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Salí de la sala de subastas sintiéndome como si flotara. El peso del brazalete de jade de mi madre en mi muñeca me mantenía conectada a la realidad, un recordatorio físico de que no todo podía serme arrebatado. El gesto de Sebastian Sinclair había hecho más que simplemente devolverme mi reliquia familiar—había restaurado una parte de mi dignidad.
—¡Tierra llamando a Hazel! —Vera chasqueó los dedos frente a mi cara—. ¿Dónde te fuiste?
—Lo siento —dije, volviendo a la realidad—. Creo que estoy en shock.
—Bueno, sal del shock. Necesitas encontrar a Sinclair y agradecerle apropiadamente. —Vera escaneó la multitud que se dispersaba—. Un hombre no gasta trescientos millones sin esperar al menos un gracias.
Apreté mi bolso con más fuerza.
—La secretaria dijo que tenía asuntos urgentes.
—Entonces averigua cuáles son esos asuntos. —Vera me empujó suavemente hacia la salida—. Ve. Yo tomaré un taxi a casa. Tú tienes un misterioso multimillonario que encontrar.