Todo comenzó en la punta de sus dedos.
Al principio, pensó que era solo rabia. ¡El tic! ¡La picazón!
Pero luego el ardor empeoró. Su garganta ardía y su estómago se revolvía como si sus entrañas intentaran abrirse paso hacia afuera. El sudor se acumulaba en sus sienes, su piel febril, húmeda y hormigueante con una sensación que no era exactamente dolor... pero tampoco era nada cercano a lo normal.
Otoño se desplomó en el suelo, con los dedos temblando, las uñas arañando la madera áspera. Al principio, esas marcas de arañazos parecían trazos sin sentido... solo marcas furiosas y desesperadas dejadas por un animal enjaulado.
Pero luego, a medida que las horas se convertían en días, surgieron los patrones. Líneas arañadas se retorcían en espirales dentadas, superponiéndose como las venas de una hoja, o quizás las ramas de un árbol muerto.