El séptimo día amaneció con el cielo despejado y el aire cargado de expectativas. Los estudiantes del Grupo 4 regresaron al campamento base con la fatiga en los ojos, pero también con la satisfacción de haber sobrevivido a su primer examen real. Trébol los esperaba de brazos cruzados, con su expresión habitual: severa, casi indiferente, como si ya supiera de antemano lo que iba a anunciar.
—Bien —dijo sin dar rodeos—. El recuento ha terminado. Sus esfuerzos ya han sido evaluados. A partir de ahora, sus niveles cambiarán de acuerdo con el desempeño de esta semana.
Los tres estudiantes se tensaron.
—Liana Feolynn, 45 wolflys eliminados. Subes a nivel 40.
—Ares, 32 wolflys eliminados. Subes a nivel 28.
—Agust del Reino, 23 wolflys eliminados... bajas a nivel 46.
Un silencio tenso se apoderó del lugar.
Agust apretó los puños, su mirada helada clavada en el suelo como si pudiera congelarlo con solo pensarlo.
—¿Bajar... de nivel? —murmuró, incrédulo—. Esto debe ser un error.
—No lo es —respondió Trébol, sin una pizca de compasión—. El sistema de progresión no distingue linajes. Solo resultados. Si cazas menos, te vuelves más débil. Así funciona aquí.
Ares quiso intervenir, pero Agust lo interrumpió con una carcajada sarcástica.
—Claro... El elfo criado por enanos sube, y yo, un príncipe, retrocedo. Qué chiste.
—Agust, solo quiero que podamos llevarnos bien. No estoy compitiendo contigo —dijo Ares con voz serena.
Pero Agust lo miró con desdén.
—No necesito llevarme bien con basura.
El aire se volvió aún más frío, como si la magia de Agust estuviera reaccionando a su ira.
Liana dio un paso adelante, interponiéndose sutilmente entre ambos.
—No ganamos nada peleando entre nosotros. Somos compañeros. Deberíamos actuar como tal.
Agust no respondió. Dio media vuelta y se alejó del campamento, dejando tras de sí una estela de escarcha que crujía con cada pisada.
Trébol suspiró, aunque una sonrisa casi imperceptible apareció en su rostro mientras observaba a Ares y Liana.
—Puede que este grupo no esté tan perdido como creía...