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Otoño no esperó otra palabra. Intentó escucharlos... tratar de entender lo que estaba pasando. Pero en el momento en que Malrick habló de que ella había «nacido para esto», algo dentro de ella se quebró.
Nadie podía dictar su vida. ¡Ella no le dio esa autoridad a nadie! Lo siguiente que hizo fue girar sobre sus talones y salir corriendo.
Pero la fortaleza parecía un laberinto de piedra fría y silencio inquietante cuando intentó encontrar la salida. El camino aparentemente simple y recto, serpenteaba, girando y retorciéndose. El lugar estaba definitivamente encantado. Solo había una entrada... ninguna salida.
—¡Maldita sea! —murmuró Otoño tratando de encontrar la salida. Pero la única compañía que obtuvo fue de esos retratos que adornaban las paredes. Había logrado llegar a ese lugar donde los ancestros Licanos adornaban las paredes, con ojos que seguían cada uno de sus movimientos. Tal vez juzgando su plan de escape amateur.