Capítulo 28: La Tormenta del Corazón.

Capítulo 28 – La Tormenta del Corazón

La misión en la mazmorra había terminado. El grupo había demostrado una buena coordinación, incluso con las tensiones internas. Los profesores felicitaron su rendimiento y les otorgaron un par de días de descanso. Fue entonces cuando Liana, con el corazón acelerado y las mejillas encendidas, aceptó la invitación de Tony para dar un paseo por la ciudad.

Caminaban entre los jardines de la Plaza Central, bajo la luz cálida del atardecer. Hablaron de sus raíces élficas, de las diferencias entre sus clanes, de la magia y el futuro… hasta que, entre risas y miradas prolongadas, sus labios se encontraron. Un beso suave, lleno de promesas.

A solo unos metros, Ares caminaba con la mirada perdida. Había salido para despejarse, para dejar de pensar. Pero justo cuando pasó por la plaza, su mundo se detuvo.

Vio a Liana… besando a Tony.

El tiempo pareció congelarse. Su pecho se apretó, su estómago se hundió y su mente se nubló. No dijo nada. Solo dio la vuelta y desapareció.

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Esa noche, la ciudad de Rango fue testigo de algo inusual. En los límites del distrito donde vivían los alumnos, el cielo se tornó oscuro, como si una tormenta se acercara. Pero no era lluvia lo que caía… eran llamaradas de fuego azul que danzaban en espiral, descontroladas, furiosas.

En el centro del caos, Ares, solo, gritando de rabia contenida, generaba una tormenta de llamas azules que devoraba el aire a su alrededor. Su poder había respondido a su corazón roto. No podía controlarlo. No quería hacerlo. Su magia potenciadora lo envolvía, pero no bastaba para contener ese fuego.

—¡¿Por qué me duele tanto?! —gritó, mientras el fuego crecía y se retorcía como un dragón sin amo—. ¡¿Por qué ella…?!

La gente de la ciudad observaba desde lejos, asustada. Los profesores fueron alertados. Trébol llegó al lugar con otros magos defensores y ordenaron un despliegue de barreras mágicas para contener el daño.

Desde la distancia, Dana también lo miraba, con el ceño fruncido y el corazón apretado.

—Ares…

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Las llamas azules rugieron como bestias indomables durante varios minutos, elevándose al cielo en una espiral de caos. Ares, con el pecho agitado y la mirada perdida, apenas era consciente de lo que hacía. Su corazón ardía más que el fuego que lo rodeaba.

Pero entonces, el propio Blue emergió de la sombra, en su forma más pequeña, posándose frente a él con gravedad en sus ojos.

—Ares. Basta.

El dragón no gritó. No rugió. Solo una palabra, firme y directa, logró atravesar la tormenta interna del joven. El fuego comenzó a apagarse lentamente, como si el alma del muchacho, rota y cansada, se quedara sin combustible.

La ciudad, a lo lejos, solo vio el resplandor de la magia... pero nadie supo quién lo había provocado.

Al día siguiente, en la academia, hubo rumores de una “tormenta mágica espontánea”. Los profesores investigaron sin resultados. Las alarmas mágicas no detectaron a ningún estudiante fuera de sus dormitorios. Era como si la tormenta hubiera aparecido... y desaparecido por voluntad propia.

Ares llegó como siempre. Callado. Con la mirada baja. Nadie notó nada extraño, excepto Dana, que lo miraba de reojo, con una mezcla de curiosidad e inquietud.

Y Liana… no podía evitar recordar el beso. Ni notar que Ares ya no la miraba como antes.