Leo siguió al asistente larguirucho más adentro de la Sala de Evaluación Genética, sus pasos resonando contra los suelos pulidos.
La sala de pruebas era prístina y estéril, tal como esperaba que fuera, con una variedad de equipos de escaneo avanzados incrustados en las paredes.
En el centro se alzaba una gran cápsula de diagnóstico de alta tecnología, bordeada con circuitos brillantes, su estructura transparente pulsando con una suave luz azul.
—Párate aquí —indicó el asistente, ajustándose las gafas mientras tecleaba en su tableta de datos.
Leo obedeció, colocándose sobre una plataforma circular frente a la máquina.
—Necesitarás estar conectado al sistema primero —continuó el asistente, abriendo un compartimento en el costado de la cápsula y sacando varios biosensores delgados, cada uno con grabados rúnicos intrincados.
Se movió metódicamente, colocando los sensores en las sienes, muñecas y pecho de Leo, mientras la máquina comenzaba a zumbar al activarse.