—Meredith.
Cerré la puerta de la oficina de un portazo, más fuerte de lo que pretendía.
Mis pasos resonaron por el pasillo como disparos, fuertes y rápidos, hasta que salí precipitadamente al fresco aire del Crepúsculo.
Maldito sea.
¡Maldito sea!
Me abracé a mí misma mientras marchaba a través del jardín delantero, sintiendo el viento cortante agitar mis faldas y morder mi piel. Pero no me importaba.
Quería alejarme lo más posible de esa casa. De sus ojos conocedores. De su silencio sofocante.
¿Cómo se atreve?
¿Cómo se atreve a hurgar en mi herida como si fuera asunto suyo?
¿Cómo se atreve a hacer arreglos con su médico a mis espaldas?
Podría haber preguntado. Una vez. Solo una vez, aunque no se lo revelaría, igual que no le conté cómo obtuve mi cicatriz cuando me preguntó sobre ella.
Pero no. Necesitaba probar algo. Necesitaba tener sus respuestas, sus pequeñas piezas de rompecabezas, perfectamente encajadas.
Y ahora sabía...