Los alumnos de segundo grado se reunieron temprano frente a la entrada secundaria de la mazmorra. El profesor Trébol, con los brazos cruzados y expresión firme, explicó el nuevo examen de práctica.
—Esta vez, enfrentarán un jefe de hielo en el piso 9. Irán en parejas. No hay límite de tiempo, pero se evaluará trabajo en equipo, dominio mágico y resolución en combate real. —Hizo una pausa significativa—. Las parejas ya han sido asignadas.
Liana entrecerró los ojos con curiosidad, mientras Ares sentía una extraña inquietud en el estómago.
—Dana y Ares.
—¿¡Qué!? —exclamaron Liana y Agust al mismo tiempo.
Trébol los ignoró y continuó:
—Liana y Agust.
Dana sonrió. Ares tragó saliva. Liana, por su parte, apretó los puños mientras su ceja temblaba ligeramente.
—¿Problemas, señorita Liana? —preguntó Trébol, con un deje irónico.
—Ninguno, profesor —respondió ella, forzando una sonrisa tan rígida como el hielo que estaban por enfrentar.
Dentro de la mazmorra
Dana y Ares descendieron juntos hasta el noveno piso. La temperatura bajaba a cada paso, y las paredes estaban cubiertas de escarcha. Blue los seguía de cerca, observando en silencio.
—¿Nervioso? —preguntó Dana, lanzando una chispa eléctrica hacia una estalactita para romperla.
—Más por el examen que por el monstruo —respondió Ares con honestidad—. Aunque… me alegra tenerte como compañera.
Dana sonrió, pero sus ojos estaban atentos.
—Cuidado. Ahí viene.
Desde la niebla helada emergió el jefe de hielo: una bestia humanoide de más de tres metros, con un hacha de hielo colosal y una piel de escamas cristalizadas.
Blue rugió, y Ares activó su magia potenciadora. Dana lo envolvió con un campo eléctrico que aumentaba su velocidad. La combinación de fuego azul, aunque inestable, y relámpagos precisos formó una ofensiva letal. Blue guiaba a Ares con instrucciones telepáticas, haciendo que las llamas se dirigieran justo donde el hielo era más frágil.
En menos de cinco minutos, la criatura cayó, hecha pedazos de escarcha y vapor.
Ares jadeaba, exhausto pero feliz.
—¡Lo hicimos!
Dana, con una sonrisa orgullosa, le lanzó una mirada traviesa.
—Somos un gran equipo, ¿eh?
Mientras tanto, en otro sector del piso…
Liana y Agust se enfrentaban al mismo jefe duplicado gracias a un conjuro especial. Liana invocó a su tortuga, que bloqueó los ataques con su caparazón pétreo, mientras Agust creaba lanzas de hielo que lanzaba con furia.
—¿Por qué estás tan agresiva hoy? —le preguntó Agust, notando su expresión dura.
—No es de tu incumbencia.
—Estás celosa. No necesitas negarlo.
Liana lo fulminó con la mirada.
—Cállate y ataca.
Agust sonrió.
—Como quieras, pero… deberías decirle lo que sientes. Si no lo haces tú, quizá alguien más lo haga.
Ella no respondió, pero sus ataques se volvieron más intensos.
Al finalizar el examen
Trébol evaluó los resultados: Ares y Dana obtuvieron la mejor puntuación por sincronización y velocidad. Agust y Liana quedaron segundos, aunque por un margen mínimo.
—Buen trabajo… para todos —dijo Trébol, lanzándole una mirada fugaz a Ares, cada vez menos desdeñosa.
Liana ni siquiera celebró. Al ver a Ares y Dana intercambiando sonrisas y miradas cómplices, algo dentro de ella se removía.
Sentía que estaba perdiéndolo… y aún no sabía si era como amigo, o como algo más.