Meredith.
Desperté lentamente, el peso del grueso edredón envolviéndome en calidez. Mi cabeza palpitaba levemente, pero fue la sequedad en mi garganta y la pesadez en mis extremidades lo que me golpeó primero.
Los recuerdos llegaron como una inundación, como si el agua apenas se hubiera retirado—la pequeña mano de Xamira en mi hombro, la repentina caída, el pánico desgarrando mis pulmones. El azul. El silencio. La quietud.
Y luego—él.
Draven.
Parpadee lentamente y giré la cabeza. La iluminación en la habitación era suave. Las cortinas estaban casi completamente cerradas, y una suave brisa se colaba por la pequeña abertura. Vi a Kira sentada cerca, con una mano descansando sobre un libro que no estaba leyendo.
Ella levantó la mirada, sobresaltada cuando notó mis ojos abiertos.
—¡Mi señora! —exclamó, ya casi fuera de su silla—. Estás despierta.
—Apenas —croé.
Me ayudó a sentarme ligeramente y alcanzó la taza caliente en la mesa lateral.