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Draven.
Me quedé junto a la puerta de la habitación de Xamira, observando a Dorothy atarle el cabello en una suave coleta con una cinta rosa. La niña parecía tranquila —demasiado tranquila.
—Dorothy —dije en voz baja.
Ella se volvió inmediatamente, sobresaltada.
—Alfa... sí, señor.
—Déjanos.
Hizo una nerviosa reverencia y rápidamente salió de la habitación, con la puerta cerrándose suavemente tras ella.
Xamira estaba sentada al borde de su cama, sus pequeños dedos jugueteando en su regazo. Sus ojos estaban bajos, las pestañas sombreando sus mejillas. No se parecía en nada a la hija brillante y alegre que yo había criado.
—Mírame —dije.
Lentamente, levantó la cabeza.
—Dime la verdad. ¿Empujaste a mi esposa a la piscina?
Pasó un momento. Dos. Luego asintió.
Apreté la mandíbula. Crucé los brazos sobre mi pecho.
—¿Por qué?
—Yo... —sorbió—. Solo estaba jugando.
—¿A eso le llamas jugar?
—No sabía que no podía nadar...