La noche había caído sobre la capital, tiñendo el cielo de azul profundo. Los terrenos de la Academia estaban tranquilos, solo interrumpidos por el canto lejano de algún familiar nocturno.
Liana estaba sentada en uno de los jardines, abrazando sus rodillas, rodeada por las luces suaves de las luciérnagas mágicas. Sus pensamientos eran un torbellino. Recordaba el beso con Tony… pero también la mirada de Ares, el fuego de sus ojos, la forma en que su presencia la hacía sentir viva, incluso cuando se volvía frío.
—¿Tony… o Ares? —susurró.
—Yo ya elegí. —La voz firme de Dana rompió el silencio.
Liana giró bruscamente. Dana, con su elegante melena dorada suelta, caminaba con paso decidido hacia ella. Vestía su uniforme de entrenamiento, pero con un aire de princesa guerrera. Su mirada brillaba con una mezcla de desafío y franqueza.
—¿Elegiste? —repitió Liana.
—Sí —respondió Dana, sin rodeos—. Me gusta Ares. No como compañero, ni como amigo. Me gusta de verdad. Cada vez que lo veo superarse, protegernos, luchar… no puedo evitar sentirlo. Él me hace querer ser mejor.
Liana la miró con una mezcla de sorpresa y algo más que ni ella podía describir. Tal vez celos… tal vez miedo.
—No lo sé —confesó Liana bajando la mirada—. Siento cosas por los dos… por Ares y por Tony. Pero cuando estoy cerca de Ares, algo en mí… tiembla. Y cuando lo vi ese día, enfadado, tan lleno de fuego… supe que hay una parte de mí que no lo puede dejar ir.
Dana se cruzó de brazos.
—Entonces hagámoslo simple —dijo con un tono decidido—. En el torneo del festival hay duelos uno contra uno. Tú y yo. Una batalla justa. Quien gane…
Liana alzó la cabeza con el ceño fruncido.
—¿Qué estás diciendo?
—La que gane se queda con Ares. Así dejamos de dudar, de mirar de lejos. Si realmente sentimos algo por él, no vamos a dejar que todo quede en el aire. Que él decida después, sí… pero primero que una de nosotras se gane el derecho de luchar por él con el corazón en llamas.
Liana la miró fijamente. La propuesta era absurda. Era ridícula. Pero… también era muy de ellas. Directa. Honesta. Dolorosa.
Después de unos segundos de silencio, Liana se puso de pie. Su magia verde centelleó suavemente en su espalda.
—Acepto.
Las dos chicas se miraron, sin necesidad de palabras. En ese momento, no eran rivales por ego ni por orgullo. Eran dos corazones enfrentándose en una batalla que no se ganaría solo con hechizos.
En el horizonte, la primera estrella de la noche brillaba con intensidad.