La brisa matutina llevaba el olor a tierra húmeda y paja. A lo lejos, los primeros rayos del sol se filtraban entre las nubes, iluminando los campos que rodeaban la ciudad de Rango. Las colinas eran serenas... pero esa calma era solo una ilusión. Las granjas cercanas vivían bajo el miedo constante de los wolflys, criaturas con aspecto de lobos alados, de ojos brillantes y colmillos afilados como dagas. Bajaban en manada al caer la noche y destrozaban corrales, se llevaban ganado, incluso habían atacado a campesinos.
En el centro de entrenamiento al aire libre, los alumnos del Grupo 4 estaban reunidos frente al profesor Trébol, que como siempre tenía los brazos cruzados y una expresión impasible.
—Su primer examen como miembros oficiales de la Academia será una cacería real. No una simulación. —Su voz era firme—. Cien wolflys. Tienen siete días para eliminarlos. Su rendimiento determinará cuántos niveles subirán al finalizar la misión. Ah, y por si alguno cree que puede rascarse la barriga mientras los demás hacen el trabajo… —miró a Agust de reojo, luego a Ares con una ligera mueca—. No hay excusas. El que no cumpla, no sube.
Ares tragó saliva, pero sus ojos brillaban con determinación. Liana, a su lado, asentía con calma.
—¿Alguna pregunta?
Agust levantó la mano, con una sonrisa altiva.
—¿Cuentan por separado los que eliminemos? Porque no me interesa compartir mérito con… ciertos compañeros —dijo, lanzando una mirada directa a Ares.
El profesor Trébol se encogió de hombros.
—El conteo es individual. Pero la caza es en grupo. Arreglénselo como quieran.
Cuando la reunión terminó y el grupo se adentró en el bosque cercano a las granjas, Ares intentó entablar conversación.
—Oye, Agust. Sé que empezamos con el pie izquierdo… pero podríamos trabajar juntos. Los wolflys son peligrosos en manada. No tenemos que ser enemigos.
El príncipe lo miró de reojo, con frialdad.
—No necesito la ayuda de un imitador de enano. Quédate con tus golpes potenciados. Yo usaré magia de verdad.
Liana frunció el ceño, pero Ares la detuvo con un gesto. Sus ojos ardían con una chispa que no tenía que ver con su magia.
—Ya veremos quién necesita ayuda cuando estemos rodeados.
El bosque se cerraba sobre ellos, y no tardaron en oír los aullidos lejanos. La cacería había comenzado.
Los árboles susurraban entre sí, movidos por el viento. Una neblina espesa comenzaba a cubrir el suelo del bosque, y con ella, llegaron los aullidos.
—Ahí vienen… —murmuró Liana, preparando un hechizo de raíces.
Pero Agust no esperó.
—Atrás. Esto lo haré solo —gruñó con arrogancia mientras avanzaba por el claro con paso firme.
De entre las sombras surgieron cinco wolflys, de pelaje gris metálico y alas de murciélago. Se movían con rapidez, casi en silencio, rodeando al príncipe con movimientos calculados.
—Magia de hielo… Cadenas gélidas —declaró con voz firme.
Del suelo emergieron columnas congeladas que se alzaron como látigos hacia los wolflys. Dos quedaron atrapados de inmediato, sus cuerpos paralizados por el frío. Los otros tres intentaron atacarlo desde el aire, pero Agust extendió su brazo hacia el cielo.
—Lanza helada. —Un proyectil de hielo cristalino se formó y atravesó al primero de los voladores con fuerza letal. Cayó al suelo sin vida.
Los dos restantes se lanzaron directo a su espalda.
—¡Cuidado! —gritó Liana.
Pero Agust giró sobre sí mismo y una onda de escarcha estalló a su alrededor, envolviendo todo a su paso.
Cuando el vapor se disipó, los cinco wolflys estaban caídos. Un espectáculo de hielo, precisión y arrogancia.
Agust se sacudió el polvo de la capa sin mirar atrás.
—Demasiado fácil.
Ares, desde los arbustos, lo había observado todo. Su expresión era neutral, pero sus puños se apretaban.
—Tiene poder… —admitió en voz baja.
Pero entonces, a lo lejos, más aullidos. Y no de cinco.
—¡Una manada entera! —exclamó Liana, señalando el cielo.
Más de veinte wolflys descendían desde la colina, atraídos por el ruido del combate anterior. Agust se preparó, pero incluso él parecía dudar.
—Esto… no es parte del plan.
Ares dio un paso al frente, su mirada decidida.
—Déjenmelos a mí.
—¿Qué? —Agust se burló—. ¿Planeas pegarles hasta que se aburran?
Pero Ares no contestó. Cerró los ojos, su respiración se hizo profunda.
Su magia potenciadora fluyó por todo su cuerpo, marcando con un brillo azulado sus venas. Cada músculo se tensó, su velocidad, fuerza y reflejos aumentaron al máximo. Y en sus ojos… una chispa distinta: una brasa azul que ardía en silencio.
—Modo Potenciado: Triple Refuerzo. —Su voz era distinta, más grave, más firme.
Cuando el primer wolfly se abalanzó sobre él, Ares se movió tan rápido que pareció desaparecer. Un golpe ascendente lo mandó directo contra un árbol, sin siquiera darle tiempo a gritar. El segundo cayó por un gancho en el aire. El tercero intentó morderlo desde un costado, pero Ares giró en el aire y lo azotó contra el suelo con una patada giratoria.
Cada movimiento era limpio, calculado, hermoso. Como una danza.
Liana lo observaba con una sonrisa silenciosa.
Agust, por primera vez, no tenía palabras.
En menos de dos minutos, catorce wolflys estaban fuera de combate.
Ares cayó de pie, con el pecho agitado y las manos aún brillando. No había usado su fuego azul, pero algo dentro de él estaba cerca de despertar.
—No subestimes a los que pelean con los puños —dijo, mirando de reojo a Agust—. A veces, también somos magos.