Otoño ni siquiera había esperado un segundo completo después de que la puerta se cerrara tras Kieran.
Apartó las sábanas como si estuvieran en llamas y lanzó sus piernas por el borde de la cama.
Gran error.
En el momento en que sus pies descalzos tocaron el suelo, sus rodillas cedieron. La visión se le nubló, la habitación se inclinaba como un carrusel ebrio.
Soltó una maldición en voz baja y casi se estampa contra el suelo... hasta que los brazos de Mango la atraparon.
—¿Adónde crees que vas? —preguntó Mango, medio divertida, medio exasperada, mientras la estabilizaba.
—Saliendo de aquí, por supuesto... —murmuró Otoño, tratando de sonar indiferente mientras se aferraba a la manga de Mango para sostenerse. Su corazón latía demasiado rápido, y pequeños puntos blancos bailaban en los bordes de su visión—. Ya terminé... necesito salir.