Selene regresó al corazón de su oscuro y retorcido bosque, los árboles nudosos inclinándose hacia adentro como si dieran la bienvenida a su señora.
El aire zumbaba con energía antinatural, y el cielo sobre el dosel parecía pulsar con anticipación. Su risa resonó a través de los troncos ennegrecidos, como un sonido frío y estremecedor que rompió el silencio. Era la risa triunfante de alguien que había esperado siglos para que las estrellas se alinearan.
Con un casual movimiento de muñeca, conjuró un cuervo de humo negro arremolinado. La criatura emergió en medio de un graznido y se posó obedientemente en una de las ramas torcidas.
—Vuela —ordenó—. Vuela hacia la manada Lunegra... Observa. Escucha. Tráeme todo.
El cuervo despegó en un violento aleteo. Selene lo observó desaparecer entre los árboles, luego pasó sus dedos por su cuello con lento placer. Sus ojos se cerraron, murmurando algo que solo el bosque podía oír.