiosidad.
—Tú… eres el humano con magia potenciadora, ¿no es así? —preguntó Agust con tono burlón—. Interesante elección. ¿De dónde dijiste que vienes? ¿De una mina enana?
Ares lo miró en silencio. No era la primera vez que alguien menospreciaba su magia, pero esta vez, frente a todos, sintió una punzada de rabia contenida.
—No necesito un linaje real para ser fuerte —respondió con calma, pero firme.
Agust soltó una pequeña carcajada.
—No, claro que no. Solo necesitarás milagros… si es que piensas alcanzarme algún día.
Liana dio un paso al frente, pero Ares le puso una mano en el hombro, negando con la cabeza. No valía la pena iniciar una pelea… todavía.
Más adelante, un mago anciano apareció en una plataforma elevada, su presencia imponente y su túnica marcada con los sellos de los grandes Archimagos.
—¡Bienvenidos al Primer Grado de la Academia Mágica Suprema! —anunció, su voz proyectándose mágicamente—. Durante su estadía aquí, subirán de nivel, enfrentando desafíos que pondrán a prueba su espíritu, su cuerpo y su mente. Aquellos que alcancen el nivel 100 podrán ingresar al Instituto Supremo. Los que fracasen… quedarán atrás.
La tensión volvió a instalarse en el ambiente.
—Serán divididos en grupos para su primer ciclo. Cada grupo será evaluado semanalmente. Las misiones prácticas, los duelos, el estudio teórico y las pruebas mágicas les permitirán ascender o descender. Nada es permanente aquí, salvo su esfuerzo.
La plataforma descendió. Un nuevo artefacto proyectó los nombres de los grupos. Ares y Liana leyeron rápidamente:
Grupo 4: Liana El’darien… Ares de Lunaris… y… Agust Drayven.
El aire se volvió espeso. Liana miró a Ares. Ares miró al panel. Y Agust, desde el otro extremo de la sala, sonrió con crueldad.
—Esto se pondrá interesante —susurró Ares.