Desde la invocación del dragón, Ares no había tenido un solo día de descanso. Blue —así había decidido llamarlo— no solo era su familiar, era su nuevo maestro.
En un claro apartado de los terrenos de entrenamiento, lejos de las miradas, Ares sudaba, jadeaba, y volvía a levantarse. Frente a él, Blue observaba con ojos sabios y exigentes, cada tanto lanzando pequeñas ráfagas de su propio fuego azul para que Ares intentara imitarlo.
—Concéntrate —rugió el dragón con voz grave, transmitida directamente en su mente—. Tu fuego no es como el común. Es voluntad, emoción, y esencia. No lo fuerces. Escúchalo.
Ares cerró los ojos. Sentía el calor recorriéndole el pecho. En el pasado, eso solo significaba peligro. Inestabilidad. Miedo. Pero ahora… Blue lo guiaba, moderando su impulso con su propia presencia mágica.
—¡Haaah!
Con un grito, Ares extendió su brazo. De su palma brotaron llamas azuladas, más pequeñas que las de Blue, pero por primera vez, claras y enfocadas. Ardían con un poder que parecía más pesado que el fuego normal, más denso, como si cada centímetro llevara una emoción reprimida.
—¡Lo hice…!
Blue bajó la cabeza, asintiendo con respeto.
—Es solo el principio. Aún no puedes sostenerlo por más de unos segundos, pero ya no eres esclavo de tu fuego.
Ares cayó de rodillas, sonriendo.
En los días siguientes, mientras Liana practicaba nuevos hechizos de naturaleza junto a su tortuga guardiana y Dana perfeccionaba sus ataques eléctricos con su fénix, Ares seguía luchando contra sí mismo… y cada día sus llamas azules respondían un poco mejor.
Agust los observaba desde la distancia, en silencio. Aunque no lo decía, empezaba a ver a Ares como un rival real… algo que jamás habría aceptado tiempo atrás.
Ares miraba sus manos envueltas en una chispa azul y pensaba:
"Tal vez… tal vez sí puedo llegar a controlarlo. Tal vez este fuego sea parte de mí… y no mi enemigo."