Capítulo 7 – La Luna Elige

Alaric

Su regreso fue como un mal presagio.

Kael.

El hermano muerto.

La sombra que nunca dejé de temer.

Y ahora estaba ahí.

De pie, frente a mí, frente a ella.

Vivo.

Con el fuego de la maldita luna quemándole las pupilas.

—¿Pensaste que podías cubrir mi marca con la tuya y borrarme, Alaric? —gruñó.

—Pensé que estabas muerto.

—Me arrancaste de ella. Y eso no se olvida.

—¡La protegí! Tú no sabes lo que ella…

—¡Yo la elegí primero!

No supe cuándo dejé de hablar y empecé a rugir.

Nuestros lobos se desataron, y el aire se partió en dos.

Fue como si el bosque supiera que la guerra había comenzado.

Una guerra por ella.

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Cuerpos que chocan.

Colmillos expuestos.

Garras que rasgan carne.

Sudor. Sangre. Furia.

El suelo se tiñó de rojo bajo nuestros pies.

Kael era rápido. Letal. Pero yo… yo tenía algo que él no.

Tenía recuerdos.

Cada noche en la que Lyra tembló bajo mi cuerpo.

Cada mirada. Cada gemido.

Cada vez que me dijo que no me pertenecía… y aún así regresaba.

Eso me hacía pelear como un lobo sin nada que perder.

—Ella es mía —gruñí entre dientes.

—No, Alaric. Ella es de ella.

Y ya no te quiere.

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Esa frase dolió más que sus garras.

Pero lo peor no fue eso.

Lo peor fue verla allí.

Parada.

Mirándonos pelear como dos bestias…

y no moverse.

Hasta que lo hizo.

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Lyra

La marca me ardía como si estuviera entre dos fuegos.

Porque lo estaba.

Alaric.

Kael.

Dos mitades del mismo infierno.

Dos bocas que me mintieron.

Dos cuerpos que me reclamaron sin pedir permiso.

Pero esta vez…

no me iba a romper.

—¡Basta! —grité con la voz llena de luna.

Los dos se detuvieron.

Sangrando.

Jadeando.

Temblando.

Me acerqué. Despacio.

Y los miré con el alma desnuda.

—¿Qué creen que están haciendo?

Kael fue el primero en hablar:

—Luchando por ti.

—¿Como si fuera un objeto? ¿Como si fuera el hueso favorito de dos perros salvajes?

—No es así… —murmuró Alaric.

—¡Claro que lo es! Me marcaron sin preguntar. Me manipularon, me retuvieron. Y ahora, ¿creen que puedo elegir entre ustedes como si esto fuera un juego?

Ambos bajaron la mirada.

Yo no.

—No soy suya.

No soy de nadie.

Y desde esta noche, ustedes dos me obedecerán a mí.

Kael frunció el ceño.

—¿A ti?

—Sí —dije, y me quité la chaqueta, mostrando la marca ardiendo bajo mi piel—. Porque esta no es solo una marca.

Es un llamado.

Y ya despertó lo que duerme en mi sangre.

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Fue Elaia quien me lo dijo.

Mi madre…

no era una loba cualquiera.

Era una descendiente directa de las Lunas Alfa.

Y me dejó un legado que nadie esperaba.

Un anillo.

Negro. Forjado con runas lunares.

Lo llevé en el dedo desde que Elaia me lo entregó…

Y cuando lo toqué esta vez, algo dentro de mí explotó.

El viento cambió de dirección.

Las ramas se inclinaron.

Y la marca en mi pecho se iluminó como si la luna me besara.

—¿Qué está pasando? —susurró Alaric.

—Ella… —dijo Elaia desde el borde del bosque—

Ella es la verdadera Alfa de este ciclo.

Y entonces lo sentí.

Todo el poder.

Toda la historia de las hembras que habían mandado sin necesidad de colmillos.

Que habían gobernado con palabra y fuego.

Que no necesitaban ser elegidas… porque ellas eran quienes elegían.

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—Me iré por tres lunas —anuncié—. Nadie me sigue. Nadie me toca. Nadie decide por mí.

Y cuando regrese, decidiré yo.

Quién vive.

Quién queda.

Y si alguno merece quedarse.

Ambos quisieron protestar.

Yo levanté la mano.

Y la luna tembló sobre nosotros.

—El que rompa esta orden… será exiliado.

Silencio.

Mi voz ya no era la de una loba.

Era la de una Reina.

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Fui a la frontera del bosque.

Elaia me esperaba con una capa negra y la mirada de quien sabe que el caos apenas comienza.

—¿Estás lista?

—No.

Pero eso nunca detuvo a una luna.

Y crucé el límite.

Sola.

Libre.

Salvaje.

Con el corazón lleno de cicatrices…

y el poder latiendo bajo mi piel.

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Kael

No la detuve.

No podía.

Porque por primera vez…

vi en sus ojos algo que ni yo ni Alaric jamás podríamos controlar.

Poder puro.

Deseo sin cadenas.

Voluntad sin permiso.

Lyra no era una luna marcada.

Era la luna que marcaba.

Y eso nos aterraba a los dos.