—¿Curandera Mango? Conseguimos lo que pediste. Pero dijeron que no debe exponerse a la luz solar directa. Ni siquiera un poco. ¡Solo así mantendrá su nivel de precisión! ¡Lo envolvimos en esta tela! ¡Maldición! ¡Se está poniendo más pesado por minuto!
Las enfermeras sostenían algo redondo, envuelto en una gruesa manta.
Apenas pudieron pronunciar sus palabras antes de que Mango se lo arrebatara y corriera pasándolas, sus botas golpeando contra el suelo de mármol, haciendo eco a través del silencioso pasillo de la casa de la manada Lunegra.
Sus brazos se curvaron protectoramente alrededor del bulto en su pecho... sus manos temblando ligeramente.
Su cabello se pegaba a su frente. Su respiración salía en ráfagas agudas.