Lyra
Caminar sola por el bosque me dio miedo…
los primeros diez pasos.
Después, el miedo se transformó en rabia.
Y la rabia… en claridad.
Mi sangre palpitaba con un ritmo distinto.
No era solo el poder de una loba.
Era algo más antiguo.
Algo que me susurraba al oído con cada paso:
“Recuerda quién eres.”
No sabía a dónde iba, pero mis pies lo sabían.
Era como si el anillo en mi dedo fuera un imán que me arrastraba a mi destino.
Y entonces lo encontré.
Un claro oculto.
Un templo roto.
Y una manada que creía extinta.
Los Nacidos de la Medianoche.
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Al principio no me dejaron acercarme.
Los lobos me rodearon.
Olían a ceniza, a raíces viejas y a secretos.
—¿Quién eres? —preguntó una voz femenina desde las sombras.
—Lyra.
Luna marcada.
Luna traicionada.
Y ahora… Luna Alfa.
La mujer apareció.
Tenía ojos color musgo y el rostro de alguien que había visto siglos pasar.
—Ese anillo… —susurró—. Solo puede llevarlo la heredera.
—¿Herencia de qué?
Ella se inclinó.
Y toda la manada con ella.
—Del linaje original. De las hijas de la luna.
La última nació hace más de cien años.
Pensamos que la línea se había extinguido.
—Pues aquí estoy.
Y lo supe.
No necesitaba pruebas.
El poder estaba bajo mi piel.
Dormido durante años.
Aplastado por marcas de hombres que quisieron apagarlo.
Pero ahora…
el poder era mío.
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Durante días entrené con ellos.
Aprendí a escuchar la tierra.
A hablar con la luna.
A usar mi voz como orden y mi cuerpo como canal.
Y por primera vez…
me sentí completa.
Pero la paz no dura.
Porque las sombras no saben esperar.
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Riven
Yo la amaba.
Y sí, sé que no debería.
Que no tengo la marca.
Que no soy un Alfa.
Pero también sé lo que vi en sus ojos.
Y lo que sentí cuando me tocó el brazo, cuando me dijo “gracias” esa tarde junto al río.
Esa mirada…
era esperanza.
Y ahora se ha ido.
Alaric la dejó escapar.
Kael regresó a reclamarla.
Y yo…
yo decidí actuar.
No podía quedarme mirando cómo la convertían en un trofeo otra vez.
Así que los seguí.
Sin permiso.
Sin avisar.
Y ahora estoy aquí.
Mirando desde el bosque…
a Lyra entrenando con una manada desconocida.
Con fuego en los ojos.
Y un lobo blanco a su lado que no reconozco.
Ella ya no es la misma.
Y yo ya no sé si aún tengo lugar en su mundo.
Pero quiero intentarlo.
Aunque eso me cueste la vida.
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Lyra
Lo sentí antes de verlo.
El olor.
El miedo contenido.
La traición suave.
Me giré.
Y ahí estaba.
Riven.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté sin cambiar el tono.
—Quería verte.
—Rompiste mi orden.
—No soy un Alfa. No juré obediencia.
—Pero desobedeciste a mí.
El viento se detuvo.
Los lobos me rodearon.
Y los Nacidos de la Medianoche sacaron sus colmillos.
—No vine a pelear —dijo, levantando las manos—. Solo a recordarte algo.
—¿Qué?
—Que antes de las marcas, de las guerras, de los títulos…
yo te vi.
Y no quise cambiarte.
Solo quise acompañarte.
Eso me desarmó un segundo.
Solo un segundo.
—Y aún así, rompiste la primera ley de mi mandato.
—Porque no quiero perderte.
—Entonces ya lo hiciste.
Le di la espalda.
Y eso fue más cruel que un rugido.
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Pero en la noche…
cuando la luna tocó mi piel como una madre al despertar a su hija…
lloré.
Porque una parte de mí todavía quería ser mirada con ternura.
Y los hombres que me habían marcado…
solo sabían desearme o destruirme.
Nadie había sabido cuidarme.
Nadie…
excepto Riven.
Pero ya era tarde.
Porque el poder tiene un precio.
Y el mío…
era la soledad.