Una Deuda de Sangre

Mi cerebro se sentía como algodón, las pastillas para dormir aún pesadas en mi sistema mientras intentaba procesar la voz frenética que venía a través del intercomunicador.

—¡Hazel! ¡Abre esta puerta inmediatamente! —La voz pertenecía a Alistair.

Presioné mi frente contra la pared fría, luchando desesperadamente contra el efecto de la medicación. —Vete. Es la mitad de la noche.

—¡Ivy se está muriendo! ¡Te necesitamos en el hospital ahora! —Su voz se quebró con pánico.

Incluso en mi estado drogado, reconocí la manipulación. —No es mi problema.

—¡Maldita sea, Hazel! —Su voz se elevó—. ¡Abre esta puerta o la derribaré!

El sistema de seguridad volvió a sonar. Alguien estaba anulando el código de entrada del edificio. Menos de un minuto después, pasos fuertes resonaron en el pasillo.

Apenas logré retroceder antes de que mi puerta se abriera de golpe. Alistair estaba allí, con ojos salvajes y la corbata torcida.