La paciencia de Kieran se había agotado.
Las risas detrás de él sonaban como nada más que un coro sin sentido mientras se abría paso entre sus invitados.
No le importaba a quién empujaba. Su mirada se fijó en el chico.
Su lobo estaba en alerta, tan agitado como él.
Se movió como un espectro entre la multitud, ignorando los jadeos, los murmullos, las caras presumidas...
Su visión se estrechó... solo importaba el chico, el que se escabullía hacia la enfermería como un ladrón.
Pero los pasos del chico eran demasiado lentos para ser los de un criminal. Aunque demasiado cuidadosos. Cabeza girando constantemente. Hombros encorvados. Como si esperara ser seguido.
—¿Qué demonios estás haciendo, niño?
Kieran disminuyó la velocidad, manteniendo sus pasos muy, muy silenciosos. Una vida de cacerías hacía que acechar y ocultar su olor fuera fácil. Su lobo caminaba inquieto en su interior, intranquilo y enfadado.