Fuera

La puerta se cerró tras él con un clic.

Silencio.

Del tipo que presionaba contra sus costillas como una hoja afilada.

Kieran permaneció allí, inmóvil, con la espalda contra la madera como si se atrincherara... no del mundo exterior, sino de la tormenta interior.

No se movió al principio.

No podía.

Era más fácil cuando fingía.

Cuando mantenía su tono frío. Cuando se quedaba detrás de muros. Pero aquí, a solas con ella, la actuación se desmoronaba.

No tenía guion. Ni armadura. Solo silencio. Y ella.

Su pecho se tensó dolorosamente mientras avanzaba. Ella yacía inmóvil, demasiado inmóvil, su pecho subiendo en respiraciones superficiales. Él colocó el lobo de madera y la flor silvestre azul aplastada junto a su almohada.

—Lo siento —susurró, las palabras quebrándose como cristal—. Creo que nunca dejaré de decir eso.

Sus hombros temblaron. Intentó calmarse, intentó tragar el grito que trepaba por su garganta.