Lyra
Me mintió.
Me tocó.
Me marcó.
Y aún así… sigo volviendo a él.
Desde que Elaia me reveló la verdad, no he sido la misma.
Mi pecho arde cada vez que lo veo.
No por deseo.
Por rabia.
Porque ahora sé que la marca que llevo no es un regalo…
es una tapa.
Un disfraz para borrar el pasado.
Kael me eligió primero.
Y Alaric cubrió ese lazo con el suyo, como quien entierra un cadáver sin dar explicaciones.
¿Qué clase de amor hace eso?
Me estoy hundiendo.
Y lo peor es que…
una parte de mí lo sigue deseando.
Esta noche lo confrontaré.
No por justicia.
Por revancha.
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Subo las escaleras hacia su cuarto.
Las paredes huelen a madera, a sangre vieja y a él.
Cuando abro la puerta, está de pie frente a la ventana, de espaldas, sin camisa.
—¿Por qué no me dijiste la verdad? —le pregunto. Sin rodeos.
No se gira.
—¿Qué verdad?
—Que tu hermano me había marcado antes. Que la marca que llevas en mí… no es la primera.
Silencio.
Su cuerpo se tensa.
Su respiración cambia.
—Porque no lo soportaba.
Porque cada vez que miraba esa marca en ti… era como si él todavía respirara en tu piel.
Y yo no podía permitirlo.
—Así que me usaste. Para borrar su sombra.
Ahora sí se da vuelta.
Y sus ojos ya no son dorados.
Son casi negros.
Llameantes.
—No. Te marqué para protegerte. Porque él no lo hizo como debía.
Su marca no era real. Era una posesión incompleta.
La mía es un vínculo.
—¿Un vínculo? ¿O una condena?
No me contesta.
Pero su lobo asoma en su rostro.
Y entonces lo entiendo.
Él no sabe cómo amar.
Solo sabe marcar.
Reclamar.
Romper.
Y aún así…
cuando da un paso hacia mí, no retrocedo.
—¿Quieres saber si me arrepiento, Lyra? —me pregunta con la voz temblando.
—Sí.
—No lo hago.
Y eso es lo que más me duele.
Y luego… me besa.
Pero esta vez no lo dejo.
Lo empujo contra la pared, mi boca sobre la suya.
Mis manos bajan por su pecho marcado.
Él jadea.
Y en ese jadeo, se rompe algo.
Lo tumbo en la cama.
Me siento sobre él.
Y esta vez, yo tomo el control.
Nos deshacemos entre las sábanas, entre los gemidos y la rabia.
Nos marcamos con las uñas, los labios, los recuerdos que nos ahogan.
Y cuando llegamos juntos al límite, lo miro a los ojos y le susurro:
—No me perteneces, Alaric.
Y yo tampoco soy tuya.
Ni de él.
Soy mía.
Y me voy.
Sin mirar atrás.
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Alaric
Se fue.
Después de hacerme tocar el cielo con el infierno en la misma noche.
Después de romperme sin usar una sola garra.
Me quedo solo, con su aroma pegado al pecho.
Y con el eco de esa frase que no podré olvidar.
“Soy mía.”
Ella tiene razón.
La marqué por razones egoístas.
Por odio.
Por necesidad.
Pero también…
por amor.
No sé cuándo pasó.
No sé cuándo empezó a importarme más su alma que su cuerpo.
Pero ya es tarde.
Porque ahora, si la pierdo… no es solo un lazo lo que se rompe.
Soy yo.
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Bajo al bosque.
La busco.
No está.
La encuentro horas después en el río, hablando con Riven.
Y algo en mí muere.
Se ríen.
Se miran.
Él le ofrece su chaqueta.
Ella la acepta.
No rujo.
No ataco.
Solo me quedo allí, viendo cómo el mundo se inclina contra mí.
Y me doy cuenta de algo peor que perderla…
Perderla sin poder detenerla.
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Elaia
Los veo desde la distancia.
Los dos.
Ella, que ahora brilla con la seguridad de una loba que ya no necesita permiso.
Y él… que la mira como si cada segundo con ella le costara el alma.
Yo ya no soy parte de esa historia.
Pero aún tengo un papel que jugar.
Porque sé un secreto que ninguno de los dos conoce.
Kael… no está muerto.
Y el día que vuelva…
no será para pedir perdón.
Será para reclamar lo que considera suyo.
Lyra.